Lorca cumple hoy 125 años, aunque lo asesinaran a los 38

La voz del poeta granadino, catapultado gracias a su teatro universal, no para de crecer en un mundo para el que él profetizó la pena negra de los más débiles

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
05 jun 2023 / 17:50 h - Actualizado: 05 jun 2023 / 17:51 h.
  • Lorca cumple hoy 125 años, aunque lo asesinaran a los 38

Cuando, en plena configuración de la Generación del 27, Federico García Lorca (1898-1936) le preguntó a Soledad Montoya que por quién preguntaba, “sin compaña y a estas horas”, en el fragor de un Romancero gitano (1928) llamado a convertirse en la quintaesencia de toda su poética, el autor de Bodas de sangre (1933) estaba amasando ya un universo literario de mujeres rebeldes y frustradas cuyo máximo valor no radicaba en su función como personajes, sino como símbolos imperecederos de esa pena negra que aglutinan los más débiles en este mundo controlado siempre por la otra mitad: los niños, los gitanos, los homosexuales, los negros, las mujeres. “Pregunte por quien pregunte, / dime, ¿a ti qué se te importa?”, hizo Federico que le contestase la propia gitana de ficción. “Vengo a buscar lo que busco / mi alegría y mi persona”. La alegría y la persona que también buscaron Doña Rosita la soltera, Yerma, La Novia, Adela y tantas otras mujeres de un puzle femenino que el granadino no hizo sino acrecentar en los años 30, la década de su éxito y de su ineluctable asesinato a manos de los fascistas de su propia ciudad. “No me recuerdes el mar, / que la pena negra brota / en las tierras de aceituna / bajo el rumor de las hojas”, decía Soledad. Y el poeta le contestaba: “¡Soledad, qué pena tienes! / ¡Qué pena tan lastimosa! / Lloras zumo de limón / agrio de espera y de boca”.

Seguramente Lorca no era totalmente consciente aún de hasta qué punto esa pena negra iba a inundar a todos sus personajes e incluso a sí mismo, predestinado a la muerte incluso cuando escribía sobre otros, como sobre el torero que financió la quedada fundamental de la Generación en aquel diciembre de 1927 de Sevilla: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura. / Yo canto su elegancia con palabras que gimen / y recuerdo una brisa triste por los olivos”. Lo escribió pensando en Ignacio Sánchez Mejías, después de que un toro le quitara la vida en 1934, sin imaginar que apenas dos años después se la quitarían a él los más reaccionarios de la tierra que lo vio nacer y morir. “En su Granada”, que diría el maestro Antonio Machado, dolorido por la barbarie practicada contra uno de los más prometedores poetas de nuestro país después de cumplida su propia profecía: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.

Con el corazón helado, y sin saberlo, había venido Federico al mundo un 5 de junio de 1898, el año del Desastre, el que daría nombre a la Generación del 98, el año del fin definitivo de un imperio español que llevaba años siéndolo solo nominativamente. Había nacido en el seno de una familia adinerada gracias al negocio de su padre, también Federico, con los productos agrícolas de la costa tropical andaluza. A Federico lo crio su madre, Vicenta, pero también un conjunto de mujeres de las que él mismo recordaría las nanas infantiles proferidas cuando él ya no tenía edad de que se las cantaran. Por Fuente Vaqueros y por la Huerta de San Vicente siempre proliferaron nodrizas y criadas que imprimieron en el niño Federico la gracia del genio popular, no solo a través de la palabra, sino también de la música y de la pintura. Lorca fue primeramente pianista y luego poeta, como descubrieron sus propios compañeros cuando se instaló en la Residencia de Estudiantes, en 1919, después de haber estudiado el Bachillerato en Granada y en Almería, y después de dar a la imprenta su primer libro, en prosa y de viajes, Impresiones y paisajes (1918). Ya en Madrid, se aventuró a componer su primer poemario, Libro de Poemas (1921), donde la luna y la muerte comienzan ya su conversión en metáfora perpetua: “La luna tiene dientes de marfil. / ¡Qué vieja y triste asoma! / Están los cauces secos, / los campos sin verdores / y los árboles mustios / sin nidos y sin hojas. / Doña Muerte, arrugada, / pasea por sauzales / con su absurdo cortejo / de ilusiones remotas. / Va vendiendo colores / de cera y de tormenta / como un hada de cuento / mala y enredadora”.

Todo es mujer

Más allá de la luna, personificada tantas veces –como muerte y como trágica bailaora-, Lorca jugará desde sus comienzos con muchos personajes femeninos, desde aquel mariquita de su canción –“El escándalo temblaba / rayado como una cebra. / ¡Los mariquitas del Sur / cantan en las azoteas!”- hasta la soltera en misa, a quien conminaba a que diera “los negros melones de tus pechos / al rumor de la misa”, pasando por las tres recuperadas morillas de Jaén, desde el fondo remoto del siglo XV, Axa, Fátima y Marién; o la seguiriya, que iba “entre mariposas negras” como una muchacha morena “junto a una blanca serpiente / de niebla”; o la soleá, “vestida con mantos negros”, que “se dejó el balcón abierto / y al alba por el balcón / desembocó todo el cielo”; o Preciosa, perseguida por el aire; o la monja gitana; o la casada infiel; o incluso la niña ahogada en el pozo de aquel Poeta en Nueva York que no vio la luz hasta consolidada su muerte y al otro lado del Atlántico.

El teatro de la vida

Si hubo un género literario en el que Federico triunfó ya en vida –y del que hoy es máximo representante español, incluso por encima de Lope de Vega- fue el teatro, “la poesía puesta en pie”, como él lo definió. El autor de La casa de Bernarda Alba teatralizaba incluso las misas en el patio de su casa. Tuvo siempre un talento tan innato para convertir la vida en teatro y viceversa, y un oído tan agudizado para el fraseo popular, que no precisó sino poetizar profundamente sus historias, limándolas precisamente de versos, para hacerlo lo más lírico posible, es decir, empapado de verdad. Su evolución lírica fue desde el neopopularismo hasta las vanguardias, y su evolución dramática fue desde los títeres de cachiporra hasta unas historias andaluzas perfumadas de dolor humano, escanciado especialmente en el rol de las mujeres, de quienes se esperaba una sumisión total hacia el hombre, para quien podían servir solamente de amante o de virgen fosilizada. En este sentido, la presunta esterilidad de Yerma se vuelve contra su verdugo, y la obligación de ser fiel de La Novia tras la boda se vuelve sangre confundida entre “los dos hombres del amor”, y la obligación de guardar luto de Adela se convierte en rebeldía dispuesta al fatum del que tanto supo, a su pesar, el propio autor de aquellos “dramas de mujeres en los pueblos de España”. La gloria de Federico es que hoy cumple 125 años. Los cumple y no los cumpliría. Porque los años de un poeta son los años de su voz, y en este caso mantiene perfectamente timbre y volumen. Federico cumple hoy 125 años, aunque los fascistas lo asesinaran cuando él cumplió 38.