Una redactora en la boca del lobo del 23F

23 de febrero de 1981: Se reunieron en la hemeroteca de El Correo algunos de los periodistas que trabajaron en este periódico la tarde-noche del golpe de Estado de 1981

23 feb 2017 / 08:04 h - Actualizado: 23 feb 2017 / 20:13 h.
"Historia","Comunicación"
  • Francisco Correal, Tomás Furest y Marta Carrasco repasan los tomos del año 1981 en la hemeroteca centenaria de El Correo de Andalucía. / Jesús Barrera
    Francisco Correal, Tomás Furest y Marta Carrasco repasan los tomos del año 1981 en la hemeroteca centenaria de El Correo de Andalucía. / Jesús Barrera
  • Una redactora en la boca del lobo del 23F

23 de febrero. 1981. La tarde comienza con un golpe de Estado. Solo han pasado seis años desde la muerte de Franco, y todo el mundo sabe –la apoyen unos pocos o la teman como una pesadilla– lo que es una dictadura. Su sombra asoma por España: el Congreso está secuestrado por guardias civiles. Tejero, el jefe, blandiendo pistola, con tricornio y mostacho, evoca los peores momentos del infame 1936.

Los periodistas del decano de la prensa sevillana trabajaron esa tarde y cubrieron el golpe y sus repercusiones en Sevilla –«una tranquilidad por fuera, en las calles; intranquilidad por dentro»–, recuerda el entonces jefe de la sección de Andalucía, José Álvarez (hoy en la Universidad de Sevilla).

Ayer se reunieron varios de los supervivientes de esa redacción en la hemeroteca de El Correo de Andalucía. Tomás Furest (hoy jubilado), Marta Carrasco (en Abc) y Francisco Correal (en Diario de Sevilla) coincidieron en este periódico el 23 de febrero de 1981.

Además, participan en el reportaje muchos otros que no pudieron venir por sus ocupaciones o por problemas de la edad o la salud, como Antonio Lorca (redactor jefe en 1981), José Luis Bonilla (redactor de Local), José Álvarez (jefe de la sección de Andalucía), Juan Holgado (subdirector) o José Manuel García, redactor de Deportes en esos años.

El 23F este periódico logró una proeza: introducir a la única reportera en la Capitanía General de Sevilla. Era la «boca del lobo», recuerda la protagonista, Marta Carrasco, entonces una redactora de 23 años, que acudió enviada por el director, Ramón Gómez Carrión, junto con el fotógrafo Ricardo Carmona. Tiene grabado que fueron en su 600, y que solo la dejaron entrar a ella. Era la única mujer de la redacción de El Correo, por no hablar de los talleres.

Desde hace mucho los historiadores dan por buena la leyenda urbana que desde el día 24 de febrero de 1981 corrió por toda Sevilla: los tanques no salieron a la calle porque quien tenía que dar la orden, el capitán general Pedro Merry Gordón, estaba como una cuba. Carrasco no lo puede corroborar: solo lo vio de lejos.

«Lo que vi en Capitanía fueron muchos pasillos, vacíos y tranquilos. Solo sonaban los teléfonos. Me recibió el general Gustavo Urrutia, que me dijo que me podía volver al periódico: Sevilla está tranquila, me dijo. Los militares lo estaban, salvo los reclutas de las garitas, que sí andaban asustados. Llegué al periódico y la orden del director fue que no publicaría nada de lo que vi».

Ésta ha sido la primera vez que esta redactora, 36 años después, desvela lo que encontró en la hora que permaneció dentro de una instalación que decidía en esos momentos entre la lealtad a la ley o la vuelta al pasado.

Lo demás está en los libros de Historia: la guarnición de la II Región Militar no se sublevó el 23F, a la curda de Merry Gordón se sumaron las presiones telefónicas de la Zarzuela y, al contrario que en Valencia, los tanques no tomaron las calles.

En paralelo, el asalto al Congreso de Tejero en Madrid se empantanó a la espera de la alta autoridad militar que nunca llegó, mientras el rey Juan Carlos I intervenía en TVE y el golpe de Estado comenzaba a disolverse...

Todos los periodistas de El Correo sabían que lo pasarían mal si la intentona triunfaba por la significación del periódico con la democracia y las conquistas sociales ¡desde 1970, en plena dictadura, con el director-cura José María Javierre!, como, recuerda Bonilla, hoy responsable de comunicación en Cobre Las Cruces.

Los jóvenes eran mayoritariamente de izquierdas (y más a la izquierda cuanto más jóvenes). Desde el minuto 1 del golpe el consejo de redacción tenía claro que el periódico estaba con la Constitución y la democracia, recuerdan Álvarez y Lorca.

Hasta Igtarfe, que hacía información de Provincia y había sido telegrafista de Queipo de Llano, «estaba blanco», recuerdan Carrasco y Correal.

La ultraderecha sevillana tenía un lema: «Algo hay que quemar o El Correo de Andalucía o el palacio arzobispal [por la apertura del cardenal Bueno Monreal]». Este periódico lo gestionaba en 1981 la Editorial Católica (Edica), una empresa eclesiástica.

Años antes se llegó a plantar ante las instalaciones una horda ultra fanfarrona, a la que plantó cara, sin que pasara la cosa a mayores, Rafael Carmona, precisamente el padre de este fotógrafo que se quedó esperando a Carrasco fuera de Capitanía.

El Correo era el referente de la prensa sevillana al final de la dictadura, pero llevaba años pasándolo mal económicamente. Así que una hora antes del golpe los responsables del periódico estaban preocupados... por una reunión que sólo llegó a iniciarse, convocada por Gómez Carrión, para analizar el futuro económico inmediato.

No llegó a sentarse nadie. A eso de las cinco de la tarde, María Jesús González, la mujer del subdirector, Juan Holgado lo telefoneó: «Han secuestrado en el congreso a los diputados unos etarras disfrazados de guardias civiles». En esos momentos de confusión, el primer sospechoso era la veterana organización terrorista. La reunión se fue al garete. «El golpe de Estado dio al periódico inercia hasta que llegaron los socialistas al poder», recordó ayer en la hemeroteca de El Correo Francisco Correal, también de 22 años el 23F.

El periódico, que había sufrido hacía pocos años «registros cajón por cajón» por parte de la policía por motivos políticos y acumulaba un historial de sanciones por buscarle las cosquillas a la dictadura al haber dado voz a organizaciones entonces ilegales (publicó la primera entrevista a Felipe González, cuando el PSOE era un partido ilegal, por ejemplo) se lo jugaba todo.

«Había confusión, intranquilidad... nadie sabía nada y de hecho los políticos nos llamaban para saber qué pasaba», recuerda Álvarez, «pero la información que teníamos era poco fiable». A Carrasco un veterano político que había conocido la clandestinidad le heló la sangre: «No vayas a dormir esta noche a tu casa», le advirtió. «Primero van a por los políticos, pero los segundos son los periodistas».

Las primeras dos horas tras el golpe simplemente las pasaron los redactores en shock, «escuchando la radio», explica Bonilla.

Después comenzaron a organizarse los equipos: José Manuel García –hoy articulista en El Confidencial–, volvió por un día a Nacional para estar pendiente del teletipo, una máquina que emitía una tira de papel y que cuando la noticia era urgente, sonaba una campanita. Esa tarde no paró de sonar. García recuerda a qué se dedicaron otros compañeros esa tarde.

Carrasco fue enviada a Capitanía. Pepe Guzmán (1940-2001) acabó dirigiéndose a la policía. «Ante la falta de información había que oler la calle», recuerda García en 2017. No se movió un dedo en Sevilla. Álvarez recuerda que llamó al Gobierno Civil, a fuentes militares cercanas, a RNE –que en Sevilla no fue intervenida–. Ni los militares ni ninguna trama de apoyo movió un dedo.

Las horas de trabajo fueron muy intensas. Los primeros redactores se fueron a sus casas a altas horas de la madrugada. Los 36 años hacen que recuerden con imprecisión la hora de planchar la oreja.

Un editorial defendió el día 24 la Constitución y la democracia. El esfuerzo de los redactores y su profesionalidad suplió la falta de medios. Lorca, el redactor jefe entonces, explica por teléfono que el día 24 la plantilla acudió a trabajar «con la misma ilusión de todos los días», y así a «tirar para adelante». «Gran parte de lo que aprendí lo aprendí aquí», explica. «Con mucho esfuerzo».

Después de fracasado el golpe todo fue mejor. Francisco Correal entrevistó a Alfonso Guerra, que una vez pasado el susto, le confesó que le tenía «más miedo a Kafka que a Tejero». El miedo, la incertidumbre y las ganas de sacar un periódico a la calle se sobrepusieron al 23F.

En 2017 el decano de la prensa de Sevilla sigue en los quioscos, ahora con TV y edición en internet también.

La portada del día siguiente
De entre las anécdotas de ese día en la redacción de El Correo quizá la más chocante fuera la foto del día siguiente: todo el mundo ofreció la icónica imagen del teniente coronel Antonio Tejero subido en la tribuna de oradores del Congreso con el brazo derecho flexionado y el cañón de su pistola apuntando al techo. En su lugar, la portada reprodujo un collage fotográfico, el mensaje del rey Juan Carlos I y un editorial que se posicionó de forma rotunda con la democracia y la constitución.

¿Por qué El Correo de Andalucía ofreció esta portada? Aquí hay dos versiones de la historia. José Álvarez (jefe de Andalucía en 1981) y Juan Holgado (subdirector) explican que el aparato por el que llegaban las fotografías de la agencia Efe era un rudimentario instrumento cuyo nombre lo dice todo: Telefoto. Además fallaba muy a menudo, con cualquier corte en la línea. Y las fotos tardaban en transmitirse y muchas veces se perdía la transmisión. El 23 de febrero de 1981 no funcionó. El entonces redactor de base José Manuel García también comparte esta impresión: «El telefoto se estropeaba con mucha frecuencia».

La alternativa eran fotos que llegaban por vía aérea. Las fotos con que a última hora de la tarde pudo contar la redacción se tomaron sobre las dos del mediodía, cuando el golpe ni siquiera se había iniciado. Además, en la confusión inicial, ni siquiera se sabía quiénes estaban detrás de la intentona.

Antonio Lorca, entonces redactor jefe, sin embargo está convencido de que la agencia Efe directamente cortó el servicio por impago. «No había falta de profesionalidad, sino falta de medios. La del 23F fue una mala tarde en la que no pudimos responder a la necesidad social». Tomás Furest, en aquella época redactor en el vespertino Nueva Andalucía, que era una edición de la tarde de El Correo, incluso discutió esa noche con el director Gómez Carrión en desacuerdo con la foto de portada. Álvarez, en cambio, retrasa los problemas económicos más graves al año 1983.

Esa tarde no solo hubo problemas con las fotos. Los redactores hicieron viajes fugaces –no había móviles y todos temían que el teléfono de la redacción lo intervinieran de un momento a otro– a casa de sus madres, esposas o novias (solo había una periodista mujer: Marta Carrasco) para avisarles de lo que pasaba y decirles que no les esperaran, porque teléfono en casa no tenía tampoco todo el mundo en 1981. Instalarlo tardaba meses. ~