«En Sevilla creo un equipo y un ambiente de trabajo que es mi propio Nueva York»

Roberto Diz Villaverde, diseñador de moda. Es un creador cosmopolita con muchas clientas en tres ambientes distintos: millonarias de la ‘jet-set’ internacional, actrices españolas y familias andaluzas adineradas

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
16 sep 2017 / 21:42 h - Actualizado: 17 sep 2017 / 18:09 h.
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  •  Roberto Diz, en su taller donde crea y atiende a sus clientas en Sevilla, en la calle Torneo. / Jesús Barrera
    Roberto Diz, en su taller donde crea y atiende a sus clientas en Sevilla, en la calle Torneo. / Jesús Barrera

En su taller en Sevilla, que pasa desapercibido a los transeúntes, al día siguiente de nuestra entrevista recibía a una familia de Arabia Saudí que llegaba en su avión privado. Y pocos días antes había tenido de nuevo la visita de una de sus mejores clientas, una multimillonaria que vive en Liechstenstein, también con avión privado, para probarse un traje. Es probable que a usted le suene el nombre de Roberto Diz por las crónicas sobre galas de premios de cine, con actrices como María León y Blanca Suárez luciendo sus trajes. O por los reportajes en revistas del corazón sobre bodas de alto copete donde la novia y/o algunas invitadas también optaron por Roberto Diz para que les hiciera el vestido de tan especial ocasión. Los vecinos del sevillano barrio de San Vicente, donde reside, no le ponen cara a ese nombre cuando se cruzan con él por la calle. Les presento a Roberto Diz, de 44 años, natural de Tuy (Pontevedra). Con prestigio en la moda española desde que en 2003 presentó sus primeras colecciones en las pasarelas de Madrid y Barcelona. Casado desde hace cuatro años, su marido es un diseñador gráfico argentino que ha trabajado para JWT, una de las agencias de publicidad más importantes del mundo.

¿Su infancia y adolescencia fueron un tiempo entre costuras?

Mi abuela era una grandísima modista, y yo jugaba en su taller, entre las mujeres que dirigía. A los seis años dibujé mi primera colección, fue de bañadores. En vez de distraerme con revistas de cromos yo veía figurines de moda. Ya de adolescente, me empapaba las revistas de moda, era mi única vía de información, entonces no había internet. Cuando fui creciendo y me armé de valor, le dije a mis padres, empresarios, que yo quería dedicarme a la moda. No entraba para nada en sus planes. Mi madre quería que yo fuera militar o abogado, lo que más había en la familia, de mentalidad conservadora, y con mucha vinculación con la política en Galicia. En un pueblo como Tuy hace 30 años atreverme a decir eso era como venir de Marte.

¿Las dificultades no son agradables pero estimulan la creatividad?

He tenido que luchar mucho y demostrar que esto era lo que quería. Me fui a Londres para formarme, comencé a abrirme paso desde Madrid. No ha sido nada fácil. Sigue sin serlo. Pero a mí no me interesa lo fácil y lo aburrido.

¿Por qué creó su empresa en Andalucía?

Creé mi marca en Jerez, donde he estado viviendo siete años, con cinco amigos ajenos al mundo de la moda. Nos lanzamos a una aventura mucho más compleja de lo que la gente se piensa. Gestionar una empresa es mucho más difícil que el boceto de un traje. Salí adelante porque empecé a vestir a los Domecq, a los Osborne, a la alta sociedad jerezana, muy elegante, a la que estoy muy agradecida, porque siguen siendo fieles y continúan confiando en mí.

¿Se pierde creatividad cuando también hay que estar pensando en las facturas, en las nóminas...?

En la moda sacar adelante una empresa no es vivir de tu cara bonita, ni de salir en las revistas. La moda es hacer un producto y ser capaz de venderlo. Como el que fabrica quesos, o como cualquier otro negocio. En la moda también se necesitan muchos conocimientos de economía y de empresa. Mi pasión son los colores, las formas, el ritmo, la expresividad artística... Y fue un choque para mí descubrir que no basta con tener talento. Fue despertar de un sueño. Aunque seas capaz de crear un buen producto, hace falta una buena organización empresarial. Para generar dinero, no vale solo la creatividad. Para asomar la cabeza en el mercado de la moda, es muy complicado porque hace falta mucho dinero. Y otros lo tienen en grandes cantidades, y tú no.

¿Qué criterio ha seguido para conformar su equipo?

Me he guiado siempre por mi corazonada. Aunque sea una empresa y haya que crear un producto, necesitas cierta calma mental y para eso me rodeo de personas cuyo espíritu tenga que ver con el mío. Porque los conocimientos se adquieren, pero ese intangible se tiene o no se tiene. En Sevilla, he querido crear mi propio Nueva York, mi propio Londres, y sentirme en un ambiente creativo igual que si estuviéramos en Nueva York o Londres. Por eso hay varios extranjeros en mi equipo de 12 personas. Mi mano derecha es de Polonia. Tenemos entre Sevilla y Madrid siempre alumnos en prácticas que proceden del extranjero. Hablo en inglés constantemente.

¿Es correcta la definición 'diseñador de alta costura'?

La alta costura solo se hace en París, es una denominación de origen, solo se hace bajo nomenclatura de la Cámara Sindical de Alta Costura, creada en 1880. Me hace gracia leer a diseñadores españoles que dicen: “Mis prendas de alta costura...”. Es como llamar rioja al vino de Jerez. Llámelo confección a medida, alta moda, costura a medida, costura artesanal...

¿Cómo fue su inmersión en Sevilla?

Siempre me ha parecido una de las ciudades más bonitas del mundo, y me siento muy bien tratado por la clientela. Llevo siete años. Primero estuve situado en la Plaza del Museo, después en Chicarreros y ahora que estoy en Madrid tanto como en Sevilla, he prescindido de un local grande y me he situado en Torneo. Decidí trasladar la empresa a Sevilla porque cada vez crecíamos más gracias a que iban a Jerez muchas señoras sevillanas para hacerse los vestidos con nosotros. Además, Sevilla es una ciudad que te da calidad de vida, y es inspiradora. Y cuando llega el fin de semana, cojo el coche y me voy al Algarve. Para mí el mar es fundamental.

Su nombre se vincula al glamour y a usted no le reconocen por la calle.

Yo siempre he ido muy por libre. Estoy metido en el mundo de la moda pero no comulgo con la mayoría de las características que tiene este negocio. Solo soy Roberto Diz cuando estoy dentro de mi estudio. Cuando salgo por la puerta de mi estudio ya no soy diseñador, soy Roberto y me da igual llevar prendas baratas o caras. No soy nada 'fashionista'. Si quiero beber champán, lo bebo en mi casa. Vivo un poco retirado del famoseo. Me gusta desaparecer donde no me conozca nadie. Vestirme con un chandal.

¿Qué personas acuden más a usted, las que buscan trajes que solo se pondrán una vez, o quienes desean un traje para ponérselo varias veces a lo largo de los años?

Tengo clientas de los dos tipos. Suele ser más caro ese traje que valdrá siempre. Es más complicado de hacer una chaqueta sastre que un traje de novia. Cada vez más la gente quiere variar, y yo les digo: “No esas tonta, para una chaqueta es mejor que vayas a Zara. Por el precio de una chaqueta mía tienes ahí para comprarte un año de ropa. Para mí, como creador, prefiero el reto de los vestidos para un solo día, en el que ha de lucirse al máximo, ya sea una boda o una gala de alfombra roja.

¿Acude a muchas bodas en las que el traje de novia es de su autoría?

No voy, no tengo costumbre. Soy una persona muy social pero no quiero sentirme en la boda como diseñador. Solo estoy en bodas de amigos, donde soy un amigo, no la marca Roberto Diz.

¿Cómo funciona el boca-oído en esas relaciones sociales donde unas personas aconsejan a otras que acudan a un diseñador, o que no vayan a él? Es la escalera por la que una firma como la suya puede ascender o caer.

En nuestro negocio el boca-oído es fundamental. Y después responder a las expectativas con un producto de calidad que se diferencie. Tenemos el problema de que en España hay pocas fiestas y galas en las que se vista de largo. Y nuestro trabajo tiene repercusión básicamente a través de bodas y eventos. Afortunadamente, tengo muy buenas amigas, grandes musas, actrices y 'celebrities' que son muy conocidas y me cuidan mucho. Y nuestras clientas de siempre que son las grandes familias andaluzas, a las que estoy muy agradecido.

Cuando le encargan un traje, ¿es frecuente el regateo?

Se lleva mucho el regateo, y mi respuesta es que en El Corte Inglés no regatea, paga el precio que pone en la etiqueta. Aquí estás tratando con el creador, en una relación muy directa, pero esto no es el Gran Bazar. Sí es cierto que en los últimos años bajamos los precios, tal como estaba el país con la crisis. Tendrán que volver a subir, porque no es rentable. Son prendas con muchas horas de artesanía y manos artesanas a las que pagar.

¿Cuántas horas de trabajo puede tener un traje para una gala o para una boda?

Depende. Puede tener 50, 100 o 200 horas de trabajo. No solo está en función de los bordados, sino pensar, investigar, experimentar distintos caminos para realizar la misma cosa e investigar cada día nuevas formas de hacer. Se lleva mucho tiempo.

Fuera de España, ¿dónde tiene más clientes?

En Arabia Saudita y en Europa central. Ya antes de hacer tanta costura a medida, hemos vendido colecciones en Mónaco, en Dubai, en Kuwait... Tenemos buenos contactos en el mercado internacional. Y mi firma está presente en la alfombra roja del Festival de Cine de Cannes, con actrices que son elegidas entre las mejor vestidas.

¿Y los multimillonarios no le exigen que sea usted quien se desplace miles de kilómetros y vaya a su mansión?

Ese tipo de clientas son las más fáciles de atender, créaselo. Saben muy bien lo que quieren: algo completamente distinto al resto. Lujo exclusivo. Una de ella está invitada cada año al cumpleaños del hijo del sultán de Brunei. Y todos los años me llama, desde la cena, y me dice, muy contenta: “Soy la única que lleva algo exclusivo. Todas van de Chanel”. Y cuando llegan a mi estudio en Sevilla, no les asusta que en el techo se vean los cables, como si estuviéramos de obras, ni que en la decoración tenga calaveras. Es mucho más fácil trabajar con el público extranjero.

¿Cómo se sobrelleva el reto de crear trajes que no se parezcan entre sí y que tengan una autoría común?

Creo que hemos conseguido lo más difícil en la moda: que se identifique la marca de una prenda sin que te digan su etiqueta. Desde mis inicios, es ropa que tiene un aire muy particular, que está siempre presente, es lo que yo llamo su ADN.

Siguiendo esa metáfora, ¿puede definir cuál es su 'identidad genética'?

Estamos siempre focalizados en hombros, cintura y brazos. El logo de mi marca es una columna vertebral. Si tienes la columna vertebral torcida, aunque lleves una chaqueta que vale diez mil euros, la chaqueta va a estar torcida. Y si cometes la idiotez de vestir en función del dinero, los diez mil euros no van a corregir la idiotez. Porque mi idea es: importa quién lleva el traje, no quién lo crea. Basamos todas las prendas en la rectitud de los hombros, la longitud de los brazos y la cintura. Siempre verá en nuestras colecciones que esos puntos del cuerpo están más marcados que el resto.

Cuando recibe en Sevilla o Madrid a una posible clienta a la que no conoce previamente, ¿es más importante ser psicólogo que diseñador?

El método es ser uno mismo. Cuando la clienta se sienta donde estás entrevistándome, me interesa lo que me pide. Pero me interesa más ver cómo se mueve que el tipo de escote que quiere. Y ver cómo se ha sentado, si lleva las uñas pintadas, detalles que capto y no me cuenta, importantes para mí a la hora de interpretarla y entenderla psicológicamente.

¿Cuál es la clave para que lleguen a un acuerdo?

Ser muy sincero y muy honesto con cada clienta. Lo aprendí de mis padres. Nunca engañar al cliente, nunca pensar que es tonto. Y ser transparente. Muchas llegan a mi estudio, teniendo en mente que se van a gastar 3.000 o 4.000 euros en un vestido, y piensan que les va a recibir un diseñador vestido con corbata, pero descubren que soy un tipo en zapatillas y con tatuajes. Después de conocernos y conversar, cuando sale por la puerta, le comento a mis colaboradores mi impresión sobre si va a decidir o no hacerse el vestido con nosotros. Casi siempre acierto, porque después de esa primera reunión percibo algo que no se dice pero que se nota en la comunicación no verbal: si ha habido o no 'feeling' entre ella y yo. Soy muy transparente, y soy de los que digo, para ganarme su confianza: “No intento convencerte de nada, pero no quiero que vayas hecha un mamarracho. Porque la gente preguntará de quién es ese mamarracho”.

Imagino que también acudirán a su estudio personas muy pagadas de sí mismas que le encargan ropa e intentan no pagarla, insinuando que con su fama ya le hacen un favor. ¿Cómo se desmarca de esa picaresca?

Gente así la hay tanto entre las 'celebrities' como entre las no famosas. En todas partes cuecen habas. El modo de desmarcarse es bien fácil: con una factura. Y si no quiere pagar, los abogados le envían una carta. Lo tengo clarísimo. Yo tengo que pagar sueldos y sostener la empresa. Quien entra por la puerta y paga, esa es la alta, guapa y delgada. En cuanto a las novias, todas las que han salido en la portada del 'Hola' han pagado su traje. Y entre las actrices, solo presto ropa a alguna cuando te va a garantizar una publicidad concreta, es un acuerdo profesional.

¿Cómo se mantiene al día para incorporar los avances tecnológicos en la evolución de los tejidos y en la integración de materiales?

Nunca cierro los ojos a lo nuevo e intento no mirar con prejuicios. Un creador tiene la obligación de estar más informado que nadie, y que la información te entre por los poros, a partir de ahí formarte un criterio. Como en la cocina, para saber si algo está soso has tenido que probar lo salado. Creo que en moda no va a haber revolución de crear nuevas prendas, seguiremos vistiendo prendas ya inventadas como la chaqueta, el pantalón, la camisa, la camiseta,... En la ropa se está llegando a la perfección. Una camiseta de H&M que vale dos euros es una prenda perfecta: cómoda, ligera, permite transpirar. En tejidos sí estamos viviendo una gran revolución, y avanzarán los tejidos que absorban el sudor, o que se hagan invisibles en un momento determinado, o que adquieran rigidez,... La creación de prendas ha de seguir evolucionando para mejorar la comodidad de cada persona. Por ejemplo: que las chaquetas del futuro te permitan mejor movilidad que las de hoy, y estén tan adaptadas al cuerpo como una segunda piel.

Estamos inmersos en una vida de hipercomunicación, con centenares de millones de personas publicando en las redes sociales fotos de su vida y comentando fotos de las vidas ajenas. Posando unos y otros. ¿Cómo está influyendo no solo a la hora de elegir qué visten sino también cómo desenvolverse con la ropa que visten?

Influye muchísimo. A nosotros nos gusta el cliente que busca diferenciarse, mientras que la tendencia predominante es la contraria: ir igual que los demás, uniformarse. ¡Cuánta gente quiere parecerse a Paula Echevarría! No tiene mucho sentido.

¿Le preocupa estar tan expuesto al qué dirán, al batiburrillo de opiniones ponderadas o comentarios frívolos del tipo 'está en su mejor momento' o 'ya pasó su momento', al sube y baja que igual te pone en la cresta de la ola o te relega al olvido?

Creo en mí mismo, y el fracaso no depende de los demás, sino de uno mismo. Yo estudié en Londres, y viví en Madrid y Barcelona, y he fregado platos, he servido mesas, he puesto cafés, he hecho de cocinero. Sé lo que es llenar la nevera trabajando de esa manera. Y si algún día mi ropa dejara de funcionar, no tengo miedo. Hay mil cosas a las que poder dedicarse para llenar la nevera y para irme el sábado a la playa. Yo no soy una persona especial por ser diseñador. Soy igual que un taxista o que un productor de quesos. No es tan importante ser famoso o conocido. Y eso no equivale a tener la nevera llena. A mí me gusta mucho el jamón y la buena vida. En cambio, hay gente muy conocida que pasa hambre en su casa.

¿Ha diseñado vestuario para teatro, cine, ópera?

Alguna vez lo he hecho para teatro y para musical. Me encantaría hacerlo para una película de ciencia ficción.

¿Y le han encargado el diseño de uniformes?

Desde hace dos años lo hacemos para el Hotel Palacio de Villapanés, en Sevilla. Son dos, el de invierno y el de verano.

¿Qué ámbitos culturales frecuenta en Sevilla o en Madrid?

Voy mucho al Museo del Prado y al Museo Reina Sofía. Como tenemos en Madrid la sede junto a Cibeles, son como mi segunda casa. En Sevilla he ido al Caixaforum y me encantó encontrarme con un cuadro de Basquiat. Echo en falta más oferta cultural cosmopolita en Sevilla para una franja de edad como la mía, que nos sentimos jóvenes, no tenemos hijos y nos apetece escuchar buena música, bailar un rato, ver buenas exposiciones de arte contemporáneo.

¿Los sevillanos cosmopolitas visten de modo cosmopolita o conservador?

Sevilla es una ciudad conservadora. En el vestir diario no destaca, y por eso yo me compro la ropa cuando voy a Madrid o a Londres. Sin embargo, Sevilla es una ciudad bastante elegante, donde todavía existe el gusto por arreglarse y vestirse bien en los domingos, en los días festivos, en los eventos. Por ejemplo, los sevillanos van impecables a la Feria, es de las ciudades españolas donde la gente viste mejor en sus fiestas. Esa cualidad es uno de los motivos por los que asenté mi empresa en Sevilla.

¿Cómo se imagina a Roberto Diz persona y a Roberto Diz marca dentro de diez años?

Como persona, vivir con más tranquilidad. Como marca, que hubiera encontrado definitivamente su sitio. Una marca internacional, pero no masiva, no intentar llenar todas las tiendas con bolsos y camisetas con mi logo. El objetivo es hacer menos y mejor, no perder la libertad en la creación. Porque cuanta más fama ha ido teniendo la marca, ha acudido más gente a buscarla, pero no todo el público entiende lo que está comprando.