La plaza que soñaron Antonio Delgado Roig y Alberto Balbontín

Arquitectura. La Real Maestranza convocó en 1951 un concurso restringido para ampliar el coso del Baratillo que ganaron los prestigiosos arquitectos sevillanos

21 nov 2017 / 06:59 h - Actualizado: 21 nov 2017 / 08:02 h.
"Arquitectura","El arte y los toros"
  • Plaza de tientas de Isla Mínima, la ‘Maestranza’ de las marismas. / Archivo A.R.M.
    Plaza de tientas de Isla Mínima, la ‘Maestranza’ de las marismas. / Archivo A.R.M.
  • El Palco del Príncipe también se trasladaba hacia arriba llenando el hueco resultante con una meseta y un gran friso escultórico.
    El Palco del Príncipe también se trasladaba hacia arriba llenando el hueco resultante con una meseta y un gran friso escultórico.
  • El balcón del reloj fue tomado como módulo constructivo.
    El balcón del reloj fue tomado como módulo constructivo.
  • La plaza que soñaron Antonio Delgado Roig y Alberto Balbontín

La plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla podría tener hoy 20.000 localidades. Ese deseo de ampliación siempre ha latido en el ánimo de la corporación nobiliaria que ha encargado varios proyectos a lo largo de la historia para sumar nuevos asientos sin alterar la esencia del coso. De hecho, la plaza de toros debe su actual fisonomía a la gran reforma acometida por José Sáez y Aníbal González en 1915. La obra reinterpretó el edificio en clave regionalista cubriendo la piedra de los antiguos tendidos con una piel de ladrillo visto. Se trataba de preparar el vetusto coso para la estética de la exposición del 29 pero aquella operación fue más allá de lo ornamental: se redujo el inmenso ruedo –aún resulta desmesurado– para ampliar el aforo del viejo edificio barroco. Es entonces cuando se crea el canon que, de alguna forma, ha llegado hasta nuestros días aunque es importante recalcar que la plaza de la Real Maestranza es un edificio hecho de azares que ha sabido adaptarse a los avatares del tiempo.

En 1948, con la revolución que había supuesto el reinado absoluto de Manolete aún fresca –había caído el año anterior–, la Real Maestranza se plantea la ampliación del aforo de su plaza de toros. En el ánimo de la corporación latía la meta de alcanzar esos 20.000 asientos. Para ello se encargó un proyecto al arquitecto Rodrigo Medina, que propuso un nuevo rebaje del ruedo en un metro para poder agregar cuatro filas de barrera. Medina, además, quería añadir otro piso para ampliar el número de gradas.

El proyecto se quedó en un cajón pero la Maestranza, bajo la tenencia del marqués de Tablantes, retomó el empeño. A tal efecto se convocó un concurso restringido al que concurrieron el equipo de los arquitectos sevillanos Antonio Delgado Roig y Alberto Balbontín por una parte y el madrileño Secundino Suazo por otra. No se movería un ladrillo pero el concurso fue un hecho, así como la adjudicación a Balbontín y Delgado Roig, que trazaron planos, elaboraron presupuestos y construyeron una preciosista maqueta que sigue en poder de la corporación maestrante. Es importante aclarar que esa maqueta resume una de las cuatro soluciones propuestas por los arquitectos sevillanos. Las otras tres fueron desestimadas por la junta de gobierno de la Real Maestranza. Alberto Balbontín y Antonio Delgado Roig proponían en primera instancia aumentar la superficie de tendido reduciendo el ruedo. La segunda opción pasaba por agrandar las gradas sumando un segundo piso y la tercera pretendía sustituir los tejados por un graderío.

¿En que consistió la propuesta que recibió el plácet de la Maestranza? La clave del proyecto del estudio de Balbontín pasaba por reinterpretar el balcón del Príncipe. Esa modificación suponía la elevación del mismo en un piso, colocando un friso escultórico que llenara el espacio vacío entre el vano de la puerta y el propio palco. A partir de ahí, las columnas y arquerías se elevaban al nivel de esa nueva altura posibilitando la ampliación de las filas del tendido. Una segunda clave del proyecto pasaba por tomar el antiguo balcón de la Diputación –el que hoy alberga el reloj– como módulo constructivo repitiéndolo en los flancos del balcón del Príncipe y por toda la fachada. La reforma implicaba además la modificación de las características azoteas o deambulatorios exteriores sin llegar a suprimirlos por completo. Eso sí: quedarían cubiertas por el desplazamiento de la arcada exterior para soportar el nuevo piso, necesario para albergar las nuevas gradas.

El resultado era una plaza más amplia sin modificar su programa estético. Los planos conservados en la Fundación de Arquitectura de la Isla de la Cartuja fueron realizados por el delineante Antonio Pleguezuelo. Constituyen, por sí mismos, una preciosista obra de arte que merecería ser expuesta. El proyecto incluía un presupuesto detallado con los costes de la obra que se habrían elevado hasta los 7.065.312, 50 pesetas de la época. El costo del trazado y redacción del proyecto ascendió a 68.750 pesetas. Traducimos a la moneda actual: hablamos de 42.463,38 y 413,20 euros respectivamente. Calcular lo que podría costar una obra de esa magnitud en los tiempos actuales marea...

La contemplación de la célebre maqueta que hoy se exhibe en el corredor interior de la plaza, frente a la entrada del museo, es el mejor resumen de aquel empeño truncado. Esa maqueta contó con el concurso de artistas de la talla de Fernando Marmolejo, que hizo los herrajes; y el pintor Paco Maireles, que policromó la obra minuciosa del escayolista Pepe Martínez. Podemos añadir una curiosidad más: la plaza de tientas de la familia Escobar en la finca Isla Mínima guarda en sus trazas alguno de esos elementos que se quedaron en el papel. La placita no deja de ser una maqueta a escala natural de lo que pudo ser y no fue.

Conviene ubicar el trabajo de los alarifes sevillanos, que supieron bucear en la estética íntima del monumento para ampliar su aforo. Para ello, armonizaron el interior multiplicando los elementos constructivos de mayor belleza o representatividad. Hace algunos años, el hijo de Alberto Balbontín, Juan Antonio, ya explicó a El Correo que enfrentarse a este tipo de proyecto necesitaba de «una cultura especial sobre la ciudad y un perfecto conocimiento del edificio». Esas premisas iban a medida de ambos arquitectos, que tuvieron entre sus manos la concepción de edificios como la Basílica del Gran Poder, el santuario de la Virgen del Rocío y las adaptaciones de otros edificios anteriores como la de la Capilla Universitaria y la propia Fábrica de Tabacos cuando se transformó en sede de la Universidad.

La propuesta de Secundino Suazo, un arquitecto de enorme prestigio en aquel tiempo, adolecía de esa cultura y se alejaba radicalmente del alma de la plaza de la Maestranza. Suazo realizó dos propuestas: la primera pretendía ampliar los tendidos a costa de la recurrente reducción del ruedo y la segunda buscaba redimensionar el edificio modificando radicalmente sus volúmenes para transformarlo, de alguna manera, en una plaza monumental. La maqueta y los planos revelan un proyecto faraónico que, tal y como precisa la historiadora Fátima Halcón, suponía «convertirla en una plaza moderna y funcional». El caso es que la negativa de la Academia de Bellas Artes, que instaba a dejar la plaza «tal como estaba» dejó el empeño de la Real Maestranza y ambas opciones en agua de borrajas.

Hubo que esperar casi cuatro décadas más para que la corporación maestrante volviera a considerar la ampliación del aforo de la plaza en vísperas de otra gran exposición: la Universal de 1992, que iba a multiplicar ingenuamente la programación taurina del coso del Baratillo. Se trataba de aumentar el aforo de la plaza a costa de la recurrente reducción del ruedo para crear tres flamantes filas de barrera. El proyecto, firmado por Aurelio Gómez de Terreros en 1989, provocó un tremendo revuelo mediático aunque, una vez más, no iba a pasar del papel. El tibio resultado de la temporada del 92 en las taquillas ayudaría a enfriar los ánimos aunque la Maestranza seguía acariciando la idea de sumar nuevas localidades a su plaza de toros.

El resto es historia muy reciente. El penúltimo gran empeño constructivo –el último es la actual intervención sobre las cubiertas– se acometió bajo la intensa tenencia de Alfonso Guajardo-Fajardo entre 2005 y 2011. Se trasladó la enfermería; se abrió la antigua puerta del despejo y se reformaron íntegramente las gradas reduciendo el aforo del coso, que quedó en 10.500 localidades. En esa tesitura, el antiguo teniente de hermano mayor declaraba a este periódico en 2009 que Sevilla «no podía permitirse ese lujo». Guajardo-Fajardo sostenía que el debate sobre la ampliación de la plaza no estaba cerrado y volvía a poner sobre la mesa la única posibilidad para hacerlo posible: «ampliar las filas de barrera». ¿Lo veremos en un futuro próximo?

LAS PLAZAS DE MADERA

Los primeros cosos, realizados en madera, se levantaron en 1730 –de forma cuadrada–, 1733, 1749 y 1759. Este último coso pervivió mientras se construía la plaza de fábrica.

EL COSO DE FÁBRICA

En 1761 se decide construir una plaza de obra según proyecto de Francisco Sánchez de Aragón. En 1763 se aprueba el diseño de la Puerta y el Balcón del Príncipe y se idea el aspecto fundamental del edificio que ha llegado hasta nuestros días.

CERRAMIENTO

Después de muchas intermitencias se reinician las obras de la plaza en 1845 aunque hay que esperar hasta 1880 para contemplar el cerramiento total de la inconfundible arquería. El albero se había introducido en 1877.

LA EXPOSICIÓN DEL 29

Aníbal González acomete una profunda remodelación del edificio que supone forrar literalmente los antiguos tendidos de piedra por los actuales escaños de ladrillo visto.