Amasando bizcochos al calor de la clausura

Arranca una nueva edición de la muestra de Dulces de Convento, que congrega a cerca de 30 cenobios de Sevilla

Manuel Pérez manpercor2 /
06 dic 2017 / 21:22 h - Actualizado: 06 dic 2017 / 21:35 h.
"Religión","Juan Espadas","Juan José Asenjo"
  • El arzobispo Juan José Asenjo, seguido del alcalde de Sevilla, Juan Espadas, durante su visita a la muestra de Dulces de Convento. / Jesús Barrera
    El arzobispo Juan José Asenjo, seguido del alcalde de Sevilla, Juan Espadas, durante su visita a la muestra de Dulces de Convento. / Jesús Barrera

Todo lo que rodea a un convento, y en particular a las monjas que lo habitan, tiene que ver con la santidad. Sus manos amasando los dulces son, al final, mano de santo. Resulta imposible resistirse a las delicias que salen de los hornos cenobiales y que, por un momento, el sabor a pestiño, mazapán o yemas tostadas nos recrean el mismísimo paladar de los ángeles. Un paladar que radica en la exclusiva dedicación y amor que se fragua en la más íntima clausura de las hermanas. El salón de las bóvedas del Real Alcázar fue testigo, un año más, de esta cita gastronómica surgida de lo sacro, de las entrañas de hasta una treintena de conventos de Sevilla.

Un interminable y continuo trasiego de gente recorría este noble salón. Casi todos llevaban una cesta en sus manos, como si de un supermercado se tratara. No es baladí, pues es imposible pasar por las mesas donde se exponen los dulces y no coger una mermelada, un bizcocho o unos pestiños. «No nos dejes caer en la tentación, Señor», pensará más de uno.

Pero a ver quién le dice que no a esa amable mujer que te explica que los bollitos de Santa Inés lo elaboran las franciscanas clarisas, del convento homónimo, con una receta del siglo XVII. Una tradición que ha pasado de hermana a hermana en aquel viejo convento cuyas paredes guardan el secreto de sus leyendas y sus fogones. Los tiempos cambian y las monjas saben que hay que adaptarse. Las jerónimas del convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Constantina han sabido conjugar la repostería sacra con la profana y elaboran dulces tan clásicos como los turrones y otros más llamativos como los escudos de los equipos de la ciudad en chocolate. Para los más pequeños, un iPhone. No se alarmen; también es de chocolate.

Otra de las delicias amasadas al calor del ora et labora son los bizcochos marroquíes, de las franciscanas de Osuna, que regentan el monasterio de la Purísima Concepción. «No se tratan de bizcochos normales, porque están hechos con huevo y almidón de trigo». La voluntaria que atendía a los visitantes se esforzaba en explicar la paradoja del nombre de aquella exquisitez. Sin perder la ocasión, añadió: «Está superbueno».

Aunque suene increíble, el Giraldillo se come. No esperen encontrar una réplica de la veleta que corona el antiguo alminar de la que un día fue mezquita mayor de Sevilla. Más bien, se trata de una masa amorfa de almendras, azúcar, canela, sidra y nueces. Las dominicas del sevillano convento de Madre de Dios son las responsables de esta delicia con la que el sevillano, ahora sí, podrá comerse a Sevilla entera.

Los tiempos de esta ciudad los marcan sus olores. Castañas asadas en Navidad; gofres, churros y buñuelos en Feria y azahar e incienso en Cuaresma. Por eso, las monjas jerónimas del convento de Santa Paula han trasladado el olor de muchos patios sevillanos, como los de sus claustros, a pequeños tarros de gelatina de azahar y jazmín.

Dicen que el primer bocado tiene un sabor celestial. Y es que son los propios ángeles quienes cocinan en la intimidad de esos conventos que se caen a pedazos y esperan, con suma paciencia, un milagro que los rescaten.