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Actualizado: 29 sep 2016 / 00:08 h.
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La Bienal es más larga que un día sin pan. Llevamos ya una semana viendo caras soñolientas, descolgadas. Hasta los que entran de barba tienen ya cara de haber pasado una noche mala, como cantaba por tangos el maestro Morente. Y lo peor es que no te puedes echar una cabezadita en la butaca, por mucho que te aburras, porque el festival tiene sus vigilantes. No en nómina, son solo aficionados de la calle que están mirándote todo el espectáculo a ver la cara que pones cuando el cantaor cruza la soleá de El Mellizo con la de El Ollero o al guitarrista se le va una nota. Es el clásico cabal que tiene en su casa todas las antologías, la fotografía de Mairena con la Llave del Cante y cientos de cintas de casete de las que vendía Delgado en El Jueves. El que te dice, en el tono de Vallejo, que a ver lo que escribes de esto mañana y que cuando llega el periódico al quiosco de su barrio ya está esperándolo tijeras en mano y con su carpeta azul de gomillas en la axila, donde lo guarda todo para poder darte un día con el recorte en el hocico. Porque además tienen un memorión de la leche.