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Actualizado: 27 oct 2016 / 08:42 h.
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La Iglesia católica quiere controlar a sus muertos, tenerlos localizados y censados, que no anden por ahí desperdigados en el mar o en los olivos haciendo de las suyas. Que sus cenizas, en caso de haber sido cremados, no acaben adornando un mueble cualquiera, como una figurita de Ceuta, o en un amuleto con cordón de oro pagado a plazos. Mucho ha tardado la Iglesia en reaccionar, porque esto de los muertos es un cachondeo. Está bien eso de la cremación, que es un sistema más económico e higiénico que la clásica tumba en suelo o pared, pero eso es una cosa y otra muy distinta andar con las cenizas del pobre difunto de un lado para otro, llevándolas al fútbol o al Espigón de Huelva para que las vean y huelan las lubinas que el espichado nunca pudo pescar. A ver si aquí cada uno va a hacer con sus muertos lo que le venga en gana, que es que no nos acabamos de enterar que las almas son de la Iglesia, o sea, de Dios, que está en todas partes, pero los muertos no. Es mejor que estén controlados a que puedan acabar convertidos en consoladores o braguitas.

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