La tarde en que un adiós y la fe fueron cogidos de la mano

La Virgen de Gracia y Amparo salió acompañada de la imagen de San Juan. Maruja Vilches decía adiós como hermana mayor de los Javieres

11 abr 2017 / 20:13 h - Actualizado: 11 abr 2017 / 21:00 h.
"Martes Santo","Los Javieres","Semana Santa 2017"
  • Maruja Vilches realiza por última vez estación de penitencia como hermana mayor de los Javieres. / Teresa Roca
    Maruja Vilches realiza por última vez estación de penitencia como hermana mayor de los Javieres. / Teresa Roca

Ni el sol que caía a plomo en la calle Feria ni el calor en el interior de Omnium Sanctorum ahogaban las emociones de un Martes Santo que se presentaba repleto de recuerdos en los Javieres. Entre sus hermanos había ganas de resarcirse de ese mal sabor de boca que les dejó la salida a medias del pasado año cuando la lluvia se empeñó en aguar el estreno del San Juan junto a la Virgen de Gracia y Amparo. Todo eso era ya un mal sueño que no tenía visos de repetirse.

Era, por tanto, un año especial en el que la historia y los recuerdos querían darse la mano –de forma literal– en pleno corazón de la calle Feria. Y de este modo lo había dispuesto la hermandad, que en un gesto sin precedentes había unido las manos de la imagen de su dolorosa con las del apóstol de Montes de Oca para cerrar un pacto de amor que ya quedaba sellado para siempre. Era su particular forma de augurar un largo futuro a un conjunto escultórico que había encontrado su razón de ser bajo el palio de Paleteiro después de convivir durante décadas entre los muros de la parroquia. Solo hizo falta que el primer haz de luz de la calle Feria se reflejara sobre el paso para comprobar que estaban en lo cierto. Eran casi las cinco de la tarde de un Martes Santo en el que otro año más hubo que desafiar a la física.

La ojiva de Omnium Sanctorum puso a prueba la destreza de Rafael Díaz, tercera generación de una saga de capataces que se daba cita en la calle Feria. Su padre a su lado y, tras los dos, su abuelo Rafael Díaz Palacios, ya retirado, que observaba orgulloso el fruto de su legado. Ahí también había una mano que se agarraba con fuerza a la otra, como San Juan y la Virgen, pero en este caso bajo tres generaciones de capataces a las que abrazaba un ángel desde el cielo con nombre de mujer que por primera vez les faltaba.

Era difícil contener tanta emoción en ese instante. Lo fue también cuando en el interior del templo se levantaba el paso del Santísimo Cristo de las Almas. La mano que tocó el martillo fue la de un agradecido Miguel Ángel Pérez Fernández, hermano mayor de la Resurrección, cofradía con la que se cumplían 20 años de hermanamiento. Dos décadas de aquel Martes Santo de 1997 en el que los Javieres salía por última vez desde Santa Marina y regresaba a Omnium Sanctorum tras un exilio obligado que duró mucho más de lo esperado. Con este hermoso recuerdo se levantó el paso antes de buscar el dintel de la parroquia. Paso abierto, sin dudas. Sobre un monte de lirios morados que realzaba el dorado de su canastilla. Era el momento de volver a las calles de Sevilla. Allí lo esperaba el sol de la tarde y los músicos de la banda de Julián Cerdán que tocaban la marcha Cristo de las Almas de Ignacio Otero para hermosear la escena. Había silencio y música. Todo a la vez. Saetas y un estilo de cofradía que ha acabado por aportar el contrapunto perfecto al alma de la calle Feria.

Unos 400 nazarenos formaban el cortejo con el que los Javieres abrazaba a Sevilla. Ellos, con su túnica negra y la sencillez de su paso, agarraban con fuerza el cirio que iluminaba al Señor. Para todos era un Martes Santo de ensueño, especialmente para uno. Por última vez, Maruja Vilches tomaba en su mano la vara dorada con la que fue capaz de romper mitos para demostrar que en Sevilla es posible ser mujer y hermana mayor a la vez. Bajo su antifaz solo se distinguían unos ojos vidriosos que repasaban lentamente todo el esfuerzo de estos años. Su mano se agarraba con fe a la vara en el adiós. Como San Juan a la Virgen de Gracia y Amparo, como la historia a una hermandad de los Javieres que se sabe agradecida.