El organista y el órgano que enmudecen

Los paralelismos entre los órganos de Santa Inés y Alcalá del Río ponen el aliciente a una representación de ‘Maese Pérez el organista’ que conjuga teatro, patrimonio y música

30 dic 2017 / 21:51 h - Actualizado: 31 dic 2017 / 18:06 h.
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  • Maese Pérez tocando el órgano con su hija en la Misa del Gallo de Nochebuena, ante el arzobispo. / F.J.D.
    Maese Pérez tocando el órgano con su hija en la Misa del Gallo de Nochebuena, ante el arzobispo. / F.J.D.

Una refulgente armonía de notas se elevaba por los tubos del órgano de la Asunción, mientras el templo vibraba con tan sutiles melodías. Su musical voz atronaba al tiempo que susurraba, componiendo una sinfonía de sonidos y sentimientos que transportaba al gentío a la Nochebuena de la leyenda de Bécquer. Arropado por una negra capa, el organista hacía correr sus dedos a un lado y otro del teclado, conduciendo un onírico viaje en el espacio y en el tiempo. Tanto que la parroquia alcalareña se transmutaba en iglesia del convento de Santa Inés para ser el escenario para la sexta edición de Maese Pérez, el organista. Una representación que aunó escena, patrimonio y música, en la que ya es una tradición navideña más en el pueblo.

Vino esta edición precedida incluso de polémica. Por la de un órgano que a pesar del paso del tiempo y de los inconvenientes, sigue sonando. Y por la de un organista que vuelve a enfrentar soberbia contra humildad, para seguir sacando de sus teclas música celestial, hasta en espíritu después de muerto en la obra y más allá de la ríos de tinta que el tema ha provocado en la actualidad.

Pero no adelantemos acontecimientos. La parroquia alcalareña bullía. Ludiligencia y Mairami volvían a poner en escena la clásica leyenda sevillana de Bécquer, en una adaptación de Manuel Ramón Pino, director de la primera compañía. Alas para el teatro, que al calor de la delegación municipal de cultura auspicia propuestas inéditas como esta, pues más allá de la lectura dramatizada en Santa Inés, el Maese no se representa. Y única si cabe por aprovechar un escenario monumental e incomparable como lo es la parroquia ilipense.

Brillante interpretación de los actores, que aprovecharon la sonoridad del templo, su arquitectura y las posibilidades que ofrecía el juego de luces para crear ambientes y llenar de matices la obra. El escritor, la demandera del convento, el arzobispo, la abadesa, el pueblo llano y el organista bisojo dieron cumplida cuenta como partes de la historia. Pero, sin desmerecerlos, por encima de todo brillaron el órgano y Maese.

El primero, por su hechura, su belleza y su sonoridad. Actor principal de la representación, fue construido por Francisco Pérez de Valladolid en 1757. Sus 392 tubos regalaron un recital del más puro sonido litúrgico, inspirado en la época en la que la leyenda se escribió. El segundo, por su maestría ante el instrumento. Y por llenar la obra de tanta verdad.

La de la Asunción no es la iglesia de Santa Inés, pero en esta noche, a base de paralelismos, bien pudieran haber sido el mismo lugar. Tanto el alcalareño como el órgano sevillano son instrumentos del mismo autor. Si en el relato de Bécquer del de Santa Inés se cayó de puro viejo, este Maese de la actualidad salvó primero al de Alcalá del Río y luego al de Sevilla de desaparecer por la misma cuestión. Se trata de Abraham Martínez, fundador de Alqvimiae Musicae, restaurador de ambos órganos –con intervención en los dos del taller de Jorge Anillo–, quien lleva seis años dando vida al personaje, a medio camino entre la realidad y la invención.

Llegaba esta representación del Maese imbuida del huracán mediático y social que provocó la restauración del de Santa Inés y la sanción de la Junta. Pero todo eso quedaba fuera del templo, porque lo importante aquí era representar –y disfrutar– la obra. Nuevamente Martínez se ponía en la piel del organista ciego, regalando un exquisito concierto de órgano. Fiel al personaje, volvió a tocar sin partituras, creando una música única y efímera, que solo existió durante su interpretación, y no volverá a sonar más. Uno de los alicientes sin duda de asistir a esta obra.

Cinco años avalan esta puesta en escena en este enclave. Sobre todo en un año donde hubiera sido fácil caer en la tentación y dejarse llevar por la vigente actualidad del órgano y del Maese, y haber salido fuera de la localidad. «Pero no somos mercenarios», comentaba Rosa Zamudio, directora de Mairami, entre las improvisadas bambalinas de la sacristía. «Esta adaptación se creó para interpretarla aquí, y aunque nos han ofrecido hacerla fuera, hemos sido fieles a ello». Fueron la restauración del órgano alcalareño y la pasión de Martínez por la obra –que tuvo claro su destino como organista al leer a Bécquer– las que hicieron posible entonces lo que hoy es ya una tradición.

Una representación tan mágica que consiguió, como en la leyenda, que el espíritu de Maese volviera a tocar, sonando el órgano en directo aún sin manos a la vista que lo accionasen. Contraponiendo la soberbia literaria del organista receloso a la humildad del maestro Pérez. Oponiéndose a la muerte para sobrevenir los inconvenientes para hacer que el órgano suene. Enfrentando los inconvenientes para que permanezcan el arte y la música. Como ha hecho Martínez con el órgano de Alcalá y con el de Santa Inés. Como han hecho el ayuntamiento y las compañías con esta obra. Y permitir así que la música de estos órganos –casi como justicia divina– nunca enmudezca.