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Un viaje en el tiempo sin salir del hospital

‘Al museo en pijama’ acerca a los pequeños ingresados en el Virgen del Rocío y el Macarena los contenidos del Arqueológico

20 feb 2017 / 07:00 h - Actualizado: 21 feb 2017 / 15:15 h.
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  • ‘Al museo en pijama’ acerca la actividad del Arqueológico a los niños ingresados. / Manuel Gómez
    ‘Al museo en pijama’ acerca la actividad del Arqueológico a los niños ingresados. / Manuel Gómez
  • El taller se completa con actividades relacionadas con la Arqueología. / M. Gómez
    El taller se completa con actividades relacionadas con la Arqueología. / M. Gómez

Si los niños no van al museo, el museo es el que se acerca a los pequeños. Casi siguiendo la lógica del popular dicho, el Arqueológico, dependiente de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, lleva a quienes no tienen la opción de visitarlos al estar ingresados la posibilidad de aprender un poco de historia y a la vez pasar un rato agradable olvidando el entorno en el que se encuentran.

Lo hacen a través de una actividad, Al museo en pijama, que desarrollan tanto en el Virgen del Rocío como en el Macarena. «Y aspiramos a poder hacerlo pronto en el Valme también», dice su responsable, Juan Ignacio Vallejo. El ingreso de uno de sus hijos en el hospital hace unos años es el origen de esta aventura que lleva en funcionamiento desde 2011. «Pensé en la cantidad de horas que pasan los niños aquí y que podría ser una buena oportunidad para que sepan qué son los museos, qué hacemos en ellos... Pensaron que no lo decía en serio y ya van para seis años».

Vallejo tuvo, y tiene, la colaboración del centro en el que trabaja como conservador y junto a otros compañeros, la asociación de amigos del Arqueológico y la ayuda de los educadores de los complejos hospitalarios empezaron a despertar el interés de los pequeños ingresados por el arte en general y el antiguo en particular. «Al principio con pocos recursos y con el tiempo nos hemos ido perfeccionando», explica. Vallejo comienza presentándose a los alumnos que haya ese día en el aula. Hoy le escuchan con atención Yasmina, Antonio –que no para quieto–, Pablo –que a penas levanta un palmo del suelo y al que acompaña su padre y un carrito de suero–, Susi, María y Christian. Algunos de ellos no es la primera vez que asisten al taller «y ya saben de qué va la cosa, pero mantienen el secreto», cuenta. «¿Qué hay en los museos?», pregunta Vallejo y Antonio, que no iba mal encaminado, se lanza a responder: «Cosas antiguas».

A partir de ahí, y valiéndose de unos dioramas caseros hechos a base de clicks de Playmobil, Vallejo les explica el proceso desde la excavación arqueológica, «que no es otra cosa que un boquete en el suelo», al traslado de la pieza, en este caso un ánfora, «con los chismes de burbujitas que nos gusta explotar», y su llegada al museo para su catalogación, «que es como hacerle el DNI», y exposición.

Los pequeños se pasan los dioramas, preguntan, tocan el ánfora... pero esperan, porque los han visto prepararse antes de que empezara el taller, la visita estrella del día. Vallejo, que lo sabe, no los hace esperar más y tras explicarle que esas mismas piezas que ven en los museos es lo que llevaban los romanos «de verdad», da paso a varios voluntarios de la asociación Legio I Vernacula que, junto a la colección museográfica de Gilena, colaboran en la actividad desde el pasado verano.

Las caras de Yasmina, Antonio, Susi, María, Christian... se iluminan. No en balde acaban de aparecer en la sala dos soldados, uno romano y otro íbero, y dos mujeres romanas. Los cascos, las lanzas, los escudos y las espadas llaman la atención de todos. «Si una mujer llevaba velo en Roma era porque estaba casada», explica David, miembro de este grupo de recreación histórica y arqueología responsable del viaje en el tiempo al que han invitado a los niños y los no tan niños. David sigue explicando el uso de cada uno de los elementos, que se han hecho a imagen y semejanza de las piezas que se han encontrado en las excavaciones arqueológicas y se exhiben en los museos. «Creemos que los soldados romanos iban como en las películas de Hollywood, pero en realidad su armadura era solo una chapita en el pecho como ésta».

Acabado el relato y respondidas las dudas, llega el momento más esperado. El de las fotos con los romanos. Los voluntarios se prestan a todo. A las fotos, los selfies y, cómo no, a prestar su vestimenta a los niños para su disfrute y asombro. «¡Hala!, ¡Mira la espada!», le dice su padre a Pablo, que es tan pequeño que ha estado más pendiente de los lápices de colores que del taller hasta ahora. «Es más corta de lo que yo creía. En las pelis se ven más grandes», asegura Christian. «Que se ponga el casco Paco –uno de los profesores de la escuela–, que nos queremos reír», corea María que ya tiene puesto un casco, una capa con su broche y sostiene una de las lanzas.

El taller se completa con actividades adaptadas a cada edad y que tienen relación con lo que acaban de ver. Colorean mosaicos, juegan a limpiar pequeñas teselas y pegarlas, o componen piezas que están por trozos. Mientras, los romanos emprenden camino por los pasillos del Infantil para hacer varias paradas. La primera, a los pequeños que están en Hemodiálisis, y de allí a Oncología. A su paso, casi como el flautista de Hamelín, van reclutando niños que se concentran para una nueva explicación sobre los museos.

Un colegio «como los demás»

La actividad que realiza el Arqueológico se incluye dentro de la programación con la que trabajan los docentes responsables de la escuela del Virgen del Rocío. «Este es un colegio como los demás», explica Paco, uno de los cuatro profesores de las dos aulas –una en Cirugía y otra en Oncología– que hay en el centro hospitalario, que están abiertas de septiembre a junio. La media de niños está entre los 20 y los 25 pues, aunque el hospital tiene capacidad para 130 camas, «no todos pueden bajar y a algunos se les atiende en las habitaciones». Su labor es básicamente que no pierdan el hábito de estudio, la conexión con la escuela «y se distraigan y quiten algo de importancia a la situación que viven». «Al principio les cuesta, pero luego no quieren salir de aquí», dice Paco.