Madera que esculpe el cariño: Rogelio se lleva al cuarto anillo el mito de la zurda de caoba

No tuvo las carreras de Gordillo, Joaquín o Cardeñosa. Y, aun así, tendrá un sitio privilegiado en el cuarto anillo.

22 mar 2019 / 10:07 h - Actualizado: 22 mar 2019 / 20:06 h.
"Real Betis"
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Un servidor recordaba hace un par de noches junto a su padre qué jugadores habían sido sus favoritos en la historia de las trece barras. El de Rogelio fue uno de esos nombres que saltó a la palestra. El jugador coriano, de haber coincidido con los millennials, tendría más fama que el ya de por sí inmenso cariño que la afición del Betis siempre le ha tenido. En la época de un Villamarín que corea el nombre de Messi, de Rogelio dicen que marcó hasta diez goles olímpicos. Sería carne de highlights. Su legado, no obstante, ha llegado a través de nuestros abuelos y nuestros padres, estos últimos, en la mayoría de los casos, le tuvieron como un ídolo de la infancia, con el que crecieron en la década de los sesenta y setenta.

El de Rogelio Sosa es, también, un nombre de otros tiempos, y no porque apenas sea elección para los neonatos de hoy, sino porque aquel fútbol que practicó era completamente distinto. Era un fútbol donde el talento, sin tanto esfuerzo, decidía partidos. Un arista que el fútbol hoy casi no permite. Rogelio le dijo a Ferenc Szusza que “correr es de cobardes” para recordarle que su zurda, de caoba, esculpía proyecciones desde lanzamientos de faltas que enredaban el balón en las mallas. No le hacía falta. El jugador de banda verdiblanco era una antítesis para su posición y con esas jugó 357 partidos oficiales con el Betis, en los que marcó 90 goles. Clase, a raudales.

Rogelio también vivió otro fútbol. Fútbol de club. Llegó al Betis con catorce años, aunque hasta 1962 no se haría un hueco en el primer equipo tras un par de experiencias en Tomelloso y Ponferrada. Del verde y el blanco no se salió hasta su retirada, 16 años más tarde, en 1978. Cuenta Alfredo Relaño que Barcelona y Madrid se lo tantearon, pero nunca partió. Quién sabe si de haber cambiado de casaca hubiera alcanzado la internacionalidad.

Una leyenda en el corazón verdiblanco tuvo la “fortuna” de coincidir con una de las pocas aperturas de las vitrinas béticas. Rogelio fue campeón de Copa en 1977. Fue justo mérito, ya en el profundo ocaso de su carrera, en una temporada en la que apenas disputó 154 minutos. Dos años antes había anotado su récord de goles en Primera División con 8 tantos. Al año siguiente del éxito copero colgó las botas. Unas botas que vivieron, tristemente, el descenso a Segunda. Botas que habían devuelto al Betis hasta en tres ocasiones a la máxima categoría.

No tuvo las carreras de Gordillo, Joaquín o Cardeñosa. Y, aun así, tendrá un sitio privilegiado en el cuarto anillo. Supongo que había que ser bueno, muy bueno, para ganarse ese puesto. Al menos eso dicen nuestros abuelos, nuestros padres. Y de ellos, al menos en esta materia, pocas veces se duda. Descanse en paz.