Cómo acabar con las cagarrutas de los perros

Nuevo plan municipal. El Ayuntamiento de Sevilla va a presentar la semana que viene un programa contra este problema higiénico-sanitario que hasta la fecha carece de solución. Sin colaboración ciudadana, no hay manera

h - Actualizado: 19 ene 2017 / 19:41 h.
"Temas de portada","¿Está limpia Sevilla?"
  • No es ningún fotomontaje. Esta escena se veía hace algunos años junto a un colegio de la Macarena. El paisaje a día de hoy, no es mucho mejor en otros lugares de la ciudad. / El Correo
    No es ningún fotomontaje. Esta escena se veía hace algunos años junto a un colegio de la Macarena. El paisaje a día de hoy, no es mucho mejor en otros lugares de la ciudad. / El Correo

Tres mil Land-Rovers cargados hasta arriba, para que el lector se haga una idea, es el equivalente en peso a la cantidad de excrementos de perros que genera la ciudad de Sevilla al año: cerca de ocho toneladas. Y ya si hablamos de Sevilla y provincia, la cifra se dispara multiplicándose por cinco. Pese a que una cantidad incierta y descontrolada de propietarios de estos animales utilizan las bolsitas y demás recursos disponibles para cumplir con el decoro y con las ordenanzas, gran parte de esa cosecha anual de cagarrutas sigue disponible al alcance de cualquiera en las aceras, en los parques y en cualesquiera otros sitios adonde sea capaz de llegar un ser humano armado con su poderosa falta de educación y excusado por el lema voy a pasear al perro. El más antihigiénico de los eufemismos.

Todo apunta a que se trata de una batalla perdida. Pero también a que no existe especial interés por ganarla. El Ayuntamiento de Sevilla está a punto de iniciar –lo anunciará la semana que viene– una campaña conjunta entre la Policía Local y la empresa de limpieza pública Lipasam que va a tener mucho más de educativa y disuasoria que de sancionadora. Habrá quien lo estime insuficiente y pida mano dura contra los vándalos, pero ya se puede ir dando con un canto en los dientes: no se hacía nada igual en la ciudad desde noviembre de 2014. Sin otra oposición que la apreciable labor de los barrenderos municipales dentro de sus tareas ordinarias, Sevilla lleva años comida por la mierda de perro sin que la autoridad haya hecho nada notable por evitarlo ni por zanjar esa línea de conducta.

No es un caso único dentro de la geografía nacional. Salvo casos excepcionales –como el de Madrid– en los que la municipalidad se ha llegado a poner más o menos seria en este asunto, lo que impera en el común del territorio es esa visión beatífica y rousseauniana de las cosas según la cual el hombre es bueno por naturaleza y le basta una palmada en la espalda y un power point en los colegios para arreglarlo todo. A falta de que el Ayuntamiento diga otra cosa la semana que viene, no hay constancia de multas impuestas en Sevilla a los dueños de los perros que dejan defecar a estos en la vía pública sin recoger las deposiciones ni limpiar luego el lugar. Lo de limpiarlo luego pertenece ya directamente a la ciencia ficción urbana. Basta con darse un paseo por cualquier barrio de la ciudad para admitir que lo otro, lo de retirarlas con la bolsita, anda codo con codo en materia de imaginación con el manga japonés.

Pero se hablaba de otros lugares: en España, cada cual hace lo que Dios le da a entender. Los municipios vascos y canarios se encuentran entre los más exigentes, mientras que en Barcelona sigue en vigor hasta el año que viene la moratoria que permite a los propietarios de perros llevarlos sueltos por la calle siempre que no estén catalogados como peligrosos y que obedezcan a su dueño; si la primera de las condiciones es discutible, la segunda ya es imposible de constatar. De resultas de lo cual, la responsabilidad sobre la cagarruta anónima de un perro que hace de vientre a la vuelta de la esquina sin control parental corre el riesgo de saldarse con el famoso refrán español de ojos que no ven, corazón que no siente... y acera que se queda con el recuerdo para futuros paseantes. Total, el excremento no tiene firma... ¿o sí la tiene? Parece que sí: en distintos municipios españoles un poner, Zaragoza, se averigua la identidad del can en cuestión mediante el estudio del ADN del mojón, y así, si a un paisano le molesta que le dejen cada mañana el regalito en su puerta, puede tomar una muestra, llevarla al CSI maño y multa que te crio. Pero el método es imperfecto y puede dar lugar a infinidad de recursos y hasta novelas policiacas: quién demuestra que esa cagarruta no la puso en la plazoleta alguien que solo buscaba venganza. Sí, es grotesco, claro. Pero no tanto como la evidencia del estado higiénico de las calles por culpa, entre otras, de esta razón.

Entre otras, claro. Uno de los argumentos preferidos de quienes defienden el sacar a los perros a pasear de cintura para abajo es que más cornadas da el hambre o, por concretar, más porquería generan los tubos de escape de los vehículos de motor; y que igual de asquerosos que los truños de los chuchos son los gargajos que mantienen los adecuados niveles de humedad y viscosidad del acerado hispalense. Y se puede seguir con la cera de las procesiones, las vomitonas de los fines de semana, el ruido de la Feria... hasta poner en duda cualquier actividad sensible de la ciudad debido a los desechos y la suciedad que dejan. Argumentalmente no resiste, claro, pero sirve para demostrar que existe una clara actitud de rebeldía en parte de la población que saca sus perros a cagar a la calle.

Dice el Ayuntamiento que, ordenanza en mano, la multa más chica por esa infracción es de 120 euros. Aquí en Sevilla no hay anuncio, de momento, de empezar a utilizar la técnica del análisis de ADN para determinar la autoría de la deposición, cosa que –para empezar– requeriría elaborar un nuevo registro con todos y cada uno de los perros censados extrayéndoles las muestras necesarias para poder hacer luego las comparaciones pertinentes. Es decir, que incluso de haber intención la cosa iría para largo. Por lo pronto, lo que sí está haciendo el equipo de gobierno local de Juan Espadas es un estudio de las zonas de Sevilla donde el problema se antoja más grave para convertir esa información en un banco de datos por calles, barrios y distritos, y que cuenta con las aportaciones no solo de Lipasam, que es la que se encuentra diariamente con el marrón –literalmente– de tener que limpiarlo todo, sino también de las asociaciones de vecinos. Ese mapa de las cagarrutas caninas ya es una realidad y gracias a él se podrá poner en marcha con mayor eficacia y eficiencia el plan de actuación que el Ayuntamiento, como se indicaba antes, hará público la semana que viene, según es su intención a día de hoy.

La idea es colocar más señales, dedicar más personal y más equipos, proceder con una campaña didáctica en diversos formatos y poner a trabajar juntos a Lipasam y a la Policía Local en el control de un severo problema de higiene urbana. El año pasado, la empresa municipal de limpieza ya actuó en solitario en los distintos distritos de la ciudad en tareas de inspección e intervención, pero no hay noticia de que esas acciones que lograron llegar a 8.000 ciudadanos de Sevilla hayan mejorado la conciencia cívica.

No lo tiene fácil el Ayuntamiento. Depende de la colaboración ciudadana, absolutamente esencial para encarar con éxito cualquier programa destinado a atenuar el problema. Tampoco le será sencillo erradicar otras costumbres que empuercan los espacios públicos de Sevilla, de las cuales ya se han comentado aquí una o dos. La cantidad de perros censados en la ciudad y la provincia, por ingente, no ayuda a las autoridades a lograr una mejoría. De modo que tras la acción más apremiante, que es la de limpiar las calles y multar a los desaprensivos para que se les quiten las ganas de seguir siéndolo, está la educativa: llevar a las aulas, a los niños, la concienciación sobre este problema, con la esperanza de que, como decía Woody Allen en referencia a otros asuntos, «las generaciones venideras sepan comprenderlo mejor». Ya será difícil que no aparece en ningún programa electoral.

Sí que hay perros, sí. En la capital, 85.146. En el conjunto de la provincia, 389.499, según la información facilitada esta semana por el Colegio de Farmacéuticos usando datos del Registro Andaluz de Identificación Animal, que gestiona el Consejo Andaluz de Colegios Oficiales de Veterinarios por encomienda de la Consejería de Justicia e Interior. Y es curioso, porque en ese informe aparecen no solo las cantidades globales sino también las razas más abundantes. A nadie le sorprenderá que el perro predominante en Sevilla y provincia sea el cruzado (86.858, exactamente), seguido a larga distancia, y eso que corre, por el galgo español (45.289). El tercer lugar del podio es para el podenco (39.371 ejemplares) y la cuarta plaza se la queda el yorkshire terrier (34.620). El pastor alemán, otro clásico de los ladridos sevillanos, consigue el quinto puesto (14.073). En la ciudad, los primeros cinco lugares, por orden de mayor a menor, son para el yorkshire terrier con muchísima diferencia, el galgo español, el labrador retriever. el chihuahua y el podenco. Siguen, en orden decreciente también, el pastor alemán, bulldog francés, bodeguero, perro de aguas español, mastín español, epagneul bretón, boxer, bichón maltés, cocker spaniel... Todos ellos por detrás, también en la ciudad, del perro cruzado. En resumen, todo un cruce de culturas caninas, que es algo muy sevillano. Toca determinar hasta qué punto es viable la convivencia. Si no, pues eso: las generaciones venideras. Ojo con los resbalones.