Antesala de esplendor y bullas en los barrios

Las cofradías del Viernes de Dolores bordan una primera jornada de vísperas en la que la masiva afluencia de público es la nota dominante

07 abr 2017 / 23:13 h - Actualizado: 08 abr 2017 / 12:05 h.
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  • El crucificado de Pasión y Muerte sale en horizontal desde la parroquia del Buen Aire. / Manuel Gómez
    El crucificado de Pasión y Muerte sale en horizontal desde la parroquia del Buen Aire. / Manuel Gómez
  • El misterio de Pino Montano, a su salida de la parroquia de San Isidoro Labrador. / Teresa Roca
    El misterio de Pino Montano, a su salida de la parroquia de San Isidoro Labrador. / Teresa Roca
  • El misterio de Nuestro Padre Jesús de Nazaret, al poco de salir de la parroquia. / Teresa Roca
    El misterio de Nuestro Padre Jesús de Nazaret, al poco de salir de la parroquia. / Teresa Roca
  • El Cristo de la Corona discurre por el Patio de los Naranjos de la Catedral. / Diego Díaz
    El Cristo de la Corona discurre por el Patio de los Naranjos de la Catedral. / Diego Díaz
  • Misterio de la Agrupación Bendición y Esperanza, de la parroquia de Jesús Obrero. / Teresa Roca
    Misterio de la Agrupación Bendición y Esperanza, de la parroquia de Jesús Obrero. / Teresa Roca
  • El misterio del Señor de la Salud y Clemencia sale de su templo en Bellavista. / M.J. Fernández
    El misterio del Señor de la Salud y Clemencia sale de su templo en Bellavista. / M.J. Fernández

La ciudad vivió ayer un Viernes de Dolores espléndido, de sol, bullas y de gozo pleno. Desde Pino Montano a Bellavista, pasando por Heliópolis, Polígono Sur, Triana o el Centro, todos los cortejos procesionales realizaron su estación de penitencia de manera brillante. La primera en salir fue la hermandad de Pino Montano, que tiñó de fiesta la barriada y contagió de alegría a los cofrades de otras latitudes de la ciudad. Tanto en los barrios como en el Casco Histórico con los ritos clásicos de las vísperas, la afluencia de público fue la nota dominante. Había muchas ganas de cofradías y el tiempo acompañó.

Bellavista

El barrio de Bellavista acoge a todo el mundo. Incluso al que traicionó a Jesús por 30 monedas de plata. «Judas tiene muchos admiradores», revela emocionado Juan Manuel Montaño poco antes de ponerse en la segunda trabajadera. De las manos de este vecino de 29 años ha salido Judas y San Juan, las dos nuevas imágenes que vienen a rematar el misterio del Señor de la Salud y Clemencia. «Ahora está perfecto», señala una señora mientras sucumbe a la mágica conjunción de la agrupación musical de la Redención y la cuadrilla de casta de Juan Manuel Martín. Antes, el capataz, recuerda a quien ya no está: «Va por Narci, que aunque no está físicamente en el balcón de en frente, nos está viendo desde el cielo». A la memoria de esta oficial de junta y camarera, fallecida hace unos meses, se dedica la primera levantá del «Moreno de Bellavista».

El éxtasis de las primeras chicotás es momentáneo. La mayoría de las vecinas aguarda su sitio en la cofradía. El de cada Viernes de Dolores. El que se expide con la papeleta de la promesa, justo en la trasera del palio. Allí van bordando con sus oraciones el manto de la Virgen que endulza sus días. Este año hay un rezo especial para el hermano mayor, Diego Centella, que se pierde la procesión al estar en convalecencia tras una reciente intervención quirúrgica. A su pronta recuperación van dirigidas las primeras palabras de Ernesto Sanguino al tocar el martillo: «Por nuestro hermano mayor. No digo nada más. Y por todos los sevillanos, que para eso tenemos aquí al alcalde [recién llegado en compañía del delegado de Fiestas Mayores y el del distrito para presenciar la salida del paso de palio]».

La emoción se dispara cuando suena el Ave María de Caccini por parte de la banda Santa Ana de Dos Hermanas. Ya en la calle afloran las lágrimas cuando la Virgen del Dulce Nombre avanza triunfalmente por Caldereros, la misma calle donde la hermandad tiene el comedor social que atiende a unas 200 personas diarias –muchas familias con niños-, que salen adelante cada día gracias a la generosidad de estos cofrades. ¡Cómo para no prendarse con la gente de Bellavista!

Pino Montano

A las cuatro de la tarde ya estaba el pequeño Gabriel apostado en una de las vallas que delimitaba ayer la puerta de la parroquia de San Isidro Labrador. Hacía un sol de justicia, aún quedaban casi dos horas para que su hermandad de Pino Montano se pusiera en la calle pero su cara era la viva expresión de la felicidad.

A sus seis años, Gabriel no pudo reprimir las lágrimas cuando, por las puertas del templo, asomaron los primeros varales del paso de palio de la Virgen del Amor. Antes, Nuestro Padre Jesús de Nazaret que, con túnica de tisú blanco, puso fin al año de espera que han vivido los vecinos de un barrio que cuenta sus años de Viernes de Dolores en Viernes de Dolores.

Un recorrido de más de ocho horas y media que llevó a la hermandad a prácticamente todos los rincones del barrio. Este año, la corporación de vísperas está celebrando el décimo aniversario de su erección como hermandad de penitencia.

Muchas lárimas se pudieron ver ayer en Pino Montano. Las lágrimas de todas esas personas que no entenderían su vida sin sus mayores devociones. Y es que, como decía el pequeño Gabriel, «aquí la queremos mucho».

Cristo de la Corona

La obra anónima del siglo XVI que sale de la Catedral de nuestra ciudad pide silencio, respeto y mucha reflexión cristiana. Algo que, quizás, se echó ayer de menos en algunos tramos del recorrido de la corporación de vísperas. El impecable cuerpo de nazarenos del Cristo de la Corona volvió a derramar las primeras gotas de cera de la Semana Santa sobre el adoquinado del corazón de Sevilla. Poco más de tres horas y media de recorrido para un cortejo que también estuvo acompañado por una reliquia de San Clemente, cedida para la estación de penitencia por la orden de Caballeros de San Clemente y San Fernando.

Sencillez exquisita en el paso del Señor, exornado, únicamente, con lirios morados. El paso ha estrenado, este año, el tallado de los faroles. Además, se ha restaurado la canastilla. Sobre las doce menos veinticinco de la noche, el Cristo de la Corona entró en su parroquia, poniendo el punto y final a una estación de penitencia que volvió a llevar el encanto de las vísperas al casco histórico de Sevilla.

La Misión

Lugar, la calle de la Amargura. Día, el Viernes de Dolores. La salida de la cofradía de la Misión es una cita en la que el universo claretiano de ayer, hoy y mañana se encuentra para ver el procesionar de la hermandad que tiene su sede en la iglesia colegial. Gente que en su día compartió pupitre y hoy, ya con otras obligaciones, hace una parada en su rutina para refrescar la memoria, darse un paseo por sus orígenes y presentar a los que todavía van en carrito de bebé. El ambiente es familiar, de camaradería, de antiguos colegas de clase que siguen unidos por ese Cristo que ha comenzado su viacrucis hasta su destino fatídico.

La salida del templo del misterio del Encuentro en la calle de la Amargura es pausada, así lo hacen también sus 450 nazarenos. Hay muchos ojos pendientes de cada uno de ellos, familias enteras que guardan en su rutina como el más pequeño de la casa se ata a la tradición claretiana gracias también a su vinculación con la cofradía de La Misión. Hay misiones que no tienen prisa alguna y la de perpetuar una vinculación se guisa siempre mejor al fuego lento con aroma de pasado y especias de futuro.

Pasión y Muerte

La calle que se inunda de volantes y sevillanas en mayo, enmudeció ayer al paso de la comitiva de Pasión y Muerte, la única cofradía de silencio del arrabal. El discurrir por Evangelista coincidió con la caída de la noche, lo que ayudó a guardar un mayor recogimiento ante los espigados nazarenos de ruan. La cera morada fue alfombrando el camino del imponente crucificado de Navarro Arteaga. «¡Qué ángeles más bonito!», alertaba una pareja sobre el estreno de las esquinas del paso. Los suaves sonidos de la capilla Gólgota invitaban a la reflexión y a la oración. Sorprendía la cantidad de gente que, a modo de promesa, seguían a Cristo clavado en el madero. La noche acompañaba y esperaba la parroquia de Santa Ana, la catedral cofrade de antaño que está de jubileo por sus 750 años de historia.