Luto y fe, recogimiento y luz, muerte... y vida

Jornada tranquila y con menos calor en un Viernes pleno de devoción. Jesús había muerto y así se pudo ver y escuchar por Sevilla... sin perder la esperanza

03 abr 2015 / 23:20 h - Actualizado: 04 abr 2015 / 19:36 h.
"Viernes Santo","Semana Santa 2015"
  • La Mortaja, junto al Palacio de Dueñas. / José Luis Montero
    La Mortaja, junto al Palacio de Dueñas. / José Luis Montero

Tras una Madrugá con más incidencias de las deseadas, la tarde del Viernes Santo se abría en Sevilla menos de una hora después de que la Esperanza de Triana –también la Macarena– entrara en su capilla, en otro punto no muy lejano del arrabal. Cuánto calor hace en la calle Castilla cuando hace calor y cómo se le echa de menos en tantos años de salidas truncadas por la lluvia.

El Crucificado excelso de Ruiz Gijón, sin corona de espinas ni potencias, salía a la calle tras levantarse a pulso aliviado a las 16.22 de la tarde. Al Cristo de la Expiración lo recibía El Sacri, con una bella saeta a las puertas de su basílica. También el saetero cantaba a la Virgen del Patrocinio que se marchaba en dirección al Puente de Triana a los sones de Corpus Christi.

A la misma hora, en el Arenal, los elegantes nazarenos de terciopelo azul de la hermandad de la Carretería antecedían la salida del magnífico misterio de las Tres Necesidades, del Cristo de la Salud y Nuestra Señora de la Luz, para repetir ese milagro que cada año tiene lugar a la salida y la entrada de la cofradía, de un paso más largo que la anchura de la calle Real de la Carretería, lo que le obliga a girar desde la misma salida. «Tranquilo y sin mieo», dice el capataz. Magnífico paso y magnífico momento, otrora casi íntimo y que cada año reúne a más sevillanos a sus puertas y en las estrechas bocacalles del entorno.

Madera oscura, casi negra, y lirios morados, y la elegancia que no se pierde desde la cruz de guía hasta el último músico de la banda de palio de las Cigarreras. Había que agradecer que con unas temperaturas más benévolas que en días anteriores se podían soportar mejor las túnicas de terciopelo y los guantes negros preceptivos.

Las dos vírgenes de la hermandad miran al cielo: la de la Luz, al Hijo muerto, y en el palio la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad al Padre, que entra en Campana con Ione música fúnebre y clásica.

Poca gente aún en el inicio de la carrera oficial, y casi nadie en el Duque, cuando llegaba la segunda hermandad del día. Como el año pasado, aunque distinta, la Soledad de San Buenaventura volvía a sorprender con la forma de vestirla Grande de León, inspirado en fotografías antiguas, y con la colocación de las manos, la izquierda en el corazón, con un pañuelo y la derecha sosteniendo la corona de espinas. Destacaba sobre todo el nuevo pecherín de tisú de plata bordado en oro y rematado con pequeños flecos. Un Padrenuestro a modo de saeta a la cruz de guía en su salida y el paso de madera y plata primorosamente adornado, y perfumado, con jacintos morados y rosas color malva. A los sones de Margot entraba en una Campana ya más concurrida.

Con algún retraso, aunque no mucho a estas alturas de la tarde llegaba el Cachorro a la Campana, cuando el sol que entraba por la calle Alfonso XII creaba un magnífico contraluz y hacía relucir el dorado del paso y el cristal de los candelabros. La banda de la Presentación de Dos Hermanas tocaba Soledad de San Pablo cuando el capataz, Ismael Vargas, recibía desde abajo del paso la dedicatoria de la levantá en el palquillo por su 40 aniversario en el martillo.

La cruz de guía de la hermandad de la O llevaba un rato esperando cuando llegaba a la confluencia de Velázquez y O’Donnell el palio del Patrocinio que alegró la Campana al son de Campanilleros.

El paso dorado del Nazareno de Pedro Roldán ha completado este año su restauración y estrenaba dos nuevas cartelas. Cuando salía por las puertas de la parroquia de la calle Castilla la esperanza –o expectación– del Viernes Santo, la Virgen de la O, la Madre que da la vida, el hermano mayor, Antonio Palma, en su último año en el cargo y con lágrimas en los ojos tocaba el martillo tras la dedicatoria también emocionada del capataz, y una lluvia de pétalos recibía a la Dolorosa tras la difícil salida. Música del Carmen de Salteras para el último palio de Triana en cruzar a Sevilla, aún con sones macarenos en la Campana tras una larga madrugada con la Reina de San Gil. En cada cirio de su candelería, el nombre de uno de los niños nacidos gracias a la Fundación Esperanza y Vida.

La hermandad de San Isidoro no lleva música, pero tiene una banda sonora ya clásica: las saetas de El Sacri que acompañan la salida, primero de la cruz de guía de la cofradía y después de cada uno de los pasos. Muchos foráneos, o sevillanos despistados, se dieron cita en el entorno de la Costanilla, porque tras las dos primeras interpretaciones se escuchaban palmas, y a continuación siseos para mandar callar. A la tercera, con el palio, ya guardaron silencio. Monte de claveles rojos bajo los pies de Jesús de las Tres Caídas y el cirineo de Ruiz Gijón, y flores blancas para el palio dorado, único, de la Virgen de Loreto. La cofradía entraba con casi 20 minutos de retraso en Campana, el acumulado a esas primeras horas de la noche por las que le precedieron en la carrera oficial. En silencio, o rezando bajo el paso, dando ejemplo de cómo procesiona por Sevilla una cofradía de negro.

Y qué decir de la banda de las Tres Caídas de Triana. Pues ni un ápice de fuerza perdieron en la Madrugá, como demostraron sus músicos desde la salida del misterio de la Conversión del Buen Ladrón de Montserrat, ese barco comandado por José Vargas y que preside el magnífico crucificado que tallara Juan de Mesa en 1620, ese Gran Poder Crucificado tan distinto de otros cristos del imaginero cordobés que procesionan por Sevilla.

La hermandad de la Magdalena ha conmemorado este año el 150 aniversario de la representación de la Fe en su cortejo, representada por una joven hermana. El palio salía a las puertas de su capilla a los sones de Virgen de Montserrat a cargo de la banda del Maestro Tejera y llegaba a Campana con Soleá dame la mano, qué más se podía pedir.

La última cofradía del día, La Mortaja, decidía retrasar unos minutos su salida para adecuar su paso a la demora acumulada ya a esas horas de la tarde y evitar la excesiva espera en la plaza del Duque. Y no se equivocaron, e incluso así les tocó esperar. A la hora que tenía la hermandad que entrar en Campana llegaba al palquillo el paso de misterio de Montserrat. Finalmente, el día superó los 25 minutos de retraso.

Como San Isidoro, La Mortaja tiene otro ritmo, otros sonidos, en este caso el del muñidor, el trío de capilla y las voces celestiales de la Escolanía de María Auxiliadora. El grandioso misterio de Jesús Descendido de la Cruz y María Santísima de la Piedad, que luce tan bien de noche, salía con luz del día a la calle Bustos Tavera, pero llegó de noche al centro neurálgico donde le esperaba Sevilla. Dieciocho ciriales para acompañar a este Señor muerto, a punto de amortajar. No mucha gente todo el día, la justa para poder paladear esos tesoros que la ciudad ofrece cada Viernes Santo a propios y extraños.