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Actualizado: 26 may 2018 / 22:12 h.
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Por Ernesto Martín Fernández.

El pasado 20 de mayo, Domingo de Pentecostés, aniversario de la fundación de la Santa Madre Iglesia, y expectantes, por la entonces próxima, salida de María Santísima del Rocío, finalizó la Pascua y con ella también, las Procesiones parroquiales de enfermos e impedidos, destinadas a facilitar el cumplimiento a dichos hermanos, para cumplir el precepto de comulgar por Pascua Florida. Ello no significa, no obstante, que durante las dos próximas semanas, Cristo vivo Sacramentado, no siga procesionando por los distintos barrios de nuestra capital, amén de la Magna Procesión organizada por el cabildo Catedralicio.

Afortunadamente, estamos viviendo en nuestra Archidiócesis, un claro auge de todo lo referido al culto a SDM, siguiendo las indicaciones de nuestro Pastor. Aumentan los cultos eucarísticos adorativos y las procesiones, resurgen asociaciones eucarísticas parroquiales y se incrementa sustancialmente la asistencia a convivencias sacramentales y a jornadas dedicadas a la formación en materias litúrgicas y doctrinales. No obstante lo anterior, de manera recurrente y desde distintos ámbitos, hay quienes cuestionan la necesidad y/o oportunidad de las referidas Procesiones de impedidos, con argumentos tales como, la supuesta poca asistencia de público, los cortes de tráfico, la asistencia diaria de sacerdotes en la pastoral de la salud, la insuficiencia de comulgantes...

La hermandades sacramentales, fusionadas o no, se constituyen históricamente, como un verdadero ejercito auxiliar de su Parroquia, para facilitar la administración del Sagrada Comunión. Por tanto, forma parte de la genética de estas queridas corporaciones el organizar y fomentar, dentro de sus reglas, este tipo de manifestación pública, por lo que debemos concluir, que estas procesiones no están, aunque ciertamente no viene mal, para ser vistas, sino para cumplir una cinco veces centenaria misión. A veces con mofa, se afirma que en no pocas ocasiones, son más lo que participan que los que las contemplan y lo conceptúan como algo negativo, cuando ciertamente en estos convulsos tiempos, estimo que es una verdadero y necesario testimonio público de fe y compromiso cristiano el formar parte de dichos cortejos, que no deben medirse con los parámetros de los penitenciales o letíficos.

¿Para qué la procesión si sacerdotes y voluntarios atienden con asiduidad a los enfermos e impedidos? Pienso y creo, que cualquier Eucaristía, tiene por si un valor infinito, pues con ella recibimos de manera real, verdadera y substancialmente al cuerpo de Ntro. Sr. Jesucristo, pero igualmente entiendo, que no desmerece en absoluto lo anterior, si un día al año, la comunidad parroquial, con todo lo mejor que tiene –al igual que hizo la mujer que perfumó los pies a Cristo–, se desplace al domicilio de estos hermanos, como manifestación de cariño a ellos, para que reciban la comunión en el tiempo litúrgico más importante del año. Personalmente, en muchas ocasiones, he visto la autentica cara de satisfacción y felicidad de esos enfermos, que previamente incluso han montado su particular altar, cuando el sacerdote acompañado de la plata vieja de unos faroles de mano y el oro y la seda de clásicas capas pluviales lleva al Cordero divino a su corazón y a su hogar. Es, para ellos, su verdadera Función Principal, en sustitución a la que desgraciadamente no pueden asistir.

En estrecha vinculación con lo anterior entiendo igualmente que por parte de las hermandades sacramentales, se debe potenciar el auxilio parroquial en lo referente a la pastoral de la salud, colaborando en el día a día de todo tipo de atenciones a los enfermos, y también muy principalmente en el aspecto formativo, recordándoles la joya que supone el acercarse a Jesús Sacramentado y comulgar frecuentemente. Si escasean los comulgantes, la solución no es suprimir las procesiones, sino que aumenten los primeros. Ciertamente es el camino difícil que hizo huir al joven del Evangelio, pero a la postre y con la ayuda de Dios, el más efectivo para que la devoción a SDM, con buenos fundamentos doctrinales, vuelva a lo que fue en fechas no tan lejanas, un magnifico instrumento pastoral, y todo ello Ad Maiorem Dei Gloriam et Beatissime Virginis Mariae Honorem.