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Actualizado: 19 ago 2017 / 23:18 h.
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Hoy somos Barcelona, como ayer fuimos Niza, Berlín, Londres, Bruselas o París. Necesitamos imperiosamente concentrar el dolor, señalar un lugar en el mapa donde derramar nuestras condolencias. Pero las ciudades no sufren ni tienen miedos, sentimientos propiamente humanos. Hasta los límites de la ciudad son inútiles para encerrar el horror, que no es otra cosa que la expresión de la brutalidad despiadada sin razón alguna que la justifique. Todos somos -sin lugar geográfico concreto- sería condolencia suficiente, aunque tal vez fuese más cierto un todos podíamos haber sido, que es lo que de verdad diríamos si el miedo lograse paralizarnos. En una sociedad abierta, libre de fronteras e interconectada al punto de la saturación, el espacio y el tiempo son tan relativos que un maldito viernes de agosto por la tarde por las Ramblas de Barcelona paseaba libremente medio mundo.

El mundo libre es una gran ciudad tejida en red por donde circula la información, la cultura, las lenguas, las ideas, una forma de vida o nueva civilización con la libertad como centro y eje del sistema. De modo que cuando se atenta contra una de sus partes, el todo se resiente, lo sufre y lo padece. Por eso es exigible que piense y actúe como tal, como un compuesto sostenido por una misma voluntad común de convivencia en democracia, justicia y fraternidad. La inteligencia frente al terror solo lo será si sabe adaptarse a esta nueva orografía, donde los Estados nacionales han devenido débiles y poco eficientes, inventos de un pasado todavía demasiado presente y que se resiste a morir. Tal vez esté ahí la clave de muchas de las cosas que nos pasan, como en estos días se está poniendo tristemente de manifiesto.

Pero este todos que somos no es perfecto, y puede que cada vez lo sea un poco menos. Conviven en nuestro interior jóvenes asesinos sin piedad de hombres y mujeres inocentes que prefieren inmolarse a vivir en paz consigo mismo y los demás. Preguntarnos el porqué es un paso necesario, pero actuar para evitarlo cuando tengamos respuestas es imprescindible. Pero hay una premisa fáctica que no podemos ni debemos eludir, mucho menos pretender evitar con políticas racistas o supremacistas, y que no es más que ser conscientes de que ese todos que somos es un sujeto plural, variado y heterogéneo. Una verdad en la que, casi sin discusión, radica el éxito de nuestro modo de vida. Trabajemos en esa dirección, hagámoslo con ahínco, una forma de respetar y honrar la memoria de nuestros muertos.