El veredicto de Judas

En estas fechas solo hay un Judas para el sevillano, y ese Judas no es otro que un señor barbudo con poses extrañas, esquivo, aislado, de marcadas facciones, suaves ropajes y pletórica bolsa en la que guardar los dineros

20 feb 2018 / 20:19 h - Actualizado: 20 feb 2018 / 20:39 h.
"Cofradías"
  • El veredicto de Judas

Querido lector, no; rotundamente no. Ha leído bien: Judas. Es verdad que podría estar haciendo referencia a una cerveza de alto contenido alcohólico con aromas delirantes de manzana, a un famoso grupo de heavy metal de aquella famosa ola de los años 80, o a infinitos Judas que, metafóricamente, identificamos con nuestros adversarios. Pero no, en estas fechas solo hay un Judas para el sevillano, y ese Judas no es otro que un señor barbudo con poses extrañas, esquivo, aislado, de marcadas facciones, suaves ropajes y pletórica bolsa en la que guardar los dineros. Ese Judas efímero, el que nos es presentado el Domingo de Ramos sentado a la mesa del Señor para cenar y de la que sale escaldado, ese mismo amigo que termina traicionando a Su Maestro en la calle Santiago, o que huye en plena noche de prendimiento en Orfila, en Pino Montano o en Bellavista, ese Judas es un personaje poco estudiado en la Sevillana Escuela de los Cofrades de a pie. Decidido a lavar su mala imagen (que también tiene el hombre derecho a abogado y a la presunción de inocencia), comencé a informarme de su caso, topándome con la desagradable noticia de que pocos documentos se guardan en los juzgados acerca de su caso. Defensa difícil a priori, y la opinión del pueblo en contra. El jurado popular ya emitió hace siglos su veredicto, pero el caso se ha vuelto a reabrir. La reapertura se debe a extraños fenómenos que aún no desvelaré, pero creo conveniente poner en antecedentes a la concurrencia que, a efecto de hechos veraces, está poco informada.

Judas tuvo que enfrentarse al escarnio de todos sus compañeros en el momento en el que Jesús pronunció aquella sentencia que dejaba claro que «uno de los sentados a aquella mesa lo traicionaría» y, tras la defensa que todos hicieron de su lealtad (curiosa defensa, por cierto), fue Judas el único que calló asumiendo con su sinceridad y silencio la culpabilidad. Judas calló, pero nadie sabe que esa traición ya estaba pactada de antemano: Jesús necesitaba de la colaboración de un buen amigo para que lo besara y así se cumpliera «lo que estaba escrito». Judas lloró pues no entendía de traiciones pero aceptó, resignado, el encargo de Aquel a quien tanto quería, y no tuvo más opción que representar su ingrato papel en la que sería Última Cena en comunión con los demás discípulos, a los que se les había encargado más agradables servicios en pro de la difusión de los hechos extraordinarios que tendrían lugar. De este modo, con el desprecio que ni siquiera Herodes sería capaz de infringir, Judas tomó, como estaba acordado, la bolsa con las monedas cuyo peso no le permitió probar bocado y, en cuanto pudo, se fue a prepararse. Titubeó, y mucho, al avisar a la soldadesca que atravesaba el Puente Cedrón de ida y que lo haría de nuevo a la vuelta con Jesús Preso cargado con la Esperanza de que el trance fuera rápido. Judas tuvo que enfrentarse a la mirada de Jesús tras el beso de la Redención y, cuentan los evangelistas, corroído por la avaricia se ahorcó; otras fuentes dicen que se descalabró en brutal caída y sus entrañas se desparramaron. Pero nadie cuenta, señoría, que Judas lo que no pudo soportar fue la pena de haber jugado el cruel papel que Jesús le había reservado.

Que nadie piense, pues, que Judas bajó a los infiernos. No. Judas hizo tiempo en el Purgatorio hasta que en la misma puerta del Cielo se volvió a encontrar a su compañero Pedro, que le negó la entrada hasta tres veces (su especialidad) antes de que Jesús se acercara desde su trono, convertido en Dios, y le ordenara a La Roca que franqueara el paso a quien más había sufrido Su Pasión. Era el momento de devolver un beso. Esta vez fueron los labios de Jesús los que acariciaron la mejilla del discípulo mientras con un susurro le daba las gracias: sin su fingida entrega no hubiese podido morir para salvar a todos los hombres.

Esta historia me la contó, sevillano, un señor anciano vestido con una extraña túnica de tonos grisáceos en la entrada del primer paso de la hermandad de Los Panaderos, haciendo hincapié en que me fijara en el rostro de Judas. Por primera vez pude observar en el mismo rasgos de alegría, llanto de gozo y esperanza. Me volví, impresionado, a mi interlocutor para transmitirle el escalofrío que recorría todo mi ser tras descubrir la posibilidad de que sus palabras fueran ciertas, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que su figura se había desvanecido como por arte de magia. En ese mismo instante, frente al portalón de la capilla de San Andrés, embelesado y con el barco del Prendimiento arriado ante mis ojos, escuché como un policía llamaba mi atención.

Señor, tenga cuidado, que en las bullas ya se sabe... y, tendiéndome una bolsa de cuero creyendo que era mía, la hizo sonar con un movimiento de muñeca. Al abrirla, encontré, 30 monedas de plata.

Querido lector, créame, si Judas besó a Jesús fue por una buena causa y, en su defensa, proclamo la sentencia que como circunstancial abogado debo emitir: Inocente. Ahora tiene que pronunciarse el pueblo.