Roma se hace Jerusalén en el Aljarafe

El conjunto arqueológico de Itálica sirve de escenario para el viacrucis del Aljarafe, que protagoniza el Nazareno de Santiponce y alcanza su vigésimo octava edición

17 feb 2018 / 22:49 h - Actualizado: 17 feb 2018 / 23:01 h.
"Cofradías","Cuaresma 2018"
  • Una marea de fieles asistió sobrecogida al viacrucis.
    Una marea de fieles asistió sobrecogida al viacrucis.
  • Roma se hace Jerusalén en el Aljarafe
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Entre vestigios de antiguas villas romanas, Jesús avanza con la cruz a cuestas. Mitología y fauna contemplan –desde las teselas de los mosaicos– su camino hasta el anfiteatro, en el que encontrará la muerte, como si fuese el monte Calvario. Mientras, cientos de personas se aglomeran en calzada, apiadándose de su sufrimiento. Este podría ser el relato de la Pasión del Señor según Santiponce, escenificado en el viacrucis del Aljarafe, acto que este sábado congregó en Itálica a centenares de fieles para rezar el piadoso ejercicio con la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno de la localidad.

Considerada ya tradición cofrade del Aljarafe, el viacrucis cumple veintiocho años. Único por el enclave monumental en el que se desarrolla, este acto viene contando desde 1990 con hermandades de la comarca e incluso de otros lugares de Andalucía, haciendo así que tenga un seguimiento multitudinario. Organizado por la hermandad Sacramental de Nuestro Padre Jesús Nazareno, está reconocido como acto de interés turístico nacional de Andalucía, contando con el aval y el apoyo de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

Santiponce es la Roma imperial a través de Itálica, cuna de emperadores. Pero en el primer sábado de Cuaresma, sus restos y todo el yacimiento simulan ser Jerusalén, y el Cardo Máximo que lo organiza se convierte en la Vía Dolorosa, en la que el Nazareno procesiona en andas para el rezo de las estaciones de su pasión y muerte.

Como si del primer Jueves Santo de la historia se tratase, la celebración de la Eucaristía en la parroquia de San Isidoro del Campo y San Geroncio de Itálica fue la Última Cena, en la que los hermanos de la corporación y del resto de hermandades invitadas compartieron mesa y pan.

Finalizada la Misa, comenzó a discurrir la procesión. Abierto por la cruz de guía de la hermandad de Santiponce, se integraban en el cortejo las hermandades de la Soledad de Albaida del Aljarafe; las de la Vera Cruz de Benacazón, Bormujos, Gines, Huévar del Aljarafe, Olivares, Valencina de la Concepción, Villanueva del Ariscal y San Fernando (Cádiz); la Humillación de Camas, la de Nuestro Padre Jesús de los Remedios de Castilleja de la Cuesta, la del Cristo de la Cárcel de Mairena del Alcor y la del Cristo del Amor de San Juan de Aznalfarache. Cada una representada por su cruz de guía, para reunir así las catorce que presidirían cada estación del ejercicio.

Alumbradas por antorchas, precedían a la talla de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Imagen del siglo XVII atribuida a José de Arce, lucía ataviado con túnica bordada, corona de espinas y potencias, y cargado con la cruz de su ominoso castigo. Los devotos se apiñaban tras sus andas, que avanzaban a compás de una capilla musical y coral polifónica.

Arropado en todo momento por una multitud, el cortejo alcanzó el cementerio. Los cipreses sustituían a los olivos del huerto en el que se retiró a orar Jesús aquella noche de su prendimiento. Un responso, en honor de los difuntos, los recordó como apóstoles de este Nazareno, difusores en este pueblo de su devoción a través de las generaciones.

Llegados al Cardo Máximo de Itálica, un eco de cantos gregorianos recibió a la bendita talla en su doliente itinerario hasta el anfiteatro. En sus manos la potestad y el imperio, en el gran poder de su realeza, que toma como trono en un reino que no es de este mundo el patíbulo redentor de la cruz. Y aunque no se conocen martirios en este anfiteatro, el rezo de este viacrucis trajo a la memoria aquellos que, por seguir las enseñanzas del Nazareno, perecieron en circos, en teatros y en espectáculos públicos. Y que hoy día, a pesar de haber transcurrido dos milenios, siguen sufriendo el horror por el único hecho de confesar y vivir su fe.

El prodigioso enclave daba ecos de grandiosidad. Las piedras reflejaban las luces de las antorchas, y devolvían amplificados los rezos y los cantos penitenciales. Las gradas, plenas de público, no jaleaban ningún espectáculo, ni pedían ajusticiar al condenado. En una sola voz comunitaria adoraban al Cristo que por su santa cruz redimió al mundo, y en cada estación llenaban de fervor cada meditación, cada padrenuestro y cada oración. La penumbra y las oscilantes llamas con que se iluminaba el acto imponían un silencio atento y expectante, en un culto público donde la penitencia pugnaba con el gozo de presenciar tal derroche de belleza plástica.

En la arena del vetusto teatro romano se dispusieron las cruces de las hermandades participantes. La sagrada imagen del Nazareno se fue acercando a cada una, para revivir en el corazón de los devotos desde su condena hasta la sepultura. Ante ellas cayó tres veces, se revivió la calle de la Amargura y se contempló su cruento martirio. Tras la última, el cortejo tomó de nuevo el camino para retornar al templo. El tañido fúnebre de las campanas parroquiales puso fin a la procesión, con la marea de fieles aún sobrecogidos por la belleza de esta recreación de la Pasión del Nazareno según Itálica y el Aljarafe.