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Actualizado: 16 dic 2017 / 23:11 h.
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Una familia a la que conozco bien se encuentra estos días en un hospital público de Sevilla con su hija de 12 años ingresada por lo que parece un ataque de apendicitis, aunque cuando estoy escribiendo estas líneas aún no tiene un diagnóstico definitivo. ¿Saben cómo han llegado a ese centro hospitalario? Pues después de una angustiosa peregrinación que los hizo pasar por tres hospitales privados de la ciudad cuyos servicios pagan religiosa y generosamente pero que no disponían de un especialista pediátrico de urgencias cuando ellos lo necesitaron. Fueron los propios profesionales de la medicina privada quienes recomendaron a la familia dirigirse a uno de los centros de la Seguridad Social de referencia en Sevilla para que la niña recibiera atención cuanto antes.

¿Qué está pasando aquí? En el hospital público a la chiquilla la tuvieron en observación en una sala que parecía un laboratorio clandestino. Por no haber, no había ni almohadas, un par de mantitas enrolladas sirvieron en un primer momento de apoyo para la cabeza de la enferma. ¿Pero cómo la atendieron? «Maravillosamente, mejor que en ninguno de los hospitales que hemos recorrido desde las siete hasta las once de la noche con la niña retorciéndose del dolor», es la respuesta de la madre, que por fin empieza a respirar tranquila viendo a su hija ingresada en planta y permanentemente vigilada.

La conclusión: pese a los recortes infames, a la falta de medios, a los obstáculos que deben sortear permanentemente, los profesionales de la sanidad pública son quienes mantienen en pie un operativo asistencial que sigue mereciendo los elogios de la gran mayoría de los usuarios. También cosecha críticas, naturalmente, de humanos es errar, pero que conste, aquí el factor humano es el que les está salvando los muebles a los responsables públicos, que se están mostrando incapaces de gestionar con solvencia un sistema de salud que deberíamos considerar la joya de la corona de nuestra historia reciente.

En el ambulatorio, la primera ola de frío del invierno satura los pasillos y las salas de espera de las consultas. Los solicitantes de cita previa forman una cola interminable en la que no se hacen distinciones entre quienes vienen buscando atención inmediata y quienes por el contrario se dan por satisfechos si obtienen una cita para dentro de dos semanas porque el objeto de su consulta no exige respuesta rápida.

Los de urgencias son derivados a las diferentes consultas en el orden que les corresponde. Lo más opuesto a un criterio racional que valore la gravedad de cada caso, pero en fin, digamos que con cierto punto de organización dentro del caos. ¿Y quieren saber cómo finalmente son atendidos los casos más imperativos? Sencillamente, por el voluntarioso método de que el médico que iba terminando en su consulta asume a los pacientes que han ido llegando sin cita pero con necesidad de que los vean. Sin una mala cara. Vuelta a ponerse la bata, vámonos que nos vamos y nunca mejor dicho. De nuevo el esfuerzo del personal, la vocación, la buena disposición, la profesionalidad, el celo de quienes trabajan ahí hacen grande este servicio de salud.

Me gustaría saber si de verdad vamos a dejar que se pierda este capital. Si la tendencia inexorable que observamos hacia la medicina privada va a continuar empobreciendo los servicios públicos, si los presupuestos van a continuar cicateando sus recursos, si el negocio de la salud y sus redes de intereses han venido para quedarse. La inyección presupuestaria que requiere la apuesta por la sanidad pública es evidente. De igual modo se cuestionan continuamente los modelos de gestión y la transparencia de los mismos, como si la complejidad del aparato de la seguridad social se hubiera corrompido con los años.

En caso de que decidan acometer la profunda y necesaria renovación para limpiar y engrasar esa maquinaria, permítanme recomendarles, señores responsables públicos, que no vayan a buscar muy lejos a los nuevos gestores, a las cabezas pensantes de esa transformación. En los hospitales, en los centros de salud, tienen ustedes auténticos genios, trabajadores ejemplares, certeros visionarios que no dudan qué hacer en cada circunstancia aunque les falten almohadas, gasas, tiempo o personal. Busquen ahí a sus consejeros, a sus colaboradores. Si alguien conoce el secreto para que esto funcione no tengan duda de que lo encontrarán entre su personal. A los hechos me remito, sin ellos ahora mismo no estaríamos hablando de ná.

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