La CUP y los Borbones

Si existen más de un centenar de acentos en España, ¿por qué siempre es el andaluz con el que se meten todos?

19 feb 2018 / 06:41 h - Actualizado: 19 feb 2018 / 06:41 h.
"La memoria del olvido"
  • El habla andaluza fue la que se llevó al Nuevo Continente. / Manuel Gómez
    El habla andaluza fue la que se llevó al Nuevo Continente. / Manuel Gómez

{Como si se tratara de la mítica, constante y eterna gota malaya, también la de este mes ha caído sobre la frente de los andaluces en general, a propósito de un acto en la Fundación Cajasol en el que participaba José Rodríguez de la Borbolla. El verdugo ha sido Antonio Baños, un dirigente de esa «izquierda» catalana tan atrabiliaria como la del máximo mandatario de Corea del Norte, que ha vuelto a decir urbi et orbi –twitter chistoso mediante– que en Andalucía se habla muy mal. A Antonio Baños le gustan los chistes; en un programa del Intermedio sólo pudo definir el internacionalismo proletario mediante uno de ellos aunque sin gracia: diciendo que significaba las relaciones entre los obreros de una nación y de otra.

Pero, dando de lado a gente que ha de recurrir a semejantes majaderías para gastar los minutos que le tocan en un programa televisivo o difundir su carencia de ideas por las redes sociales, la cuestión pendiente es: si en el conjunto de España de habla castellana existen más de un centenar de acentos regionales o comarcales distintos, ¿por qué siempre es el andaluz con el que se meten todos estos personajes para tratar de curar sus complejos?

Estoy convencido de que la cosa viene de lejos. Aunque Fernando de Herrera tuviera que salir en defensa del dialecto poético sureño en el siglo XVI, es en el XVIII, cuando eso se materializa. España cambiaría entonces de pies a cabeza comenzando por la entrada de la Casa de Borbón y siguiendo con un cambio de mentalidad en toda la administración española y en la introducción de nuevos usos, de nuevas músicas, de nuevas formas poéticas, de un nuevo teatro, de nueva forma de vestir, de nuevos estilos arquitectónicos. Los nuevos administradores redefinirán realidades territoriales preexistentes y de ellas se derivarán muchas de las cosas que han llegado hasta nosotros. Es entonces cuando nacen de verdad Andalucía, Cataluña, el País Vasco, Asturias... (es José Cadalso el que las enumera en una de sus Cartas Marruecas) aunque de esto no se haya hablado o escrito frecuentemente. Y si en cada uno de ellos quedaban fragmentos de los viejos papeles cumplidos, era en Andalucía donde existían más restos de lo que fue antiguo esplendor, aunque ahora no fueran sino jirones.

El papel desempeñado por el Sur peninsular –y, especialmente, por Sevilla– en la colonización del continente americano sirvió, entre otras muchas cosas, para que el castellano que pasó al Nuevo Continente fuera el que seguía las normas del habla andaluza que, como rasgo más visible tiene el seseo.

Al mismo tiempo, al concentrarse el esplendor del Imperio en Andalucía y porque su territorio (más o menos, porque no podemos confundir el territorio autonómico actual con el de aquel tiempo) había sido con anterioridad el más culto de la península, fue aquí –con ejemplos también señeros en la Corte– donde se produjeron las principales corrientes literarias y donde aparecieron muchos de los principales autores de aquella época.

Teóricamente el castellano andaluz parecía tener todas las probabilidades de servir como norma para la fonética común que la nueva dinastía (empeñada en que España se pareciera lo más posible a Francia) pretendía imponer pero no fue así. La flamante Real Academia decretó que todos los españoles debían hablar como los habitantes de Castilla la Vieja y, desde entonces, el acento andaluz (el más numeroso y el que más se distinguía de los demás en la Península) pasó, en primer lugar, a ser rechazado oficialmente y, en segundo, a servir de lengua de criados, ignorantes y «graciosos» en las obras teatrales y, principalmente, en los sainetes.

De modo que, a partir de la mitad del setecientos, con frases pronunciadas con acento andaluz se rió todo el mundo y eso, como es natural, llevó a que se lo estigmatizara y, de paso, a que se hiciera lo mismo con los habitantes de esta tierra sin distinción.

Nadie supo explicar nunca por qué, si aquí se hablaba tan mal, Andalucía producía al mismo tiempo una magnífica literatura (tanto culta como popular) y de ella salían los poetas que no sólo llenaban las antologías sino que –como Bécquer en el XIX o como los andaluces de las generaciones del 98 y del 27– marcaban las pautas de la lírica tanto en España como en Hispanoamérica.

Eso podía haber sido un buen punto desde el que comenzar la reflexión pero también ahí el andaluz tuvo mala suerte porque el cine español (y, especialmente, el cine producido en los años bárbaros de Franco) volvió a pasar el rodillo sobre el habla andaluza.

Y ahí nos quedamos aunque, en el terreno político, hubiéramos conquistado el autogobierno. Ahí, de cúbito supino, se quedó Andalucía para que, intermitente y sin prisa y sin pausa la gota malaya le horadara el entrecejo del mismo modo que los buitres picoteaban las vísceras de Tántalo.

Lo malo no es que, constantemente, eso se repita con monótona languidez sino que el complejo de superioridad de cualquier mindundi se refleje aquí en su contrario: en el de inferioridad que hace que miles de enseñantes de todas las categorías y otros tantos locutores de radio y televisión, o ejecutivos... usen en los empleos que desempeñan una dicción distinta a aquella con la que, normalmente se expresan, o sea, distinta de su habla materna, que es, precisamente, el acento del que se ha burlado Baños, un habla de la que se burlaba mucha gente en Cataluña cuando comenzaban a llegar los andaluces para contribuir a su progreso.

Un habla que, en los parámetros alocados de la CUP podría calificarse de «oprimida por España, los Borbones... y nosotros mismos». ~