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Actualizado: 15 dic 2017 / 21:44 h.
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Fue cuando tenía siete años. Un vecino me lo dijo y se quedó tan pichi. Me llevó a la habitación de sus padres, abrió la puerta del armario empotrado, señaló una pila de juguetes bastante considerable y volvió a cerrar. Sin compasión, sin regates. Los Reyes Magos de Oriente desaparecieron del mapa para siempre y con ellos una de esas primeras ilusiones de los niños españoles que crecen creyendo que unos tipos barbudos son capaces de cualquier cosa. Todo se convirtió en lo que ahora es. Lo real. Fue como recibir un gancho en el hígado.

Pero un crío con siete años tiene capacidad suficiente para convertir una gran decepción en una gran ventaja frente a los adultos. Fingir aquí y allí, poner cara de no saber nada de nada, disfrutar de unos mayores empeñados en hacerte feliz a base de regalos. Fue fácil superar aquello. En realidad, se cambia una mentira por otra. Antes eras engañado y ahora eres el estafador. Lo que decía, la vida acababa de convertirse en lo real.

Durante algunos años pensé que los Reyes Magos habían desaparecido para siempre sin saber que la vida iba e estar llena de una cantidad más que considerable de majestades; una cantidad de gente importante que termina, como los auténticos, siendo un engaño terrible. En realidad, en la vida casi todo es un engaño morrocotudo. Empezando por nosotros mismos. Sí, nos pasamos la vida haciendo creer a los demás que somos mucho más guays, más sensatos, más profundos, más divertidos y más de todo lo que se debe ser más para molar a otros.

Las decepciones, cuanto más inesperadas, más se parecen a aquel primer descubrimiento de la mentira. A esto se le llama perder la inocencia, o hacerse mayor, o cagarla. Incluso algunos lo llaman madurar. Sabes que las sufrirás con frecuencia, pero si te pesca desprevenido... duele.

La vida está llena de baches que la convierten en una especie de carrera de locos en la que puedes encontrar a Pierre Nodoyuna y su lindo pulgoso, Pedro bello, Penélope glamour, tú mismo convertido en el villano que deja pedruscos en el camino o un buen montón de TNT marca Acme en las cunetas imposibles. Los que ya peinan canas saben que me refiero a personajes de dibujos animados que protagonizaban una serie llamada Autos locos en la que sucedían todo tipo de accidentes provocados por unos y otros. Los que no las peinan, ahora, ya lo saben. Madurar es descubrir que tu padre no es ese héroe invencible ni tu madre la dama de las camelias, que el matrimonio es la más difícil de todas las pruebas posibles, que un amigo puede hacer dedo en la carretera y subir en el coche del enemigo para saludarte en la primera curva peligrosa con cara de angelito. Cada día descubres que no existen las hadas, ni sus majestades, ni Santa Claus. Ni tú mismo que acabas de echar a la cuneta a otro que te adelantaba por la derecha. Esto es más complicado de superar que lo de saber que los Reyes son papá y mamá. Y descubrir que eres de los malos se hace muy cuesta arriba.

La buena noticia es que, con el paso del tiempo, aprendes que lo único importante es que los Reyes Magos que negaste son los que están en su sitio cada año, que dejan regalos debajo del árbol engalanado, rodeado de pares de zapatos brillantes, llueva, nieve o caiga la mundial. Es lo único verdadero porque es en lo único que creíste sin límites. Con toda la inocencia del mundo. Cuando tus padres eran invencibles y maravillosos. Cuando el universo se movía con tranquilidad para que cada cosa estuviera en el lugar justo. Las verdades que ordenan la niñez son inmutables, absolutas y reconfortantes. El resto se pueden deshacer en cualquier momento, pueden desaparecer por arte de magia en cualquier esquina.

Este año, como hago siempre, dejaré los zapatos recién cepillados donde toca. Pensaré al acostarme que todo es verdad, pediré lo imposible por si las moscas. Una noche así puede ser mágica. Es la única del año en que la verdad se apodera del cosmos. Seré obediente desde la inocencia y me obligaré a dormir pronto para no ver a los magos. Total es un día de trescientos sesenta y cinco. ~

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