Image
Actualizado: 26 sep 2016 / 22:58 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado

Nos falta tiempo para echarles flores a los muertos que ya no pueden olerlas. Durante toda la vida, hubo escritores, actores, vecinos haciéndolo muy bien, y jamás leímos un libro suyo, o saboreamos una de sus películas, o nos detuvimos a charlar un rato. Bastó su muerte para ensalzar sus virtudes, para dedicarnos a conocerlos mejor, porque solemnizamos más las huellas que quienes las provocaron. Especialistas en ello somos todos, y como consecuencia las administraciones públicas, que no solo son reflejo de nuestros votos, sino que bailan al mismo caprichoso son. Por eso llegan tarde a casi todo.

Cuando la agricultura había evolucionado hasta ser un sector envidiable sin falsos ecologismos, se machacó al agricultor para que lo dejara, mimando solo a los aspirantes a terratenientes. Ahora que todo el ladrillo se derrumbó, la desgracia es verdear por 20 euros y dar gracias.

Cuando la economía hubiera dado para ayudar a los pocos que lo necesitaban, se prefirió regalar ayudas a todos sin necesidad, para luego tener la necesidad de ayudar a todos, y finalmente ayudar solo a los bancos para que fueran ellos los que volvieran a ayudarnos, cíclica y maquiavélicamente.

Cuando la educación estaba en alza porque tantas décadas de necesidad la habían cicatrizado, primero se engañó a los alumnos y a sus padres con cuentos chinos sobre el aprendizaje, luego se desmotivó al profesorado y finalmente se sacralizó que la universidad debía ser un vivero de empresas.

Ahora que ya es demasiado tarde, los universitarios se pluriemplean para que los bancos y las empresas les perdonen la vida, es decir, que los dejen vivir hasta que el júbilo de otros decida cuándo deben jubilarse.

ETIQUETAS ►