Raphael con todas sus consecuencias

El cantante ofreció ayer en Fibes, y repetirá hoy sábado, un concierto sinfónico en el que desempolva su repertorio de clásicos arropado por una amplificación desmedida

18 dic 2015 / 23:43 h - Actualizado: 19 dic 2015 / 00:05 h.
"Música","Conciertos"
  • El cantante Raphael abarrotó anoche el Auditorio Fibes dentro de su gira Raphael Sinphónico. / Manuel Gómez
    El cantante Raphael abarrotó anoche el Auditorio Fibes dentro de su gira Raphael Sinphónico. / Manuel Gómez

Ahora que el tiempo ha pasado he dejado la competición», comenzó tarareando anoche el cantante de Linares. Una profética afirmación de lo que iba a ser el concierto, dos horas de Raphael Sinphónico, lo mismo de siempre, pero distinto. Otra forma de venderse, de seguir año tras año en los escenarios, ni siquiera de reinventarse, pero sí de justificar ante sus seguidores el volver, otra vez, a pasar por taquilla. Este clásico de la canción española metió anoche a 3.500 almas en el Auditorio del Palacio de Congresos (Fibes). Y volverá a hacerlo hoy. El Maestranza, donde cantó anteriormente, le cabe a estas alturas en el bolsillo. Ese en el que vive su legión de seguidores, que le braveó nada mas aparecer en escena, que se puso en pie en cada tema, y que le piropeó con bravura.

La Orquesta de Málaga, dirigida por Rubén Díez, fue a lo suyo. Y lo suyo fue interpretar unos rimbombantes arreglos que, en los momentos de más intensidad, engullían literalmente al cantante. Aromas de las bandas sonoras de Georges Delerue serpenteaban entre los temas, con cadencias minimalistas y hasta cierto gusto neobarroco. Y Raphael pues, en su salsa. «Vivo enamorado del aire, de la música y de la flor», cantaba. Y de cursi aquello daba hasta pellizco. Mientras, las luces subían y bajaban, deslumbraban, se ponían rojas, azules y moradas. Desde la lontananza ni se le distinguía, pero allí estaba, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, chaqueta al hombro, guiñado de ojos, brazos al aire. Con Mi gran noche el público explotó con palmas a compás. Algunas señoras hoy estarán afónicas de gritarle que es el mejor, que él, Raphael, es el Rey. Canción tras canción, todas cortas, nunca más largas de tres minutos. Incombustible. Por momentos se pudo temer que estuviera dispuesto a reeditar su proeza del Olympia de París, con 35 canciones en tres horas.

El murmullo pedía Escándalo: «Tocará, pero ahora no toca», bromeaba un Raphael pletórico. A piano solo atacó Por una tontería, y con guitarra su himno Gracias a la vida. Mucho mejor así. A estas alturas, hay mucho artista todavía por delante, pero no como para imponerse ante una orquesta sinfónica sin tener que vociferar o perderse entre el atracón de cuerdas y percusiones.

No hay cantante melódico de prestigio que se resista a coquetear con el aparato orquestal. En el estudio los ingenieros hacen maravillas. En el directo, el artista hace en cambio lo que buenamente puede. Estuve enamorado la despachó a toda mecha, encauzando el espectáculo hacia la recta final. Cuando tu no estás contó con uno de los mejores arreglos, también con un Raphael concentrado en cantar y menos en teatralizar. Subido en el podio, espalda con espalda (del director) recordó Desde aquel día. El jefe Indie, como se le rebautizó tras su paso por el muy juvenil Festival Sonorama en 2014, necesita sus escaleras y el escenario para él. Entero. Y este viernes se tuvo que conformar con una tirilla, la que iba de los violines segundos a los contrabajos. Con 55 años de carrera lo de anoche fue perdonable y disfrutable a la vez. Y, sobre todo, contumazmente intransferible.