De las esencias y los cambios

Diversas voces abogan por cambiar usos inmemoriales en la Fiesta de los toros para, presuntamente, adaptarla a los tiempos actuales. Esas modificaciones afectarían a costumbres ancestrales pero también a algunos usos básicos. Hay que tener cuidado cuando se mueve el árbol. Podrían caer todas las nueces de golpe...

22 oct 2018 / 13:42 h - Actualizado: 22 oct 2018 / 13:44 h.
"Toros"
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De lo políticamente correcto

Se ha escuchado estos días, reabriendo un debate que preocupa mucho más desde el punto y hora en que las voces surgen desde dentro. El marco de las últimas peroratas ha sido un congreso taurino celebrado en Murcia en el que, entre otros temas candentes, se ha vuelto a hablar de la dudosa supresión de la “sangre innecesaria”. Hablaremos de ello. El asunto pasa, presuntamente, por adaptar el espectáculo taurino a los nuevos tiempos pero se está corriendo el riesgo de hacer una Tauromaquia para los que no les gustan los toros ni piensan ir nunca. El asunto, de alguna manera, recuerda aquellas interpretaciones interesadas del posconcilio –que fue río revuelto para regocijo de ciertos progres- que alumbró misas y cultos para los que no pisaban una iglesia. Se condenó para siempre un ingente patrimonio material e inmaterial. Y los que no iban a misa siguieron sin hacerlo. Se ahorraron la fanfarria de las guitarritas que se tragaron las beatas de siempre.

Hablando de usos inmemoriales

El asunto es parecido. Se quiere contentar al que no pisa una plaza pero a los toros seguiremos yendo los mismos. O no. ¿Queremos una fiesta de acomplejados que piden perdón a los dictadores de lo políticamente correcto por ser aficionados? Pues apaga y vámonos. Y de muestra, algunos botones. Ciertos toreros y no pocas empresas abogan por suprimir el orden inmemorial del orden de antigüedad de los matadores. Se respeta hasta en el campo y resuelve más, muchísimos más de los problemas que podría plantear para ubicar el capricho de la figura de turno. El problema es que los toreros duran hoy en activo más que un martillo en manteca y se resisten a abrir plaza –como siempre fue- multiplicando alternativas de la señorita Pepis y esas ridículas confirmaciones en plazas francesas. Pero hay más preguntas, señoría, ¿qué pasaría cuando alternaran tres figuras de parecida alcurnia y condición? Comenzamos sucumbiendo a esas pijadas y acabamos llevándonos por delante otra costumbre sacrosanta que permite que los toreros actúen en igualdad de oportunidades. Hablamos del sorteo de las reses a lidiar, impuesto en tiempos de Guerrita para bajarle los humos al califa cordobés. Ya se están ensayando ciertas corridas en las que los toreros llegan con sus reses debajo del brazo. Pues muy mal.

De la sangre y sus ritos

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Hemos mencionado el enojoso asunto de la sangre que, visto lo visto, avergüenza a ciertos sectores de la profesión. El conocido y mediático abogado Joaquín Moeckel, ponente en el congreso de Murcia, se refirió a ello. Su opinión es respetable pero ahora exponemos la nuestra: se habla de limitar el número de descabellos y entradas a matar; es algo que figura en los borradores del nuevo reglamento andaluz. Pero, una vez más, estamos creando un nuevo problema para una solución. ¿Es edificante el espectáculo de un toro moribundo y chorreando sangre volviendo a los corrales? Hay que recordar que cuando se impuso el peto no se pensó demasiado en los caballos; mucho menos en los toros, que desde entonces reciben un castigo desproporcionado que sí convendría revisar para ganar el futuro. Los petos sólo pretendían evitar la visión de las vísceras de las sardinas equinas que servían para soportar a aquellos bizarros picadores que castigaban al animal a costa de entregar la montura. Era una mera cuestión de estética. Ahora nos encontramos en el mismo punto. Nos avergonzamos de la visión de la sangre mientras nos alejamos más y más de los valores agrarios de una sociedad mascotista y mediocre que no tiene empacho en condenar la vida no nacida. Única y exclusivamente porque no se ve. Es así. No, no se trata de hacer demagogia. Mucho menos de invocar un espíritu reglamentista a ultranza pero sí de proteger ciertos usos y costumbres que forman parte de las esencias del espectáculo y su naturaleza. El texto normativo debe ser sólo un mínimo armazón a favor de obra, nunca en contra. Ya lo clavó el gran Paco Ojeda: “el reglamento sólo sirve para los que no saben de toros”. Pues eso.

Mirando al futuro

En esta tesitura, ¿Cuáles son los verdaderos retos a los que se enfrenta el espectáculo taurino? Olvídense de la sangre y piensen en el ritmo perdido, en tantos y tantos tiempos muertos que han ido trufando la lidia en los últimos lustros hasta convertir cada corrida en un tostón inaguantable salvado por las tardes de grandes triunfos. No se puede permanecer más de tres horas sentado en un tendido. Ésa es la gran aberración de la corrida moderna. Desde los quites simulados –hay que volver a quitar toreando, como ha recuperado Ferrera- y rodeados de una absurda preparación hasta la demora de todos los tiempos naturales de la lidia, pasando por las faenas alargadas sin sentido, la solemnización de todos los pasajes, las interminables vueltas al ruedo... y hasta esa moderna moda de dejar pasar minutos y más minutos antes de comenzar el paseíllo. Pues ahí es donde encalla el asunto. Y la semana que viene, más.