Jesulín de Ubrique: de los años locos

El popular matador de los 90 reaparece este domingo en la plaza de Cuenca por una sola tarde

18 ago 2018 / 07:53 h - Actualizado: 18 ago 2018 / 07:53 h.
"Toros"
  • La silueta de Jesulín de Ubrique marcó inconfundiblemente el frenesí de los años 90. / Paco Cazalla
    La silueta de Jesulín de Ubrique marcó inconfundiblemente el frenesí de los años 90. / Paco Cazalla

Jesulín tomó la alternativa en Nimes con sólo 16 años y aura de figura. Su trayectoria novilleril –acompañado de nombres como Finito o Chamaco– marcó la última edad de oro del escalafón menor. La prensa le acompañó a Nimes en un avión fletado para la ocasión para que pudieran asistir al doctorado –el 21 de septiembre de 1990 de manos de Manzanares– y su primera corrida en España, al día siguiente, en el entonces activo y febril coso de Écija. El torero ha marcado el trigésimo aniversario de esa alternativa como meta para gestar una nueva y cuidada aparición en los ruedos. Será en la temporada 2020.

Madrid, 4 de mayo de 1993. Antena 3 emitía aquella noche el espacio Queremos Saber. En aquella edición, bajo la batuta de Mercedes Milá, se trataba de someter a examen la realidad de la fiesta de los toros. La Milá había invitado para ello, entre otros personajes del mundillo, a toreros como José María Manzanares, José Miguel Arroyo Joselito y un emergente y joven matador, Jesulín de Ubrique en los carteles, que ya había hecho sonar su nombre. El torero, de apenas 18 años, empezaba a abrirse paso entre los pesos pesados del escalafón pero aún no se había convertido en un famoso... hasta entonces. En el transcurso del programa, una persona del público le preguntó si su toreo tenía «truco». Jesulín respondió levantándose y dejando caer los pantalones para enseñar los costurones de sus primeras cornadas.

Aquel lance, aparentemente casual y fruto de un arranque de orgullo, estaba preparado de antemano. El encargado de hacer la pregunta fue el popular hostelero sevillano Mariano García, alma del popular y taurino bar Donald. Eso sí: la fecha del numerito, aquel 4 de mayo de 1993, marcaba también el estreno del animal mediático. Llegaban los años locos de Jesulín de Ubrique, que dieciséis meses después de aquel peculiar destape de cicatrices se encerraba en solitario para 9.000 mujeres en la plaza de Aranjuez en medio de una apoteosis de bragas y sujetadores que hoy haría rodar cabezas.

Cómo hemos cambiado... pero conviene ubicar el asunto. En la yema de los 90 resonaba el soniquete de las Mama Chicho mientras Jesús Gil, perfecto mascarón de proa de la parafernalia de la época, reinaba desde su corte de los milagros marbellí. El pelotazo y el ladrillo vivían sus años de oro en perfecto maridaje con la mayor explosión taurina de toda la historia, favorecida por el dinero de promotores inmobiliarios y alcaldes metidos a empresarios taurinos. Las incipientes televisiones privadas habían convertido las corridas –ni aquella inflación ni esta sequía– en un plato de usar y tirar en la parrilla estival. Era el tiempo de los llamados toreros mediáticos entre los que despegó con especial luz propia el desparpajo y la personalidad de Jesulín de Ubrique.

Jesús Janeiro Bazán se había convertido en uno de los rostros más populares de aquellos años de plástico y neón en los que el toreo aún no había entrado en esta época de discusión, espoleada por la dictadura de lo políticamente correcto. Pero el matador que reaparece este domingo en la coqueta placita de Cuenca está lejos, lejísimos de aquel adolescente fresco, casi descarado, que tomó la alternativa en Nimes en la vendimia del 90 cuando aún le quedaban dos años para sacarse el carné de conducir. Posiblemente el personaje, desbocado y sin frenos, eclipsó la verdadera dimensión taurina del gran torero que fue, renacido de sus primeras cenizas después de una faena reveladora a un torazo de la viuda de Diego Garrido en el otoño sevillano del 92. Era la puerta de salida del profundo bache personal y taurino que siguió a la gravísima cornada sufrida en la plaza de Zaragoza el día de San Jorge de 1991.

En la memoria popular de los 90, envuelto en un inconfundible aire kitsch, se encuentran no pocos paisajes con figuras que giraban en torno al torero de Ubrique, que provocó a los más puristas con un traje de luces bordado en amarillo y con vocación iconoclasta.

A partir de ahí llegaron los récords que sirven de barómetro para marcar la desmesura de la época. Jesulín fue capaz de torear 165 corridas de toros en la temporada de 1995 pulverizando la marca de Manuel Benítez El Cordobés. A esas alturas lo mismo valía ocho que ochenta, como la salida de tono de su apoderado Manolo Morilla en la plaza de Sanlúcar, arrebatando la muleta a su torero, que se la entregó entre carcajadas para que intentara esbozar unos muletazos de los que salió trompicado y multado. Jesulín, subido en su propia ola, llegó a debutar como cantante en el festival de Benidorm en el verano del 96. Su Toda, toda es otra de las sintonías de un frenesí que tenía fecha de caducidad.

El torero se marchó de la profesión después de fracasar en la Feria de Abril de 1999. Pero hay un acontecimiento desgraciado que puso un punto final. Fue el gravísimo accidente de tráfico de 2001 que marcó una bisagra personal y, de alguna forma, el final de la gran exposición mediática en la que fue relevado por las andanzas de su propia parentela.