I Año ‘Trumpal’

La victoria de Donald Trump con sus escoras xenófobas, autoritarias, histriónicas o sonrojantes en EEUU inaugura una era incierta para las democracias

31 dic 2016 / 06:59 h - Actualizado: 30 dic 2016 / 22:21 h.
"Trump gana la Casa Blanca","Las noticias de 2016","Donald Trump"
  • Donald Trump saluda desde el edificio Trump de Nueva York, donde tiene asentado su imperio inmobiliario./ Efe
    Donald Trump saluda desde el edificio Trump de Nueva York, donde tiene asentado su imperio inmobiliario./ Efe
  • Manifestante con la bandera británica. / Efe.
    Manifestante con la bandera británica. / Efe.
  • Un tanque entre ruinas, en Alepo. / Efe
    Un tanque entre ruinas, en Alepo. / Efe
  • El camión ariete de Niza. / Efe
    El camión ariete de Niza. / Efe

Si 2016 se tiene que resumir en un nombre propio, éste es Donald Trump, presidente electo de los EEUU. La fecha del vuelco fue el 8 de noviembre. Contra los pronósticos y las encuestas, tras haber vencido a su propio partido Republicano y a media docena de candidatos con todos los matices conservadores, el multimillonario se alzó con la presidencia de EEUU incluso contra los electores: perdió el llamado voto popular (una persona, un voto), pero ganó por el reparto de delegados con el sistema electoral vigente en la gran democracia.

El pulso del planeta entero se paró en la noche electoral –madrugada para España– cuando la cantada victoria continuista de los demócratas liderados por Hillary Clinton se transformó en otra sorpresa que las encuestas no supieron predecir. A medio EEUU le cuesta aún digerir el resultado –las manifestaciones en contra se sucedieron por muchas ciudades, en especial en las urbes más cosmopolitas–.

Comparado con el mismísimo Adolf Hitler por el poder que atesorará Trump desde su toma de posesión dentro de unos días y por sus polémicas medidas –y su antipatía por los inmigrantes o los musulmanes, a quienes anunció que aplicará medidas drásticas para que no pisen los Estados Unidos–, este presidente de tono autoritario –se ha rodeado de un gabinete de generales– es el reverso del saliente y liberal Barack Obama en todo: blanco y rubio frente a mulato; histriónico frente a elegante, soez frente a seductor, portador de un mensaje de odio frente a otro de esperanza. El 20 de enero leerá su discurso de inauguration, de inicio de legislatura diríamos aquí.

Obama clamó en 2008 contra la crisis económica, por la sanidad para todos y por el fin de horrores como Guantánamo (promesa incumplida) citando a los padres fundadores, esos revolucionarios e intelectuales que lo mismo armaban desde la nada teórica el funcionamiento de una democracia con todas sus piezas que echaban unos tiros a los ingleses para largarlos de las 13 colonias, en un discurso de 20 minutos escrito por un veinteañero brillante. Nadie se figura qué anunciará Trump como programa de gobierno. The Washington Post ironiza con que comenzará así: «Señor vicepresidente, señor presidente del Tribunal Supremo, camarada Putin y mis amigos los norteamericanos blancos:».

Estas perspectivas han inquietado a mucha gente: su elección fue saludada por el hundimiento bursátil en Asia: Trump quiere meter las cabras en el corral a China.

Donald Trump era conocido como heredero –de rebote, tras la truculenta vida y muerte de su hermano mayor, que traumatizó al joven Donald y lo alejó del alcohol e incluso del café– de un inmenso imperio del ladrillo mucho antes de meterse en política. Su estilo sin pelos en la lengua, y sin importarle si mete la pata al hablar , ya eran conocidos mucho antes de que decidiera competir como imprevisible candidato republicano contra la previsible Hillary Clinton. No en vano un viejísimo capítulo de Los Simpson pronosticó su ascenso a la Casa Blanca. Queda por ver si la segunda parte de la profecía (llevó a Norteamérica al desastre en los dibujos animados) se cumple o la hace «grande de nuevo», como prometió en las elecciones, y revierte con su varita mágica la desindustrialización y la deslocalización en los estados cuya clase obrera había votado siempre a los demócratas y que esta vez se ha echado en manos del candidato anti todo hartos de promesas sin cumplir, oportunidades para otros y condiciones salariales y de vida cada vez más cuesta arriba en el país que sigue presumiendo de ser el primero del mundo.

Su triunfo ha dado alas a lo que ahora se ha dado en llamar «populismo de derechas» y que antaño recibía otros nombres con la palabra «extrema». Entre sus primeras visitas estuvo la que mantuvo con Nigel Farage, el exlíder ultra del Brexit en Gran Bretaña. La jefa de los ultras franceses, Marine Le Pen, también se siente inspirada en Trump para su asalto a la República Francesa el 23 de abril de 2017.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Pese a las acusaciones de injerencias del presidente ruso, Vladímir Putin, en la campaña de EEUU, los demócratas habían logrado desgastar el icono casi juvenil que era Obama en una candidata cuyo mensaje para los votantes era el de lo malo conocido. Antes habían dejado en la estacada a Bernie Sanders, con todas las zancadillas –con él sí triunfaron, al contrario que las de los republicanos con Trump–, un precandidato con un mensaje más ilusionante, pero que quería cambiar demasiadas cosas para la gente de abajo.

Al final el debate, al igual que la recurrente división de la izquierda española que acabó ganando Franco con sus tanques, lo ganó Trump al sacar a votar a muchos abstencionistas: desde el racista huérfano de candidatos que pensaran lo mismo que él de los diferentes al asalariado cincuentón desesperado porque en la fábrica cerrada ganaba mucho y no se adapta ni a trabajar en Wallmart –la mayor cadena de grandes almacenes del mundo, famosa por la ínfima calidad de su empleo– ni a sus condiciones de miseria.

Lo que contará 2017 de él tendrá que ver con el cumplimiento de sus promesas, algunas atroces y que le dan la espalda a un mundo en paz: un muro para México, o en un tuit del 22 de diciembre: «Los Estados Unidos deben fortalecer y expandir su capacidad nuclear hasta que el mundo recobre el sentido al considerar las armas nucleares».

EL TORBELLINO BRITÁNICO QUE DESMEMBRA LA UNIÓN EUROPEA

Un torbellino engulle la idea de Europa vigente desde la caída del muro de Berlín. El torbellino se llama Brexit, nadie creía que se materializara –como no se materializó el Grexit: la hipotética salida de Grecia del euro–. Pero ocurrió. El 23 de junio los británicos votaron irse de la UE, pese a las condiciones especiales para su permanencia que había logrado arrancar el entonces primer ministro David Cameron a los demás líderes europeos, paralizados de miedo ante la posibilidad de que uno de los países más importantes de la Unión se bajara del barco. Y pese a todo, lo hizo. Comenzó un terremoto cuyas consecuencias están todavía por conocerse, porque el Reino Unido ni siquiera sabe de qué manera le conviene dejar el club de los 28. De momento, Cameron –que venció las elecciones de 2015 con mayoría absoluta– se vio obligado a dimitir y dejar el puesto a Theresa May. Es la clara víctima política. Porque también dimitió de manera fulminante el promotor del Brexit, Nigel Farage, líder del eurófobo, xenófobo (y más fobos) partido ultra UKIP, aunque en este caso está menos claro que la salida de la UE se lo haya llevado por delante: más bien es el clásico paso atrás para coger impulso.

La conmoción por la inesperada y ajustada victoria (51% de los votos) en el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea provocó primero que miles de manifestantes cuestionaran el resultado con manifestaciones en las que pedían un segundo referéndum. Después la idea de convocar plebiscitos ha adquirido muy mala prensa, en especial tras otra consulta en Colombia, para firmar la paz con las FARC, que también salió rechazada. Hasta ha surgido una corriente de opinión que juzga muy mal al político que convoca referéndums, porque no «hacen su trabajo» de gobernar y al pueblo no hay que consultarle todo, no vaya a ser que tenga ideas propias. ¿Cuál será el próximo efecto del Brexit?

DE LA LIBERACIÓN DE PALMIRA A SU CAÍDA Y AL DRAMA DE ALEPO

La interminable guerra de Siria concluye 2016 con el descubrimiento de fosas comunes en Alepo, donde iban a parar los civiles que intentaban escapar de los rebeldes. Un final de año tétrico, acorde con los cinco años de combates y de crueldades contra los civiles.

El primer hito del año fue la recuperación de las ruinas de Palmira de manos del Estado Islámico, el 24 de marzo, gracias al apoyo de Rusia al Ejército Sirio. Acababan nueve meses de expolio arqueológico y de uso de los vestigios de las antiguas civilizaciones como decorado para las ejecuciones yihadistas. Un hito que no ha tenido final feliz: la ciudad del desierto, alejada de los centros de poder, volvió a caer este mes en manos del Estado Islámico cuando estaban el Ejército Sirio y la aviación rusa pendientes de la batalla de Alepo.

Con el sometimiento de los rebeldes de Alepo el régimen les ha infligido su peor derrota, al recuperar la mayor ciudad de Siria, ahora reducida a escombros, al menos la parte que estuvo en manos de los insurgentes durante cuatro años. Con desesperantes tiras y aflojas y guerras de nervios, los últimos reductos rebeldes fueron evacuados el día 12 tras un asedio total desde el verano. Ha sido una de las batallas más crueles, con los civiles como moneda de cambio y sus viviendas como campo de batalla.

En septiembre llegó el bando que faltaba a la guerra. Además del Ejército, el rebelde Ejército Libre, los yihadistas moderados, los yihadistas radicales, los kurdos, el Estado Islámico, Hezbolá, la aviación de EEUU, la de Rusia, la de Francia... se sumó el Ejército Turco, que busca impedir que cerca de su frontera se asienten ni el Estado Islámico ni los kurdos

EL VIEJO CONTINENTE SE REENCUENTRA CON EL TERROR EN NIZA Y BERLÍN

El terrorismo no solo imita las películas de acción y los videojuegos en la propaganda del (mal llamado) Estado Islámico. La macabra inventiva a lo McGiver yihadista ya llevó a transformar aviones en misiles el 11-S, pero las oleadas de ataques que sufren países como Francia y Alemania (Niza, 14 de julio; Berlín, 19 de diciembre), precedidas por la salvajada de noviembre de 2015 en la capital francesa, indican que cualquier cosa vale para preparar un atentado, sobre todo si se espera que el terrorista se inmole y no hacen falta logística, plan de fuga, jerarquías, organización... un descerebrado –el perfil psicológico de muchos de estos terroristas tiene más que ver con problemas serios de adpatación que con una ideología razonada –con un destornillador puede acabar como soldado del Estado Islámico. En los casos de Niza y Berlín el arma usada fue un camión, y las víctimas, la muchedumbre que contemplaba los fuegos artificiales de la Fiesta Nacional francesa (85 muertos) o compraba regalos de Navidad en un mercadillo (12 fallecidos).

El atentado de Niza resultó especialmente cruel, no solo por el elevado número de víctimas, sino por la manera en la que el tunecino Mohamed Lahouaiej Bouhlel condujo en zigzag a lo largo de los dos kilómetros del paseo de los Ingleses para causar el mayor número de muertes antes de que la policía lo abatiera.

La Europa que presumía de abierta, tolerante y optimista ante el futuro se ha resentido por estos ataques, auténtica munición electoral para los grupos ultras que las encuestas empujan al alza.

En Austria rozaron la presidencia de la república –que tuvo que ganar dos veces, en mayo y en diciembre, el ecologista independiente Alexander van der Bellen

MUERE FIDEL CASTRO

2016 fue también el año del fallecimiento de Fidel Castro, un mito para la revolución latinoamericana. El ex mandatario cubano, de 90 años, llevaba 10 apartado del poder, y su desaparición el 25 de noviembre la interpretan los analistas como una puerta abierta al cambio. Sus funerales, multitudinarios, mostraron al mundo que, pese a las dificultades que afronta la isla, Fidel no era precisamente un tirano impopular. Después de nueve días –los mismos del duelo papal y de los emperadores bizantinos– y de recorrer a la inversa el recorrido que le llevó a La Habana desde la insurrecta Sierra Maestra en 1959, sus cenizas reposan dentro de una piedra traída de las míticas elevaciones donde combatió al imperialismo junto a otro gran mito, el Che Guevara. Su lucha no tiene hoy quien haya cogido el testigo.