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Encapsulados en una feria eterna

Sin calor, sin muchedumbres y ya casi sin dinero, la Feria entró en su fase terminal como no queriendo irse nunca

24 abr 2015 / 22:58 h - Actualizado: 25 abr 2015 / 18:24 h.
"Feria de Abril","Feria de Abril 2015"
  • Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
    Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
  • Ambiente en la Feria este viernes. / José Luis Montero
    Ambiente en la Feria este viernes. / José Luis Montero
  • Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
    Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
  • Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
    Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
  • Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
    Ambiente en la Feria este viernes. / Pepo Herrera
  • Ambiente en la Feria este viernes. / José Luis Montero
    Ambiente en la Feria este viernes. / José Luis Montero

Como un trasunto de Viernes Santo clásico, el viernes de Feria de ayer transcurrió encapsulado en una pompa de inmensa tranquilidad, de eternidad casi. Daba la impresión de que la Feria había estado allí todos los días del año. Aparte de la manida explicación del exilio playero, el hecho es que todo en el Real parecía cimentado en la memoria, ya lejos de la catarsis y euforia de los tres primeros días, en los que tal vez se entendió que el mundo se iba a acabar.

Rozando las tres de la tarde, Enrique Jiménez iba ya por la cuarta vuelta a la arena. El Mocito Feliz buscaba famosos para salir en plano, «pero hoy el día no se está dando nada bien, parece que no va a venir nadie». En su pecho, el anuncio de que está en el reparto de Torrente 5, y en sus manos, una bolsa de rafia del Mercadona y un trolley desvencijado que daban fe de que aún no había conseguido alojamiento.

Otras cámaras se movían como hormigas obreras en la colmena que era Antonio Bienvenida. Son fotógrafos de fortuna ataviados con chalecos multibolsillos y que disfrazan sus modernas cámaras con flashes antiguos de antorcha, tal vez para hacerse más evidentes, o para semejar ser más profesionales. Cazan extranjeros y forasteros preferentemente en coche de caballos y aseguran que una autofoto nunca podrá competir con ellos.

Pocos trajes de flamenca, que bastante han tenido los cuerpos locales. Muchos de zíngara, con flores a la virulé y chanclas. Los extranjeros (blancos) siempre son bienvenidos, vengan de la guisa que vengan. Con los sevillanos no pasa lo mismo.

A la hora del almuerzo, el día presentaba tremendos contrastes. En las casetas pequeñas, las muy particulares, se veían unos pocos rostros adustos. Solitarias familias, elegantemente vestidas, apostadas en la barandilla, con el gesto incómodo de ser los primeros de la reunión en llegar. Aún sin comer, echándose al gaznate un refresquito de naranja, para no castigar demasiado un estómago que parece ya la fiambrera de Pavarotti.

La caseta de al lado es otro rollo. Está a reventar, con todas las mesas llenas y un ambiente fabuloso de romería castellana, con un muestrario de viandas sobre las mesas hacia las que volaban los ojos de este escribiente. En la caseta del Distrito Cerro-Amate se come a la hora que hay que comer. Toda la familia del pueblo junta, aprovechando que las hordas de clásica sevillanía han dejado tranquilo el Real.

Pasa por Pascual Márquez, como una exhalación, un joven con una mochila de la que sale el objeto más extraño que se pueda ver en una feria, pero que todo el mundo reconoce: una de las cámaras de Google Street View. «Ésta es la mía», dice este periodista, y corre hacia el chico, que le mira impotente y no se para. «Perdona, no puedo pararme, perdona, de verdad». Está peinando el Real de la Feria para ese producto impresionante, precisamente en un día en el que se puede andar a ritmo de llegar tarde a una cita. «Y además te tienes que quitar de mi lado, que vas a salir». Hace el redactor como que no se entera para aguantar unos segundos más, a ver si queda constancia global de que ha pisado el albero.

Ayer la Calle del Infierno también estaba en la máquina del tiempo, en pleno trayecto hacia ninguna parte, con sus calles recorridas sólo por los ensordecedores reclamos de los cacharros.

En la esquina de las churrerías, un émulo de Jack Sparrow trata de sacar partido de las dichosas autofotos, esas píldoras de pérdida de tiempo que son hoy la base del periodismo ciudadano. Sí, periodismo en cursiva.

En el otro extremo del parque de atracciones está el cordón de mesones que ofrecen carnes a la brasa a bajos precios. En la trasera de la Mansión del Terror, el restaurante Brasil, en el que humean los enormes jamones de cerdo espetados sobre brasas. Nada que ver con los sempiternos y a veces aburridos manjares de los que tanto hacemos gala y que le dejan a uno tieso el bolsillo.

Ayer fue uno de esos días en los que las barras de las casetas ya no estaban tan llenas. «Tengo el estómago fatal después de tanta Feria». «Yo mi cervecita y poco a poco». El escaqueo de las rondas colectivas y fondos comunes es otro de los clásicos del viernes. Los días de sevillanas maneras han arrasado con la economía de muchos, y muchos tienen que seguir dejándose ver por aquí para que no parezca que sólo había presupuesto para tres días.

El paseo de caballos se va haciendo con el firme de adoquines y a las cuatro Juan Belmonte está ya con el atasco de costumbre. Parece que los caballos no se han ido a la playa. Por Pascual Márquez, sentido este-oeste, no baja tanto caudal caballar. Tiene que ser que es la hora del postureo frente a la portada.

Una diligencia de correos inglesa (London-Bath / Royal Mail reza en una portezuela) debidamente restaurada posa con un enganche de potencia frente a la caseta de la Fundación Cajasol. Junto a los compañeros de El Correo TV, afanados en su último programa en directo en esta Feria, mirando el carruaje uno se pregunta por qué ciertos elementos rancios se afanan en pasarse a las heterodoxias.

No muy lejos se ve a Juan Espadas al pie de la Peña Bética Puerta de la Carne, charlando amigablemente con los agradaores de turno. Dentro, el ambiente es muy tranquilo.

Pero justo en el otro lado de la acera la cosa cambia. En la Peña Sevillista Al Relente se vivía ayer la continuación de la fiesta de la noche anterior. Se hablaba mucho de Beto, de su salvador Kevin y del teatro de la dislocación.

Fue una tarde tranquila, a salvo del calor y de su consecuente olor a humanidad de días anteriores. Una jornada perfecta para sumergirse en la ensoñación de feria perpetua.

Y en el momento en que uno quiere decir eso de «mira qué tarde más buena se ha quedao», las hordas se siempre vuelven al Real. «Como va a llover, para qué vamos a ir a la playa». Sí. Va a ser eso.