El escultor de Castilblanco

Jesús Manuel Romero hace de sus devociones y su profesión un modo de vida

05 mar 2018 / 07:51 h - Actualizado: 05 mar 2018 / 10:30 h.
"Cuaresma"
  • Jesús Manuel disfruta con la creación, aunque actualmente está trabajando más la restauración. / Santi León
    Jesús Manuel disfruta con la creación, aunque actualmente está trabajando más la restauración. / Santi León

Cuando se nace en una familia cofrade, esa afición se lleva dentro. Y si «te dan los biberones en la sacristía y montando altares de cultos», es imposible no llenarse de este mundo. Hasta hacer de él un modo de vida. Es el caso de Jesús Manuel Romero, el escultor de Castilblanco.

Desde pequeño ha estado relacionado de forma inseparable con las cofradías. Este hecho despertó su interés por el arte sacro. Por ello, acabada la secundaria, se decantó por la escuela de arte. «Yo no quería libros, quería trabajar en esto», afirma.

Encauzó su formación profesional primero a través del dorado y la policromía, para después ampliarla con sucesivos grados de escultura y talla en piedra. Los conocimientos académicos se vieron amplificados con el trabajo como aprendiz en el taller de los Hermanos González, «los doradores de Sevilla». Ubicado entonces en el corralón de la calle Goles, allí convivió con artistas como Manuel Durán, Francisco Verdugo, Méndez Lastrucci y la Orfebrería Delgado: «Vas cogiendo ideas, sensaciones, aprendes de la forma de trabajar de estos maestros. Un café con cualquiera de ellos es una lección». A estas alturas, el «veneno» del arte sacro y cofrade ya estaba en su interior, y no dudaba de que esta era su dedicación: «A pesar de que mi padre me ponía de loco y decía que de esto no se come».

Compaginó el trabajo en el taller –«un día con los González era como tres meses en la escuela»–, con sus estudios. Ampliados con la carrera de Magisterio, la dejó sin finalizar por una beca en Nápoles con un restaurador, del que aprendió otra vertiente de su oficio, completada con Arquillo en la facultad de Bellas Artes.

En esta etapa aprendió que «el oficio de la artesanía cofrade es una forma de vida. No se puede ser escultor por las mañanas y por las tardes dedicarse a otra cosa. Esto llena y determina tu vida». Hasta tal punto que ve a gente y piensa: «vaya cara de Pilatos que tiene. A veces hasta he pedido permiso para hacer fotos, pensando en esculpirlo después».

Porque ha hecho de su profesión su forma de vida. Una vida que parte y compagina desde su sentir cofrade. Como tal, siempre anda vinculado sobre todo con las hermandades de su pueblo, hermano de nómina de todas. El Domingo de Ramos hace doblete: por la mañana como capataz de la Borriquita castilblanqueña y por la noche sale de costalero con el Cristo del Amor en Sevilla. También costalero del Nazareno de Castilblanco en la mañana del Viernes Santo, lleva a gala todas su devociones.

Disfruta con la creación como escultor, aunque actualmente está trabajando más la restauración e incluso la modificación de obras. «Los escultores hacemos restauración escultórica», para dotar a las imágenes de valores y unción sagrada cuando no la presentan.

Su buen hacer llega a toda la geografía española. Ciudad Real, Utrera, Torralba de Calatrava, Almodóvar del Campo, Real de la Jara, Villaverde del Río o Brenes son algunas de las localidades para las que trabaja. Durante todo el año tiene su taller a pleno rendimiento. Ubicado en la calle León Felipe, ha rechazado ofrecimientos para instalarse en la capital: «Defiendo a ultranza mis raíces como el escultor de Castilblanco». Y la experiencia demuestra que la localización no es inconveniente, sino casi valor añadido, para solicitar sus trabajos. Incluso un obispo ha recurrido a él para la ejecución de una imagen de devoción particular.

Su primera imagen bendecida fue un San Benito para El Castillo de las Guardas, tallada en 2005. En su prolífica producción destaca dos imágenes, «las dos que tengo en mi pueblo, que son un puntal de apoyo». Una es Santiago Apóstol, de especial significación además por su condición de peregrino y como gestor del albergue municipal para los caminantes que transitan la Vía de la Plata hasta Compostela. La otra es San Juan Evangelista. «Es especial porque es mi hermandad. Ya me puedo morir tranquilo porque yo voy a estar ahí siempre con él», asegura. Además, su pueblo es el primero que confía en él, como «médico» de la Virgen de Escardiel o como restaurador del paso de San Benito.

En este tiempo de Cuaresma exprime las horas del día compaginando obligación y afición. Se reparte entre el taller, los ensayos y sus obligaciones como concejal en su pueblo: «Lo primero es mi trabajo, mi oficio de escultor, y cumplir con mis responsabilidades municipales». Ultima trabajos que esperan con ilusión en sus destinos: «Veo la devoción que ha generado alguna de mis imágenes y eso me llena. Ver aunque sea a una persona emocionarse o rezarle a una imagen que ha salido de mí ya me hace darme por satisfecho».

En su ya amplia trayectoria hay un encargo que le gustaría recibir y aún no ha hecho, una imagen de Cristo Resucitado. Y si en un futuro hay que recordarlo le gustaría que fuera «por el conjunto» de sus obras, y por haber conseguido en el tiempo que lleva en el oficio «dejar una marca» en su pueblo. Y, por supuesto, por poder realizarse en ser y sentir como cofrade. Una devoción que es su pasión, su profesión y su modo de vida.