La muerte del periodismo cultural

«Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante», Ryszars Kapuschinsky

16 mar 2022 / 11:41 h - Actualizado: 16 mar 2022 / 11:45 h.
  • La muerte del periodismo cultural

En semanas pasadas se han celebrado en Sevilla, sendas mesas redondas –una en el Aula Magna de la Facultad de Geografía e Historia, organizada por el Ateneo Republicano de Andalucía (ARA)- y otra -un diálogo en el CICUS- que han tenido a los periodistas y al papel de la prensa cultural en los tiempos que corren, como protagonistas.

Y es que resulta que nosotros, los que estamos al otro lado de la barrera de los acontecimientos, tenemos mucho que decir respecto a lo que está pasando cada día -y lo que es peor, dándonos cuenta y sin apenas reaccionar- de que lo que está ocurriendo no es otra cosa que la extinción de ese modelo que antes de que un virus lo trastocase todo, se ejercía en las redacciones y se insertaban en las páginas de los rotativos, entre las noticias políticas, económicas, sociales o de cualquier otra índole, sin que necesariamente tuvieran que tener secciones fijas aunque lo normal es que la tuvieran –como la periodicidad también- cosa que sí ocurría en los suplementos dominicales, en las publicaciones de tipo “magazín”, en los programas radiofónicos, en los noticiarios televisivos y en otros medios que eran alternativos (como internet, youtube, etc.), y que son precisamente no sólo los que están acabando con las ediciones en papel, sino haciendo desaparecer la cultura ante la injerencia de cualquier aficionado o incluso analfabeto (en el sentido de no tener la formación suficiente) para lo que envía o comenta y sobre todo difunde todo lo que le llega, sin filtro alguno.

No. No es eso, no todos los que nos dedicamos al PERIODISMO CULTURAL debemos tener másteres, doctorados, licenciaturas, cursos en línea, etc., como tampoco la información que se redacta a los medios debe estar dirigida a esos lectores. Ocurre que hemos caído en la perversión que supone, que cualquiera puede opinar de todo, y como ocurre en las O.N.G. y en tantas otras cosas, la prensa se hace por cualquiera y sobre todo si es una especie de Voluntariado.

Por otra parte está el hecho cierto, que nunca va a ser igual el impacto de cualquier sensacionalismo, las amenazas de una Guerra Mundial, del Cambio Climático, etc., ante la reseña de un libro o el comentario de una exposición y máxime si aquella se destaca o se pone al lado o en un lugar casi invisible por el tamaño (tipo) de letra.

Los primeros ejemplos de periodistas a los que me he referido al principio, por decirlo de algún modo, trabajan -o colaboran sin cobrar, o una miseria- en medios alternativos como pueden ser los periódicos digitales, revistas, publicaciones y canales colaborativos, que se sustentan gracias a los suscriptores, a subvenciones de partidos políticos, sindicatos, cuotas de asociaciones, procedentes de grupos empresariales (encubiertos o no) o particulares, ya que la publicidad que reciben -en el caso que la tengan, porque difícilmente unas cabeceras donde se cuestiona al poder– es casi nula, y por tanto, la mayoría de los colaboradores lo hacen románticamente, o como suele decirse “por amor al arte”.

Estos reporteros, que proceden de las facultades de comunicación y de otros lugares incluidos el autodidactismo, vienen –venimos a ser- algo así como la RESISTENCIA PERIODÍSTICA, una especie de MILITANCIA y ACTIVISMO, o unos mártires y héroes según se mire, sólo que cada vez somos más minoritarios.

Los segundos -independientemente de que sean analógicos, digitales, se lean en papel, en teléfonos o pantallas de plasma- suelen adscribirse a grupos mediáticos que tienen sus redes incluso en multinacionales, aunque esto tampoco garantiza su lectura a no ser que verdaderamente sean unos magníficos escritores que desde luego los hay, o unos mega-estrellas elevados por sus propios méritos, esfuerzo, o de cualquier otra manera.

Esto no quiere decir que los otros –nosotros- no hagamos lo mismo y nos esforcemos cada día por hacer nuestro trabajo con dignidad, con o sin el reconocimiento debido, cuestión esta última que se logra apenas.

Y si al periodismo, a la crónica y a la información cultural en general considerando libros, cine, teatro, música,..., se le dedica poco espacio, de entre todos, parece que el arte es el que se lleva la palma en cuanto a la casi nula repercusión de las Exposiciones, limitando la inserción de la noticia al sensacionalismo de cualquier “boutade”, la máxima chorrada de barraca de Feria, ...o simplemente porque su nombre y su obra al fin, aparecen en los Obituarios.

No puedo hablar, o mejor, no debo, de otros asuntos que se salen del ámbito del Arte, por lo tanto me limitaré a expresar públicamente lo que se comenta en cualquier exposición a la que asistamos: el que difícilmente la noticia de una exposición o de un autor concreto ocupará la portada y ni siquiera las páginas interiores –no digamos las centrales ni la contraportada- y de hacerlo, o es un consagrado, o lo es la entidad que lo patrocina, el Centro artístico de referencia, los Comisarios que se han encargado de organizarla, los Gabinetes de Prensa internos o externos, las Agencias de Prensa que distribuyen las noticias, o la de aquellos que se han sabido mover previamente para que se incluya en un artículo o al menos en la Agenda del día.

Otra manera de ascender a las páginas de los rotativos digitales o en papel, es sencillamente y como decíamos antes, porque se ha muerto.

La muerte del periodismo cultural

Esto que digo, vale tanto para los autores –pocos se encargan como hace quien esto escribe de hacer fotos a sus obras, redactar las Notas de Prensa, enviarlas a los corresponsales correspondientes de los Diarios locales (olvídense de los nacionales o internacionales- como para los informadores, que por regla general hacen lo mismo: se encargan de los famosos, obviando los numerosos autores que pasarán sin pena ni gloria (más con pena que con gloria), aunque puede que gocen de una fama póstuma y sus obras se vendan a cifras astronómicas. El síndrome Van Gohg tan generalizado hoy.

Si bastante del éxito ha residido siempre en la propaganda, en grupos afines, en las relaciones sociales y públicas –no lo escribiré sin la b- no digamos ahora en la que se nos exigen lectores, porque entonces se junta todo y acaba por convertirse en la principal razón por la que sucesivamente este tipo de información va desapareciendo.

El intrusismo, el que cualquiera envíe y le publiquen gratis, el que el artista no pague a las Agencias para que lo publiciten, que no tenga un mecenas que lo patrocine, que no sea rico por nacimiento o boda,... y el que se compare la reseña de un autor o expo con los escándalos cotidianos: los políticos, los sucesos, los cotilleos rosas, etc., que evidentemente van a tener muchos más lectores, con el trabajo que supone informar y la dificultad que tiene si además debe de documentarse de los organizadores, Catálogos –si los hay- porque muchas veces no hay ni siquiera NOTA DE SALA, ni cartel, ni fichas de las obras y autores o lo que se ve no coincide con lo expuesto, es decir, no contamos con ninguna información y debemos averiguar teléfonos, mails, direcciones,...para después recopilarla con los autores (que si no los conocemos, hay que localizarlos) y después escribir, hacer las fotos el propio comentarista, insertarlas en el texto y por supuesto, tener altas nociones de informática.

Por si fuera poco y para que tengamos más lectores, los redactores culturales a veces están obligados a hacer el doble o triple trabajo de subir su propio artículo a las redes, a los contactos que tenga por wsps, reenviar en foros que debe de buscar, ponerse en contacto con quienes gestionen no sólo los Museos, galerías, entidades, ni siquiera con el autor o autores si los conoce –o no- sino hacer vida social, asistir a cuanto evento mediático le reporte un link, un me gusta, un comentario para que simplemente abran nuestro enlace.

La calidad no importa, ni el esfuerzo, ... y hablo ahora por parte del artista que ha invertido su tiempo, dinero, salud y energías, y por parte de los comentaristas que hacemos lo mismo. Lo que se valora es otra cosa aunque sea un refrito de otro refrito, el corta y pega, la improvisación, el producto de casquería, la cantidad, el número de los que abren el enlace aunque no lo lean, dejando al margen no los valores literarios o científicos, ni nada relativo a la documentación, las veces que ha debido recorrerse, estudiarse uno por uno los participantes de una muestra, las búsquedas añadidas en páginas webs o internet, ...

Ser periodista cultural ya casi parece una elección suicida, porque si en otros oficios y profesiones se malvive, nada digamos del precariato, ni del desdeoblamiento de esfuerzos a los que nos vemos sometidos los informadores culturales que contamos con la “formación” suficiente para abordar estos asuntos románticos, multiplicándonos en varias publicaciones y autodifundiéndonos en páginas virtuales, porque no queremos que MUERA.

La muerte del periodismo cultural, no tendría por qué ir pero lo cierto es que va unida también a la de los periódicos en papel, y con estos, se nos van también los kiosqueros, esa profesión también de tanto riesgo hoy a no ser que se reciclen en puestos de souvenirs para turistas, de refrescos o chucherías.

Tanto Charo Ramos como Óscar López, los representantes en el CICUS y Francisco Sierra, Miguel Campillo, Javier Ariza y todos los que intervinieron en la Universidad de Sevilla, intentaron de todas las maneras posibles, no convertir sus argumentaciones en un velatorio. Dependerá ahora de los editores, los directores de los medios y de nosotros mismos, el que se sigan apareciendo noticias culturales y de arte, a pesar de las noticias impactantes o las de cotilleo. No entremos en los sucesos, porque obviamente no son equiparables y porque de seguir así, la CULTURA entrará inevitablemente en esas páginas. Y como nadie se encargará de nosotr@s cuando estemos viv@s, me he atrevido a incluir la Exposición que tengo en una de las sedes del INSTITUTO DE LA CULTURA Y LAS ARTES DE SEVILLA, entre otras cosas porque además de los que se citan en el Cartel, han colaborado Pau Ferrer y Ara Sansegundo. ¡¡¡Por nosotr@s: l@s artistas e informadores culturales!!!!