Ciertas profesiones y responsabilidades oficiales se centran en detectar y depurar a quienes hacen lo indebido, lo ilegal o no se ajustan a normas o códigos privados. Hablamos de policías, vigilantes, jueces, agentes de inteligencia, profesores, detectives, inspectores (laborales, del fisco, sanidad....), auditores y un largo etcétera que supervisa o controla documentos, requisitos o actos impropios.
La picaresca hispalense está reflejada en la literatura desde fechas medievales. Con el tiempo se ha depurado para llegar el primero, obtener beneficios o privilegios, escurrir bultos o bien endilgarle al ajeno lo propio. El engaño forma parte de la operativa de una minoría. Además de creerse con la razón, descalifica o minusvalora a quien puede atraparle. El problema es admitir responsabilidades, buscar la misericordia ante lo evidente o salir airoso del entuerto.
Tras años de conocer a personalidades cuyo único afán es ganar incívicamente atropellando lo que fuera menester podemos sugerir un listado de pillados y pilladas donde encuadrar a los distintos personajes que acaso le preguntan al espejo cada mañana ‘de quién me aprovecho hoy’:
ECHARLE LA CULPA AL MUERTO: Es una regla matemática -de las que no falla nunca- fácil, accesible y exculpatoria en cualquier proceso judicial, declaración policial, excusa entre herederos rapiñadores... Suele acompañarse con algún documento autógrafo o suscrito ‘fabricado’ postmortem o testimonio inconcreto de alguien que ‘no dará la cara’ para ratificar lo más peregrino. En los casos donde el difunto es el mismísimo demonio conviene hacerse de cartas y saldos bancarios, documentos oficiales que desmientan lo más miserable que jamás haría quien ya no vive. La carita que se le pone en notaría, juzgados o comisaría al más listo/a en las trifulcas donde el muerto tiene la culpa de todo es para ser grabada. Normalmente, suelen derivar las culpas al más tonto de la familia. Aunque ellos/as, los que difaman a los difuntos/as, están ‘para morirse’.
YO-NO-FUI: Este clásico es la primera reacción del ‘pillado/a’. Es temperamental, primario, protector. El impulso, irracional, se repite donde haga y ante quien fuera menester. Es una veterana técnica para buscar mentalmente cómo salir del entuerto ante un lío, acusación o algún acto que comprometa. Quienes se encuentran cómodos pregonando ‘yo-no-fui’ son, generalmente, cobardes con soberbia cuya altivez se desmorona cuando sus ojos ven que lo que se les viene en contra supera su excusa. Entonces, se ablandan. Suelen derretirse buscando trasformar el pecado mortal en venial. El afán que surge es el de relativizar todo lo malo para buscar el perdón de esa venialidad. La preocupación de quien practica el ‘yo-no-fui’ es siempre mirar como un águila a quien derivare culpas porque no tienen un muerto a mano, por ejemplo, o hagan lo que hagan centran las culpas.
Los mejores ‘yo-no-fui’ más osados son los de los niños traviesos, jóvenes gamberretes y adultos poseídos de un ego que parece no tener tacha. Sólo en privado admiten parte del mal que les merodea y jamás piden perdón.
DISFRAZARSE: En época de carnaval el cuerpo admite cualquier vestimenta para aparentar o trasmitir lo inusual. La etiqueta que nos regalan nuestros congéneres se trastoca con el disfraz. Aparecer ante terceros con ropa distinta a la que usa el ‘pillado/a’ busca confundir y aparentar más credibilidad. Baste ver en juicios mediáticos cómo los acusados van impecables, con ropas lejanas a los días de su detención. En pleitos de divorcio, por ejemplo, los malos padres fingen insolvencia vestidos como mendigos; las madres de codicia infinita intentan convencer al juzgador que su espléndida vestimenta añade credibilidad a su alegato intentando exagerar pensiones alimenticias y compensatorias más fortificar la custodia de menores. Algunos pasillos judiciales parecen una pasarela, a la que se unen las profesionales de juzgados, togadas con coquetería. El disfraz, no obstante, sólo tapa: la procesión va por dentro. Quienes cambian de aspecto acaso no saben que a quienes pretenden engañar gozan de veteranía desvelando lo impropio.
LÁGRIMAS SOCORRIDAS: Las comisarías, despachos y estrados judiciales o urgencias hospitalarias, por ejemplo, son lugares donde los recursos dramáticos del ‘pillado/a’ se ponen a prueba. Hay personajes que actúan con modos profesionales para llorar vindicando pena. Un pañuelo, minutos después, borra las huellas del engaño. Jugando con la buena fe y capacidad de perdón del contrario/a, los/as lloricas logran en parte sus propósitos pues crean a quienes dirigen sus lágrimas dudas iniciales. En las urgencias de hospitales y consultas médicas hay actores y actrices perfectos exagerando males que son molestias. En interrogatorios policiales las lágrimas intentan descuadrar lo que ya se sabe bien. En juzgados llorar vale para poco, sólo para sensibilizar en pro de quien trasgrede la norma. En privado, cuando hay conflictos familiares, vecinales, en centros educativos o entornos laborales llorar intenta compadecer algunas posturas que a la postre son indefendibles. Cuando las lágrimas se secan y aparece toda la verdad suele pedirse perdón. Sólo si no hay algún ‘paganini’ o el desastre alcanza a quienes pudieran ‘comerse un marrón’ mayor, si se admiten tales coloquialismos.
¿FINGIR LOCURA?: El ‘hacerse el loco’ es un recurso calcado de un rey escandinavo que firmó pacto de defensa mutua con uno castellano en tiempos medievales. Al ser atacado el último por enemigos pidió ayuda a su homólogo norteño y ‘se hizo el sueco’, por usar palabras coloquiales. Esta es la parte más ‘perdonable’ de cualquier conflicto. Una aparece como despistada, ajena, lejana.... Entre ganar tiempo, huir con lo puesto y confundir, ‘hacerse el loco’ se muestra efectivo. Pero el tic-tac del tiempo siempre es un enemigo a considerar de tan manoseada táctica. El último recurso de un penalista –por ejemplo- con el agua al cuello es un psiquiatra con espacios en blanco en su agenda para ‘meter’ a alguien acusado de lo peor. El galeno de lo mental testimonia que el reo de condena casi segura tiene trastornos en la cabeza que le eximirán del Código Penal. Estos casos extremos, muy frecuentados por abogados que ‘ganan’ siempre con tan cuestionable praxis, son -sin embargo- muy habituales en asuntos y conflictos más prosaicos. Para perdonar social o familiarmente conductas impresentables, los que tienen alguna patología suelen tener un entorno que justifica lo injustificable y hasta atacan a quien no va a esa parroquia de dogma único. A quienes gozan de cordura los reproches por lo mismo que obra quien no lo estaría son mucho más graves. Ese vacío existente calumnia más al cuerdo que a quien frecuenta el diván o técnicas de psicoterapia. Queda clara cuál es la pauta conductual de quienes fingen o exageran locura. Evidentemente, lo escrito es políticamente incorrecto, pero registra casuística para alejarse de una responsabilidad genuina quien la protagoniza. Guste o no así están ciertos patios humanos. Y no digamos el juego que da lo explicado para obtener pensiones, indemnizaciones, activos patrimoniales, ventajas, privilegios.... Hay verdadero miedo, pánico a indagar sobre un tema que parece un negocio personal de algunos/as.
HE SIDO, PERO...: El talento malvado crea personajes. Los pillados/as sufren una hecatombe mental que, cuando se reconfigura, les reinventa. Cuando un detective documenta un fraude al seguro, un médico de mutua les señala actividades incompatibles en la baja, un juez le advierte de lo que puede caerle o un policía pone ante sus ojos lo que le implica activan un mecanismo salvador. Admiten la culpa para matizarla inmediatamente. Los hurtos de centro comercial ante el vigilante que les atrapa son caía de objetos a su cuerpo. Cuando pagan por lo hurtado recuerdan lo que olvidaban. Ante el juez prometen no repetir. Pero la cleptomanía es patológica, no nace del azar. Alegar ‘estado de necesidad’ para hurtar un perfume caro insulta cualquier inteligencia del más tonto, por ejemplo. Ese ‘pero’ no cuela. Quienes son pillados/as in fraganti sólo minimizan lo mínimo (valga la redundancia) de sus fechorías. Nada más.
NO LE CONOZCO: La variante de negar nexos que se documentan fácilmente pone muchas ‘caras coloradas’. Las redes sociales son el nuevo patio vecinal donde amistades virtuales lo pueden ser en una realidad que compromete (Facebook) o se ‘retuitea’ (Twitter). En muchos pleitos civiles se hacen tratos secretos entre desconocidos que perjudican a alguien, que acaban demandando. En los penales conocer a alguien o no depende de llamadas, visitas, negocios o compartir algo. Negar una relación que evidencia a posteriori es grave en un sumario y acaba pululando por la sentencia. Y hay casos donde quienes no se conocen de nada acaban siendo socios en casetas de feria, hermanos en cofradías pascuales, compadres sin bautizado/a o íntimos desde las aulas colegiales, del Instituto, Universidad o Máster. O bien se pelearon por la misma pareja. La tranquilidad que quiere inducir no conocer a ‘esa persona de la que Vd. me habla’ como repitió el ex Presidente Rajoy se torna en cosas peores para quienes no han vivido en la Moncloa. No conocer a quien puede desmentirlo arruga la caradura de quien tiene memoria selectiva.
ANÉCDOTAS DE PILLADOS/AS: En los juzgados hispalenses aún circula la leyenda de un brillante economista con asesoría de fuste que extorsionaba a clientes no pagando tributos en plazo de la clientela ante inspecciones de Hacienda. El tipo, ante las deudas millonarias que originó su clientela por los fiascos que les causó, se declaró insolvente. Movió su dinero a Gibraltar aunque calzaba y vestía de marca. Además, lucía un Rolex de oro, pisa corbatas de platino y anillo con diamante. En una de sus comparecencias judiciales, donde reiteraba vivir próximo a la indigencia, le llamó el secretario (hoy LAJ) a su despacho. En privado, y bajo orden judicial, le incautó las joyas de las que presumía y con las que humillaba a sus acreedores. El ‘jeta’ acabó embargando la herencia a sus deudos.
Una pillada con bolso lleno de cremas y perfumes recubierto de aluminio fue llamada al ‘cuartito de seguridad’ de un gran almacén. Tras entrar se ‘cagó viva’, literalmente. No le dio tiempo a llegar al baño. Pidió perdón por su hazaña al vigilante que la cazó y al juez que la multó. Las risas flojas cuando se supo lo de su soltura de vientre remataron la historia.
Un millonario hispalense que se cree inmune repitió al juez no tener nunca trato ni relación con un colega extranjero, también millonario. El juzgador admitió el informe de un detective que documentaba con certificados oficiales que los ‘desconocidos’ compartían propiedad de punto de atraque y de un yate en puerto costasoleño. Cuando declaró ante los dos millonarios, a uno de ellos le dio un ataque de ansiedad que suspendió la vista judicial. Los millonarios perdieron el pleito, pero no su desvergüenza.