Locura de amor en El Cerro

Las inmediaciones de la parroquia de los Dolores interpreta una sinfonía de emociones: campanas, pétalos, vivas, palomas... Todo es poco para la Reina del barrio

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
11 abr 2017 / 20:32 h - Actualizado: 11 abr 2017 / 21:02 h.
"Cofradías","Martes Santo","El Cerro","Semana Santa 2017"
  • Lluvia de pétalos que regalan los vecinos a su Virgen de los Dolores al poco de salir de la parroquia del Cerro del Águila. / Fotos: Jesús Barrera
    Lluvia de pétalos que regalan los vecinos a su Virgen de los Dolores al poco de salir de la parroquia del Cerro del Águila. / Fotos: Jesús Barrera
  • Pequeños pidiendo caramelos y estampas a los nazarenos del Cerro.
    Pequeños pidiendo caramelos y estampas a los nazarenos del Cerro.

Para ver la salida del Cerro del Águila hay que madrugar. Sí, como lo están leyendo. Hay que levantarse temprano, casi tanto como en la mañana del 15 de agosto. Al menos si se quiere coger buen sitio para no perder detalle y empaparse de todo en primerísima fila. Juani y su familia lo tienen claro. Tanto como que los Martes Santo hay que amanecer a las puertas de la parroquia entre mantas, zapatos cómodos, bolsas repletas de avituallamiento y altas dosis de devoción. «Es la fe la que nos levanta cada año y nos trae hasta aquí. La gente del Cerro lo llevamos en las venas».

Desde hace más de veinte años Juani y los suyos tienen el mismo sitio: a la derecha nada más salir del templo. «Nos deberían de dar un premio a la fidelidad», bromea mientras saluda a los compañeros de al lado, las mismas caras desde hace años. La emoción contenida de la mañana estalla con la llegada de las bandas de música: El Sol para el paso de misterio y la de Amor de Cristo y San Sebastián para la cruz de guía. Suenan los primeros aplausos mientras apenas queda hueco en la calle Afán de Ribera, donde los vecinos han ido creando una carrera oficial con las sillas de casa y los hamacas de raya playera. Hay familias enteras esperando para ver pasar la cofradía que da sentido a todo en el barrio. Cuánto de legado en sus miradas. Cuánto de verdad en sus sentimientos.

La explicación a todo la da el párroco Alberto Tena a una joven periodista de una cadena nacional de televisión que pregunta insistentemente sobre la simbiosis de la cofradía y del barrio mientras que van saliendo los primeros nazarenos de capas impolutas y antifaces aterciopelados: «Dolores es la Madre del Cerro desde siempre. Da nombre a la parroquia y a la hermandad. Hay constancia de su devoción desde los orígenes remotos del barrio». No hay que dar tantas explicaciones a los que se asoman a los balcones de la casa de enfrente. Allí cuelgan letanías de la Virgen entre ramos de flores, damascos rojos y un cuadro de la que es Causa de su Alegría.

Aún no está el sol en lo alto y comienza a ser insoportable el calor. Se hace más llevadero con las primeras chicotás del paso de misterio. Suenan Cristo del Cerro, Esperanza de un barrio, y Pentecostés y Barrabás, las dos últimas marchas incorporadas al repertorio de la banda de cornetas y tambores de El Sol con el permiso de su autor, Manuel Esteban.

Desde el atrio del templo Juan Manuel Miñarro ve perderse el misterio. Sus manos se encargaron de restaurar a este crucificado que llegó del antiguo Hospital de las Cinco Llagas. También dieron vida a las figuras secundarias del misterio. «Me llamaron entonces y he terminado haciéndome hermano», se sincera mientras recuerda anécdotas de aquellos años en los que llegó a enfundarse el antifaz: «Al poco de llegar al centro, ya me había quedado sin caramelos ni estampas. Es que son muchas horas». En el camarín de la Virgen, en el altar mayor, el Nazareno de la Humildad, obra de Miñarro, queda al cuidado de la parroquia. «En un par de años podrá hacer estación y completar el sueño del tercer paso». El profesor e imaginero da en la tecla cuando señala dónde radica la gran devoción que despierta la Virgen de los Dolores: «Sebastián Santos supo captar la belleza de la Madre de Dios en su rostro». La misma que enloquece a los cerreños. Para muestra, la sinfonía de emociones que desata la salida del palio.

Tres himnos –el de Andalucía, la Marcha Real y Coronación de Marvizón– desencadenan la locura. Repiques de campanas, vítores bajo las trabajaderas y desde la bulla, y lluvia de pétalos. Todo es poco para la Reina de los Dolores. «¡Guapa!, ¡qué eres muy guapa!», grita una señora entre lágrimas mientras se aplaude con entusiasmo. 28 palomas blancas anuncian que la Madre del Cerro pone rumbo a la Catedral. Es la gloria de un barrio donde, como dicen los entendidos, «hay que morir».