López Simón: nueces sin ruido

El matador madrileño ha vencido en la estadística sin dejar huella en el aficionado

27 nov 2016 / 23:06 h - Actualizado: 28 nov 2016 / 08:00 h.
"Toros"
  • El diestro madrileño López Simón concluyó la temporada 2016 a la cabeza del escalafón. / Pepo Herrera
    El diestro madrileño López Simón concluyó la temporada 2016 a la cabeza del escalafón. / Pepo Herrera

La temporada de Alberto López Simón se prometía muy feliz. Había dejado abonado el terreno en la campaña anterior para encaramarse definitivamente a una primera fila en la que ha navegado a destajo sin llegar a tomar posesión de la plaza prometida. Se trataba de adquirir la condición de figura y dejar atrás el factor novedad. Pero no se ha conseguido ni lo uno ni lo otro –las novedades siempre pasan– a pesar de la contundencia de las cifras y los triunfos que lo convierten en el triunfador numérico del año. Pero otra cosa es el eco, la huella y el recuerdo del toreo; la ilusión del aficionado y hasta la verdadera proyección de futuro, ese marchamo definitivo que nada tiene que ver con los hilos artificiales que le han puesto de plato fijo en todas las ferias, en todos los pueblos, en cada plaza...

Ojo, Simón se había ganado a sangre y fuego el privilegiado puesto de partida. Otra cosa es la gestión que se haya hecho de sus capacidades y de sus triunfos. En vez de dosificar la pólvora se la ha quemado de golpe aunque el torero –ésa es otra verdad incuestionable– ha cumplido su parte triunfando con mecánica y machacona regularidad en todo tipo de escenarios. Pero esa pirámide de orejas y puertas grandes se las ha llevado el viento. ¿Qué ha fallado? Hay que ir por partes... Lejos de cuidar las capacidades de Simón –y hasta su particular psicología– se le ha empujado a una campaña destajista que no ha fallado en la estadística pero sí ha encallado calamitosamente en la calidad. ¿Quién se acuerda de López Simón? Toreando la décima parte, hay más eco de la labor de otros toreros tan dispares como Javier Jiménez o Curro Díaz. Alberto, a contracorriente, ha permanecido fiel a su tronante apoderado –Julián Guerra– a pesar del aluvión de críticas. El torero ha seguido a pies juntillas el guion que le ha marcado la casa grande que lo ampara, acostumbrada a trabajar con testaferros y a fiscalizar el 90% de los carteles que se montan en esta piel de toro. ¿De qué ha servido?

En Bilbao se produjo el definitivo punto de inflexión. La desastrosa gestión de las sustituciones de Andrés Roca Rey –que había caido en Málaga– acabó poniendo al descubierto la trastienda del propio López Simón, empujado a torear mano a mano con José Garrido en una competición absurda de la que se responsabilizó al entorno del torero madrileño. Aquella tarde agosteña, Alberto concluyó el paseíllo llorando. El público afeó al torero la improvisación de ese mano a mano que había hurtado el puesto a otros toreros emergentes que merecían estar en Bilbao. El festejo, además, colocó en la rampa de lanzamiento a José Garrido –que sí supo aprovechar la oportunidad de oro y le adelantó a toda velocidad– y acabó mandando al hospital a Simón con un impresionante ataque de ansiedad que le impidió matar dos de sus toros. Algo se había roto.

En el Bocho se pusieron en evidencia algunas estrategias fallidas. ¿Merecía la pena seguir? Simón cargó con su cruz y prosiguió el viaje de la temporada. A pesar de su falta de felicidad en a cara de los toros seguía cortando orejas, abriendo puertas grandes, cumpliendo una hoja de ruta que también ponía en evidencia las vergüenzas del negocio. El propio torero, en unas recientes declaraciones para Aplausos no podía ocultar la dureza de la campaña. «Podría haber sido el mejor año de mi vida y sin embargo ha sido una temporada muy difícil, muy dura; en ocasiones me planteo si merece la pena seguir hacia adelante». El matador reconocía haber sufrido «muchísimo» y acusaba la discusión de su entorno defendiéndolo. «Mi gente es para mí es intocable», decía.

Antes de Bilbao había logrado triunfar en Castellón y Valencia; cortó dos orejas en Sevilla y hasta abrió una discutida puerta grande en los Madriles. Simón también indultó un toro en Jerez, anduvo a gran altura en San Sebastián y navegó a todo trapo en todo tipo de escenarios. Pero en Bilbao, ya lo hemos dicho, se rompió el tren. La temporada se había convertido en un auténtico calvario. Simón ha quemado el factor novedad. Otros le ganan en juventud y hasta la intachable hoja de servicios de la temporada 2016 puede quedar en papel mojado de cara a una temporada, la de 2017, en la que tendrá que partir de cero. Con otra categoría, toreando mucho menos, había logrado poner las espadas en alto al finalizar el año 2015. Pero la memoria del toreo es selectiva y ésa es la prueba definitiva que no ha superado.