1957. El año que Bueno Monreal bendijo a las cofradías

La última vez que el Domingo de Ramos cayó en 14 de abril ostentaba la vara de alcalde Jerónimo Domínguez, el célebre marqués del Contadero. Días después, Carmen Polo de Franco presidió el palco de autoridades, la lluvia deslució el Jueves Santo y San Buenaventura estrenó sus actuales andas.

13 abr 2019 / 07:47 h - Actualizado: 13 abr 2019 / 17:30 h.
"Semana Santa"
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El de 1957 sería un año irrepetible en lo que a música se refiere, pues dos jóvenes de Liverpool, John Lennon y Paul McCartney, darían inicio a una amistad de la que surgiría el mejor grupo de todos los tiempos. Asimismo, en aquellos meses, la U.R.S.S. pondría en órbita el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik, Malasia y Ghana se independizarían del Imperio británico y Eisenhower repetiría como presidente de los Estados Unidos. En España, la noticia deportiva estuvo en Barcelona, con la inauguración del Camp Nou, y también en Madrid, con la obtención de la segunda Copa de Europa por parte del conjunto merengue. Asturias, donde las fuerzas policiales abortaron una huelga de la minería, pondría la nota negativa a un año marcado por la emisión del primer telediario en TVE, el estreno de El último cuplé y la voz de Frank Sinatra. En el capítulo de nacimientos, no podemos obviar a Mágico González —aquel salvadoreño que deslumbró en el Cádiz C.F.—, Melanie Griffith, Gloria Estefan o nuestro Carlos Herrera; mientras que en el de fallecimientos, muchos lloraron a Humphrey Bogart, Diego Rivera y Gabriela Mistral.

«Sinfonía en blanco»

En cuanto a Sevilla, la noticia más relevante tuvo lugar el 8 de abril, Lunes de Pasión, pocos días después del pregón de Antonio Pérez Torres en el Teatro San Fernando. Esta no fue otra que la muerte del cardenal Segura, quien por deseo expreso sería enterrado en el Cerro de los Sagrados Corazones, en San Juan de Aznalfarache. Le sucedió Bueno Monreal, su coadjutor desde 1954, que supondría un soplo de aire fresco para el mundo de las cofradías. Una de sus primeras apariciones públicas, ya como arzobispo, fue durante la bendición de las Palmas en la Capilla Mayor de la Catedral, durante la mañana del Domingo de Ramos, así como en la posterior visita al Salvador, donde pudo admirar el nuevo manto de la Virgen del Socorro. Esa jornada el tiempo acompañó, pudiéndose disfrutar de un sol radiante en la salida de la Paz, a las tres y media de la tarde; en los Terceros, a las cinco menos cuarto; o en San Julián, a las cinco. La prensa calificó de «sinfonía en blanco» la llegada de los nazarenos del Porvenir a la plaza de San Francisco, inusualmente repleta a esas horas, y cuyos palcos estrenaban colgaduras. También llamaron la atención los nuevos candelabros del palio del Subterráneo, así como la corona y el manto de terciopelo de la Hiniesta —en esta ocasión el paso estuvo presidido por el alcalde Jerónimo Domínguez y Pérez de Vargas, marqués del Contadero—. Por su parte, los cofrades de San Roque tomaron la carrera oficial horas después de inaugurar la calle Virgen de Gracia y Esperanza, la cual lució engalanada para la ocasión; mientras que la Estrella presumió de corona, saya, toca y frontal de su paso, al igual que el Señor de las Penas, que estrenó potencias de oro. La nómina la cerraron la hermandad de la Amargura, cuya Dolorosa portó un pectoral de esmeraldas que había sido donado por el prelado difunto el día de su Coronación, y los tres pasos del Amor.

Se estrena la Virgen de las Tristezas

El Lunes Santo, las primeras puertas en abrirse fueron las de San Gonzalo —a las cuatro y media de la tarde—, y hora y media más tarde le tocaría el turno a Santa Marta, cuyo elevado número de penitentes llamó la atención entre el público que asistió a la salida. Por cierto que la trianera Virgen de la Salud lucía una saya realizada a partir de un traje de luces del torero venezolano Pepe Bermúdez, y un manto blanco bordado en el convento de Santa Isabel. Aunque la gran novedad fue contemplar por primera vez a la Virgen de las Tristezas bajo palio, luciendo un flamante ajuar. A saber: corona, puñal empedrado de brillantes, llamador y una pequeña efigie de la Virgen de Covadonga, entre otras cosas. Otro importante estreno fue el techo de palio de María Santísima de los Dolores, Titular de San Vicente, que deslumbró a los sones de la Banda Municipal, mientras que desde San Bartolomé el misterio de las Aguas procesionó acompañado de música de capilla. Por último, los hermanos del Museo portaron nuevos faroles, saliendo con la caída de la tarde y recogiéndose a la una de la madrugada. Como curiosidad, 1957 vería nacer a dos imágenes de gran devoción en la jornada: el Señor de la Redención y el Cautivo de Santa Genoveva. El primero, de Castillo Lastrucci, y el segundo obra de Paz Vélez. Ya el Martes Santo, cuyo cielo estuvo completamente nublado, sevillanos y curiosos pudieron contemplar la nueva cofradía de los Javieres, que salió a la calle en silencio, con un solo paso y apenas doscientos sesenta nazarenos; si bien la prensa de la época destacó su «extraordinaria severidad, orden y compostura». A las siete y media de la tarde, la calle Sierpes despedía al Cristo de la Salud y Buen Viaje, cuyas cornetas de la Cruz Roja acababan de superar la óptica Mubovis, expendedora de otófonos «suizos, alemanes y americanos», según rezaba su publicidad. Al mando del martillo iba Salvador Dorado «El Paitente», quien había vuelto a sorprender en la salida de la cofradía por su enorme maestría a la hora de gobernar los pasos. Poco después, la hermandad de los Estudiantes cruzó la carrera oficial con el rector José Hernández Díaz en sus filas —por cierto que la cofradía estrenaba ese año el primero de los guiones de las Facultades, concretamente el de Derecho—. San Benito volvió a levantar expectación desde el barrio de la Calzá, destacando el gran número de niños con antifaz y la música de la Guardia Civil tras el misterio. Una de las anécdotas del día fue la presencia de hermanos del Rocío en el cortejo de la Candelaria, luciendo sus característicos capirotes verdes, así como la del popular barman «Chicote», quien no faltó a su cita anual en San Nicolás. Uno de los momentos más singulares de esta corporación se vivió en los jardines del Hotel Alfonso XIII, donde Manolo de Sevilla y Chicharito interpretaron sendas saetas para regocijo de los numerosos turistas. Como colofón, hicieron su estación de penitencia el Dulce Nombre desde San Lorenzo —la Dolorosa lució numerosas alhajas—, y Santa Cruz desde su parroquia. Esta última con la novedad de la Virgen de los Dolores, tallada por Blas Molner y donada por un devoto de la corporación.

De Carmen Polo a Carmen Sevilla

El Miércoles Santo, las fuerzas de seguridad hubieron de redoblar sus esfuerzos ante la presencia de Carmen Polo de Franco, quien presenció los cortejos en la plaza de San Francisco acompañada de la marquesa de Huétor de Santillán. Una tarde en la que brillaron las siete cofradías del día, comenzando por San Bernardo, cuya Virgen del Refugio iba exornada con claveles blancos —en parte donados por el diestro Manolo Vázquez—, y continuando con la del Buen Fin, el Baratillo —que ese año sacaba cuatrocientos nazarenos y estrenaba los candelabros del palio—, y los Panaderos. Ante la Virgen de Regla, ataviada con una cruz de carey enviada por un hermano desde México, llegó a emocionarse la actriz Carmen Sevilla, recién llegada de Madrid. Cerraron la nómina el Cristo de Burgos, las Siete Palabras y la Lanzada; esta última con la presencia de su hermano mayor honorario, el presidente de la Audiencia. Al día siguiente, los templos estuvieron repletos desde primeras horas de la mañana, destacando los del Salvador, San Jacinto, la Macarena y San Lorenzo; tal vez porque muchos sevillanos temían que la lluvia desluciese la jornada, como así ocurrió. Y es que el aguacero caído poco antes de las cinco de la tarde trastocó la mayoría de los cortejos, logrando únicamente la Coronación de Espinas —que es como se conocía entonces a la cofradía del Valle— completar su estación de penitencia. Mientras los pasos de los Negritos hubieron de refugiarse en la Anunciación guiados por los Ariza, las Cigarreras buscó cobijo bajo las bóvedas catedralicias. Por su parte, la Quinta Angustia y Pasión suspendieron su salida, mientras que Montesión se dio la media vuelta cuando la Virgen del Rosario aún se hallaba en la capilla. No obstante, a las diez de la noche los cielos se despejaron, dando paso a una Madrugada fría en la que el Silencio y el Gran Poder encogieron las almas que hallaron a su paso. Mientras tanto, en el río Guadalquivir, una fragata aguardaba a la Esperanza de Triana con sus potentes reflectores, logrando entusiasmar a la masa; al igual que la Macarena, quien deslumbró a propios y extraños a lo largo de su hermoso y vibrante recorrido. Esa noche, la primera iba acompañada de la banda de Infantería de Marina, mientras la segunda se mecía a los sones de Soria 9. En cuanto al Calvario y los Gitanos, sus hermanos realizaron la estación sin novedad, poniéndose el broche durante la mañana del Viernes Santo, cuando las seis cofradías retornaron a sus templos.

Segundo Sábado Santo de la historia

Sin apenas respiro, la penúltima jornada se inició a las cinco de la tarde bajo un sol de justicia, por lo que los cofrades pudieron disfrutar de momentos irrepetibles en las calles Valflora y Castilla. Quince minutos después, ‘Los Caballos’ irrumpía en la calle Alhóndiga, tras efectuar una difícil salida desde Santa Catalina, a los sones de Aviación. Los estrenos del día fueron el paso de caoba de la Soledad de San Buenaventura, el frontal del palio de la O y los varales de Montserrat. Asimismo pudo admirarse a la sobria hermandad de San Isidoro —al frente de sus pasos iba Rafael Franco Rojas, el popular ‘Fatiga’— y el soberbio misterio de la Piedad de la Mortaja, que salió de su templo ya en las postrimerías del Viernes Santo. Como colofón a aquella Semana Santa marcada por la lluvia y los estrenos, el segundo Sábado Santo de la historia estuvo presidido por la Trinidad —entonces el Sagrado Decreto—, el Santo Entierro y la Soledad de San Lorenzo. Horas antes, a eso de la una y media, el Miserere de Eslava asombró a los afortunados que pudieron asistir a la iglesia de la Anunciación. La primera de las corporaciones, llegada desde María Auxiliadora, estrenó manto de oro y sedas de colores para su Virgen de la Esperanza, ropones para los pertigueros, incensarios y capillas en los respiraderos del palio. A su vez, el Santo Entierro sacó restaurados sus tres pasos, mientras que la Dolorosa de San Lorenzo —que acababa de celebrar su cuarto centenario— lució seis nuevos ciriales, veintiocho varas, dos faroles y diversas piezas para los acólitos. Sin duda, un cierre a la altura.