Un día por las calles del barrio

Un reguero de color burdeos tiñó las calles que van de El Cerro del Águila al corazón de Sevilla cumpliendo así el principio de un sueño que nació de la esperanza de sus vecinos

01 abr 2015 / 10:37 h - Actualizado: 01 abr 2015 / 17:29 h.
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La de ayer fue la mañana de este barrio. Los que viven allí llevan todo un año esperando cumplir la rutina de su Martes Santo.

Para los vecinos, todo comienza temprano. Pedro, el niño de Mariqui, lleva horas preparando la masa de sus calentitos, sabe que es un día grande y en su casa no se cabe para desayunar. Un café, descafeinado, para nervios los que lleva más de uno en el estómago. Hay que remontar Afán de Rivera, arteria principal de este barrio y mientras caminan, una imagen: un reguero de terciopelo burdeos, el de los capirotes de cuantos nazarenos van a realizar su estación de penitencia, es el color del barrio. El mismo que corre por las venas de todos los que un día decidieron rendir pleitesía a la Reina de estas calles, o que fueron a buscar a su hijo a San Gil y que este año ha visto culminar el proyecto que con tanto cariño se creó para él allá por 1987.

Continúa el paseo, aparece Don Alberto, el párroco que bautizó, dio la comunión, confirmó y casó a más de medio barrio. No sé cuántos años lleva allí, siempre está en el mismo sitio, él nunca falla a sus hermanos.

Unos metros más adelante está el quiosco de Pilar, hoy le ayuda María, su hija, es un día de mucho ajetreo. En El Correo de Andalucía, César Rufino avisa de lo que viene. El que lee cree que lo ha visto todo y no, aún queda mucho.

Ya en la iglesia, van llegando nazarenos, uno de ellos se llama Alejandro. Un niño de 16 años al que vestir con la túnica de su tía le ha dado más de lo que él mismo cree. Está nervioso, lleva meses esperando este día. Su tío le da un beso, ambos se emocionan. Sólo ellos saben por qué.

Y por fin llega el momento, se abren las puertas. Surge la necesidad de saborearlo todo, nadie quiere perderse nada y abren los ojos aunque la humedad de sus lágrimas dejen esa estampa borrosa que se traduce otra vez en ese pellizco que revuelve el estómago. El principio de un sueño y Esperanza de mi barrio son las marchas que suenan, no sé quién eligió ese nombre, no puede ser más apropiado. Suenan campanas y un policía se cuadra, saluda. Ha llegado su majestad. La que todo lo puede, la que tanto da. Cuántas lágrimas.

Es el momento de las avenidas interminables, el calor, y por fin el centro. El Cerro llega a Carrera Oficial, la Catedral, misión cumplida. Ahora toca regresar a casa por el camino más corto. De vuelta, otra imagen; un naranjo, ya en flor y entre las hojas pasa ella. Pope al martillo. «Ahí quedó». Allí está Adela, con su gente. Catequista, comprometida con los suyos. Suena una saeta y no se puede evitar la emoción de un barrio, otra vez. Ha ido a verla, sólo ella sabe por qué. Mucho de lo que saben los niños que han tomado aquí la comunión, se lo contó esta señora.

Aparece una mirada y es la de Salvador, uno de los primeros costaleros que tuvo el barrio. Su recuerdo es el de todos, sus nietos han crecido escuchándole contar que él estuvo ahí debajo.

Poco a poco el sueño se va agotando. Pero no acaba, aquí siempre es Martes Santo.