De las tauromaquias integradas

El proyecto de Enrique Martín Arranz y Joselito Arroyo ha sido recibido con división de opiniones y no poca perplejidad por el planeta de los toros. En su articulado se encuentran propuestas interesantes pero también algunas concesiones a los ‘anti’

06 mar 2018 / 10:20 h - Actualizado: 06 mar 2018 / 10:23 h.
"Toros","Observatorio taurino"
  • Joselito presenta las claves de su proyecto en Madrid.
    Joselito presenta las claves de su proyecto en Madrid.

Olivenza: La temporada levanta el telón

Las inclemencias meteorológicas dieron al traste con los festejos del 28 de febrero pero no doblegaron la voluntad de los empresarios de Olivenza que -ésa es la verdad- decidieron echar para delante una feria por la que nadie daba casi nada en sus vísperas. El apretado programa taurino de la localidad extremeña se había montado en torno a la figura de uno de sus vecinos más ilustres: El Juli. Pero el maestro madrileño, que quería iniciar así la temporada del vigésimo aniversario de su alternativa, no le quedó más ídem que permanecer en casa. Las complicaciones de la cornada de Bogotá le impidieron cumplir el doble pase que había contratado en Olivenza. Le sustituyeron Ginés Marín y Antonio Ferrera, que actuaron mano a mano y acabaron haciendo doblete. El ciclo inaugural de la gran temporada se ha saldado con profusión de orejas y dos o tres faenas reveladoras. El mayor poso lo dejaron Ponce y Talavante. El caso es que esto está aquí ya...

Martín Arranz y sus conejos de la chistera

El peculiar marxismo taurino de Enrique Martín Arranz concluyó cuando tuvo en sus manos un proyecto de gran figura: su hijo adoptivo José Miguel Arroyo, el gran Joselito de los 90, junto al que se ha embarcado en una farragosa amalgama de voluntades para dar una nueva vuelta a los principios y los fines del toreo. En este viaje -que no sabemos bien dónde terminará- no le faltan compañeros de aventuras. Apunten el nombre del escritor José Carlos Arévalo y del diestro José Luis Bote, que ha decidido quedarse en esa orilla del río después de ver partir a su cuate Fundi al abrigo de la escuela taurina renacida en la plaza de Las Ventas bajo el amparo de la comunidad de Madrid. La de toda la vida, un proyecto en el que tanto tuvo que ver Martín Arranz con tesón y raza de visionario, se puede dar por difunta; que le pregunten a Manuela Carmena y sus muchachos. Mientras tanto, los políticos de uno y otro signo se echan lo trastos a la cabeza sobre el uso y destino de su antigua sede: la histórica Venta del Batán, que Arranz y los suyos quieren convertir en laboratorio de pruebas de su invento.

Pros y contras de un proyecto novedoso

En medio de este batiburillo conviene conocer qué se lee entre las líneas de una iniciativa que, dentro de sus líneas maestras propone empeños loables. El asunto se presentó en Madrid hace algunos días. Joselito habló de romper “el inmovilismo del toreo”. Perfecto. Bote habló de un nuevo guión para el espectáculo en el que se integren varias tauromaquias. Bueno... Pero el tema se enfanga cuando se pretende buscar un festejo menos sangriento. El toreo lo es y no hay que darle demasiadas vueltas. Es como cuando los curas de los 70 empezaron a hacer y decir misas para los que nunca iban a la iglesia. Al final dejaron de ir los unos y otros. El debate sobre la ofensividad de la puya -ojo y la inexpugnabilidad del caballo y el peto actual- puede ser interesante pero el fangal de estoques, puntillas, banderillas y divisas de la señorita Pepis sólo sirven para dar tres cuartos al pregonero, haciendo y legislando un espectáculo para el que ni le gusta ni nunca acudirá. Hacer concesiones en este campo es abrir la puerta al principio del fin de un mundillo que se cimenta sobre una cultura ancestral y mediterránea en el que la sangre y la muerte se aceptaban con naturalidad. Algún ‘cagapoco’ se echará las manos a la cabeza pero la pérdida de esos valores -que se han pulverizado con la abolición del universo agrario- sólo está alumbrando este mundo perverso en el que no se puede llamar a nada por su nombre. Para renovar el espectáculo tampoco hace falta inventar demasiado; si acaso remirar qué se ha perdido por el camino. La mayor tara que tiene hoy una función de toros es su falta de dinamismo, la profusión de tiempos muertos. Para revocar los vicios de la corrida de hoy quizá haya que mirar atrás.