Y la flor se convirtió en estrella ****

La bailaora y coreográfica cordobesa Olga Pericet se confirma como una estrella rutilante del firmamento flamenco

12 sep 2018 / 17:36 h - Actualizado: 12 sep 2018 / 17:48 h.
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  • Olga Pericet, en la Bienal. / Manuel Gómez
    Olga Pericet, en la Bienal. / Manuel Gómez

Un espacio donde lo real se funde con lo onírico. Es el punto de partida de este espectáculo, con el que la bailaora y coreográfica cordobesa Olga Pericet se confirma como una estrella rutilante del firmamento flamenco.

La dramaturgia gira en torno a la mujer y se conforma como un viaje interior en el tiempo que va de la infancia a la vejez, pasando, cómo no, por la juventud y la madurez. Cada uno de estos periodos está representado por un estilo musical y dancístico determinado. Para el primero Olga se dirige directamente al universo de la fantasía infantil con una suerte de performance, sumamente divertida, que supone toda una lección magistral sobre el compás y la musicalidad del taconeo flamenco. Y de repente la flor se muere, salen a escena los cantaores y los guitarristas, y Jesús Fernández nos regala un baile por bulerías que culmina con tanguillos que nos deja impresa la huella del rito flamenco, su origen tradicional vinculado a las celebraciones familiares, así como su impronta espectacular y moderna. Tanto Jesús con su baile, como Jeromo Segura y Miguel Lavi con su cante nos transmiten con esta pieza todo la capacidad del flamenco para servir de vínculo comunicativo entre los integrantes de una sociedad que, como la nuestra, cada vez nos condena más a la soledad. Mientras halla flamenco habrá reunión, fiesta, alegría y sublimación del sufrimiento. Olga y Carlota Ferrer lo saben y no escatiman, ni en esta pieza, ni en las siguientes, en dar rienda suelta a la inspiración, la entrega y el virtuosismo. Todo ello rociado con algunas gotas de sorna y de humor surrealista que hace las delicias del público.

En ese sentido cabe destacar la escena de la gallina y el hombre gallo, un pase a dos absolutamente singular que nos recuerda que, en el arte, siempre que se mantenga la coherencia en el discurso todo está permitido. A partir de ahí la cordobesa cambia de tercio y se sumerge de lleno en lenguaje del flamenco para brindarnos un baile por bulerías (sobre una mesa rectangular más bien pequeña) que va camino de ser uno de los momentos más mágicos de esta Bienal. Y no contenta con eso todavía nos regaló una pieza de fandangos por soleá repleta de quiebros y figuras hermosas, y una milonga con castañuelas absolutamente deliciosa, acompañada por Antonia Jiménez y Pino Losada a la guitarra y Jeromo Segura y Miguel Lavi al cante, un elenco de lujo que, al igual que la bailaora, derrochó versatilidad, maestría y dominio. Lástima que la última escena resultara un tanto gratuita y fuera de lugar.

Ficha de la obra:

Obra: La espina que quiso ser flor, o la flor que sonó con ser bailaora

Lugar: Bienal de Flamenco/Teatro Central, 11 de septiembre

Producción, dirección artística, coreográfica y baile: Olga Pericet

Dramaturgia y dirección escénica: Carlota Ferrer

Composición musical y toque: Antonia Jiménez y Pino Losada

Ayuda a la dirección y asesoramiento coreográfico: Marco Flores

Cante: Jeromo Segura y Miguel Lavi

Baile y palmas: Jesús Fernández

Calificación: Cuatro estrellas