Guía cofrade: Carritos (181)

Prosigue la Guía Cofrade de El Correo para saber de la Semana Santa sevillana tanto como los especialistas de El Correo de Andalucía

09 jun 2017 / 21:20 h - Actualizado: 10 jun 2017 / 08:31 h.
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  • Un carrito, sostenido de la forma más inverosímil al paso de una cofradía. / El Correo
    Un carrito, sostenido de la forma más inverosímil al paso de una cofradía. / El Correo

Penitencias, en Sevilla, hay tantas como pregoneros. En Semana Santa no hace falta revestirse de terciopelos y ceñirse con espartos para experimentar en las propias carnes el sufrimiento sacramental que las fechas imponen a los creyentes. Tampoco es preciso meterse bajo un paso, llevar una pértiga ni ninguna otra variante implícita al cortejo procesional: la calle ofrece otras alternativas si acaso menos piadosas, pero igualmente efectivas. Los carritos de bebé son una de las más mortificantes, como sabrá cualquiera que haya ido a ver pasos.

Para empezar, hay que decir que el carrito, en sí mismo, es un elemento muy, muy semanasantero. Al menos, el sevillano, que toma como modelo la cuádriga griega con cuchillas del tribuno Mesala, el malo de Ben-Hur, un clásico donde los haya de la televisión pascual. En la película, como es una ficción, gana Judá Ben Hur y su archienemigo romano acaba hecho trizas por la arena; en la realidad, los papeles se invierten y gana el conductor del vehículo letal. Porque, entre otras cosas, el carrito de bebé no se ve llegar hasta que no lo tiene uno clavado en algún punto inconcreto entre el talón y la corva. Es, por así decir, un mal subrepticio. Uno aparece ensartado en él, acuchillado por él, sin previo aviso y en el berenjenal de gente laxa y sin rumbo fijo que suele conformar los amasijos humanos en esta ciudad, llegada la primavera. De resultas de este siniestro, el agente causante, lejos de disculparse, pone cara de haberse encontrado a Malco comiéndose los mocos, y poco menos que exige una disculpa al atropellado, por su falta de consideración hacia el legítimo transporte de nenes por las calles, que para eso son de todos, en especial si tienen las piernas protegidas con espinilleras metálicas, como los romanos. Si el carrito es doble, doble es también la indignación. ¿Es que acaso no voy a poder amputar articulaciones a la gente que no me deja pasar con mi niño?, parecen decir con la mirada. Y como efectivamente pueden –según nueve de cada diez nuevos exégetas de la democracia–, pues allá que van y que vienen por entre las bullas, recreando por doquier la bella e inspiradora escena de la carrera de cuádrigas que William Wyler legó a la Semana Santa.