Flamenco

El flamenco en subjuntivo de David Palomar, para callar bocas

La Mistela de Los Palacios llegó anoche a su punto álgido con un espectáculo desacomplejado en el que el cuarteto formado por el cantaor gaditano, Roberto Jaén, El Junco y Riki Rivera desmitificaron la historia del flamenco para redimirla de nuevo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
22 oct 2022 / 11:00 h - Actualizado: 22 oct 2022 / 12:22 h.
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Se puede cantar, tocar y bailar por derecho o hacer una payasada sobre el escenario con ínfulas de performance innovadora. De todo hay hoy en la viña del flamenco y hasta en la Bienal lo saben. Pero lo que no se suele ver son espectáculos como el que ayer consiguió un lleno absoluto en el festival de La Mistela de Los Palacios y Villafranca, ¿Qué pasaría si pasara?, capaz de desmitificar todos esos lugares comunes que cabales y sucedáneos de cabales han sido capaces de arrojar sobre este arte durante los últimos dos siglos. El festival palaciego, que abrió el miércoles con el gran Miguel Ortega, concedió el escudo de oro del Pozo de las Penas, tan merecidamente, a Itoly de Los Palacios y la Venencia flamenca a la bailaora malagueña Águeda Saavedra, quebró anoche su cintura, provocativa y valientemente, en el teatro municipal Pedro Pérez Fernández, antes de cerrar hoy con el concierto de Israel Fernández.

La propuesta del cantaor David Palomar, el guitarrista Riki Rivera, el bailaor El Junco y el percusionista Roberto Jaén, durante dos horas a las que no les sobra nada, no deja indiferente a nadie. El presidente de la peña El Pozo de las Penas, Enrique Duque, la había visto ya antes de la pandemia, y este año, a las puertas de las bodas de oro de la tertulia que fundó su padre Currela, ha arriesgado tensando la cuerda del purismo entre el escenario y quienes farfullaban quejas desde el patio de butacas. Eran solo cuatro, pero eran. Sin embargo, cuando los artistas se hicieron con las riendas del largo discurso que suponía su puesta en escena, más allá del flamenco pero sin olvidarse de este, callaron para siempre. Ese silencio solo puede conseguirlo quien primero es capaz de reírse de todas las vacas sagradas y luego cantar como ellas, sin tonterías.

El flamenco en subjuntivo de David Palomar, para callar bocas


Y eso es lo que hacen David Palomar y sus tres compañeros, cargados con toda la sal de Cádiz, con toda su guasa, con toda su inteligencia desprovista de dogmatismos inútiles pero, sobre todo, con todo el compás que dan las infinitas horas de trabajo para montar un espectáculo impagable en el que hay que estar muy ducho en las artes dramáticas, en la historia del flamenco, en el dominio de los cantes y hasta en el telediario. Porque la propuesta escenográfica de estos cuatro artistas no solo requiere hacer buen flamenco, sino saber de flamenco, para reflexionar, con humor inteligente, sobre las cornás que da el hambre, sobre la suerte de los artistas, sobre el borrico de Manuel Torre, la gracia de Mariana Cornejo y de El Beni, sobre el duende –ese célebre escapista sobre el que construyen tan atrevida parodia por los bosques-, sobre Mairena y los mairenistas, por partes, y sobre las esencias jondas de hasta dónde llega el flamenco de verdad y su ilusionismo de mentira.

El flamenco en subjuntivo de David Palomar, para callar bocas


El espectáculo va atrapando al respetable, al que hace participar incluso con inevitables carcajadas, desde el primer discurso de un guitarrista que también podía dedicarse al monólogo. Luego, va jalonando el tiempo que no pesa sobre las intervenciones del resto de artistas tan completos, porque nos muestra a un cantaor que también baila, y bien, o que también es capaz de cantar, en broma o en serio, hasta jotas aragonesas, pero bien; a un bailaor que tiene compás casi sin moverse y que es igualmente capaz de imitar a Chano Lobato; o a un percusionista que se pone el sombrero y canta por Valderrama. A nadie se le falta el respeto, sin embargo, porque el espectáculo –con una complicidad interna que se va contagiando- desmonta los mitos para que sea el público –y no quienes le construyen la mitología al público- quien vuelva a subir a un altar a los artistas que ya lo están y por algo será. El Viviré de Camarón, ya casi al final, reconcilia a los más resistentes con la capacidad asombrosa de Palomar de trabajar tanto en otras cosas y no estropearse su portentosa voz para cantar por seguiriya o por soleá no gracias al duende, sino por aquello tan sensato que dijo una vez Federico: “Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema”.

El flamenco en subjuntivo de David Palomar, para callar bocas


El modo subjuntivo es el modo de la irrealidad ajena, pero también del deseo más íntimo que todo el mundo tiene derecho a canturrearse para adentro. ¿Qué pasaría si pasara? no solo reconcilia al público con lo mejor del flamenco después de haberlo desmontado para volverlo a montar, sino con la vida. Y sería por eso que todo el mundo salió anoche con valentía, y con dos sonrisas: una en la boca y la otra en el corazón.