Cofradías

Los años bárbaros (y II): las cofradías y el 18 de julio

El alzamiento militar, sumado a la breve revolución del llamado ‘Moscú’ sevillano partió Sevilla en dos y condenó al fuego y la destrucción numerosas iglesias e imágenes

12 nov 2022 / 10:24 h - Actualizado: 12 nov 2022 / 10:24 h.
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  • La iglesia de Omniun Sanctorum tapiada y destechada tras el incendio de 1936. Foto: @SevillaInsolita
    La iglesia de Omniun Sanctorum tapiada y destechada tras el incendio de 1936. Foto: @SevillaInsolita

Las noticias eran confusas aquel 18 de julio de 1936. El día anterior se había producido la sublevación del ejército de África enrareciendo aún más el clima de confrontación que se vivía en aquella España polarizada. Hacía ya algunos meses que la Esperanza Macarena, metida en un cajón, permanecía oculta en una clínica veterinaria de la calle Martín Villa en el más absoluto de los secretos. Rumores había para todos los gustos, hasta para ubicar a la Virgen escondida en el panteón de Joselito El Gallo en el cementerio de San Fernando.... No era la única. Un largo catálogo de las imágenes titulares de las cofradías sevillanas –como ya había ocurrido al comienzo de la idealizada II República- habían tenido que ser ocultadas por miedo a los desórdenes y el odio anticlerical, recrudecido a raíz de la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Todo caminaba hacia un precipicio. España estaba rota en dos mitades irreconciliables que algunos se empeñan en resucitar.

El punto de no retorno se marcó en aquel día ardiente de verano. Mientras se iban conociendo el alzamiento de las distintas plazas militares, Queipo de Llano tomaba el control de los principales resortes gubernativos y castrenses de la ciudad de Sevilla en una ecuación de audacia, decisión, suerte y violencia convirtiendo el aeródromo de Tablada, contra todo pronóstico, en cabeza de puente de las tropas africanas trasladadas a la Península. Paralelamente, cientos de obreros comunistas y anarquistas habían iniciado una breve revolución que partió la ciudad en dos mitades y convirtió algunas calles en un infierno de fuego y sangre. No hubo que esperar demasiado para que -como en 1932- los templos y conventos volvieran a ponerse en el punto de mira de los exaltados que, una a una, incendiarían casi todas las iglesias de aquel Moscú sevillano.

Aquello desembocó en una intensa refriega –tan breve como sangrienta- que concluyó el 22 de julio con la toma del barrio de San Bernardo, último bastión de la Sevilla frentepopulista que había tenido sus principales escenarios en las collaciones de San Julián, San Marcos, San Gil y San Román, Omnium Sanctorum, también en por la Ronda, Triana o la Judería... convertidas en fortines parapetados que acabarían siendo arrasados sin miramientos por los alzados. La consecuencia fue una dura, durísima, represión que le daba la vuelta a aquella barbarie. La Guerra había terminado para la ciudad pero el derramamiento de sangre iba a continuar.

Los años bárbaros (y II): las cofradías y el 18 de julio
La iglesia de Omnium Sanctorum quedó así tras el incendio del 18 de julio de 1936.

Las calles de San Luis y Feria, de alguna manera, marcaron los ejes de aquella tragedia humana, devocional y patrimonial. La primera iglesia que se incendió –quedó calcinada por completo- fue la de Omnium Sanctorum que acogía a las hermandades de la Cena y la Reina de Todos los Santos, que sí pudo salvar casi todos sus bienes incluyendo la de la imagen titular. La de la Cena perdió su apostolado, siendo sustituido por el de Bidón que salió hasta 1982, además del paso de la Humildad y Paciencia. Nunca retornó al templo de la calle Feria refugiándose en la iglesia de los Terceros, en la que permanece. La cercana capilla de Montesión tampoco se libró del asalto, el expolio y el destrozo aunque afortunadamente las imágenes titulares llevaban algunos años recibiendo culto en San Martín. Eso sí, perecieron –además de una larguísima lista de enseres- el anterior Cristo de la Salud y los dos pasos de la cofradía, quemados en plena calle. La hermandad no pudo volver a su recoleto templo hasta 1952...

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Estado de la antigua capilla de la Macarena tras el asalto de la parroquia de San Gil

El fuego y el odio ya no tenían freno y se extendió a la parroquia de San Gil. La hermandad de la Macarena perdió numerosos enseres, incluyendo el antiguo crucificado de la Salvación –obra barroca de Pedro Nieto- que había salido con la cofradía en tiempos pasados. También se perdieron las manos de la Virgen del Rosario y el Señor de la Sentencia, que habían quedado en la parroquia. La primitiva Virgen del Carmen presidía el altar mayor con motivo de sus cultos y también pereció en ese incendio que destruyó por completo la capilla de la Esperanza. Pero la Virgen no estaba allí...

En Santa Marina, ubicada en el epicentro de aquel breve pero despiadado infierno, no fueron mejor las cosas. Las llamas iban a calcinar para siempre una impresionante colección de obras de arte dejando el templo como una alberca. Afortunadamente, las imágenes titulares de la cofradía de la Sagrada Mortaja ya no se encontraban en su capilla, la misma en la que hoy recibe culto la Virgen de la Aurora de la cofradía de la Resurrección. El vínculo existente entre un grupo de sindicalistas de la CNT y algunos hermanos de la Mortaja –coincidían y alternaban en una taberna cercana- resultaría vital para el ocultamiento de las imágenes antes del incendio que destruyó el histórico templo. Los cofrades ya habían salvado a los anarquistas de algún lance apurado con la Guardia de Asalto y éstos les alertarían del asalto de la iglesia, que tenía sus horas contadas aquel 18 de julio de 1936.

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La iglesia de Santa Marina, en el epicentro del ‘Moscú Sevillano’ también fue pasto de las llamas.

El Cristo ya se encontraba a salvo en el taller del imaginero Sebastián Santos que le tenía que practicar una leve restauración después de un pequeño incendio en su altar. El fuego salvando del fuego.... El hermano mayor de la época, Guillermo Serra Pickman, llevaría la imagen de la Piedad a su casa, en el lejano barrio del Porvenir. En ese breve exilio la imagen de la Virgen gozó de la misma inmunidad diplomática de Serra Pickman, que ejercía de cónsul honorario de Checoslovaquia. El resto de las figuras del misterio fueron trasladadas a un local de La Florida y el valioso paso quedó en su almacén sin sufrir daños de consideración. El grandioso misterio barroco no volvería jamás a su capilla y sólo podría volver a reunirse en la iglesia del extinguido convento de la Paz, en la calle Bustos Tavera, donde la vieja Piedad de Santa Marina, mudada su piel de barrio, se convirtió en la Mortaja.

El asalto de San Bernardo

San Bernardo también fue asaltado en la noche de aquel sangriento 18 de julio que estaba a punto de convertirse en una guerra fratricida. La imprescindible monografía de Juan Pedro Recio, citada en la primera parte de este especial sigue siendo el mejor guión de aquellos trágicos acontecimientos que no fueron aislados y cambiaron para siempre la Semana Santa de Sevilla. Los cabecillas del asalto habían llenado un bidón de gasolina en el antiguo garaje Pazos. “Con ese combustible fue rociada la puerta lateral del templo, junto a la que con posterioridad pudo verse el recipiente que delataba a los autores”, refiere Recio precisando que, afortunadamente, “el fuego no se propagó al interior de la iglesia”. Pero la victoria sobre las llamas no impidió que los asaltantes penetraran en el interior del templo con funestas consecuencias. “Trataron de sacar al Cristo de la Salud a la calle pero, ante la imposibilidad de hacerlo, lo seccionaron a hachazos por debajo de las rodillas y los antebrazos para arrojarlo al fuego”. La primitiva Virgen del Refugio, una bellísima obra cercana a la mano de la Roldana, también quedó calcinada aquella noche.

Pero no quedó ahí la cosa: el primitivo crucificado de la Salud no había ardido por completo y fue arrojado al fuego de nuevo después de hacerlo astillas con un hacha. Se salvaron algunos fragmentos que custodia la hermandad, su cruz y su paso inconfundible, el mismo que sigue saliendo en la tarde del Miércoles Santo con el crucificado que llegó de la Escuela de Cristo. Pero el ajuar de la Virgen del Refugio sufrió pérdidas irreparables como el fastuoso manto de Rodríguez Ojeda. No fue la única pieza afectada: “tirado en el patio, pisoteado y con muestras evidentes de la saña empleada, aparecía el palio”, otra obra juanmanuelina que había sido estrenada en 1922. Los candelabros de cola habían sido arrojados contra el altar mayor y los varales habían servido para atrancar interiormente las puertas de la iglesia tal y como recuerda el investigador de estos sucesos que siguen estremeciendo, 86 años después.

Los años bárbaros (y II): las cofradías y el 18 de julio
El Señor del Silencio de la Hermandad de la Amargura salió en 1937 sobre el paso de San Bernardo.

Los destrozos sufridos en aquella noche negra del 36 impedirían que la cofradía pudiera cumplir su estación de penitencia al año siguiente. Curiosamente sí lo hizo el paso de Cristo, cedido a la hermandad de la Amargura para sacar al Señor del Silencio en solitario -su paso de misterio también había sido quemado en la plaza de San Juan de la Palma como una tétrica falla- en aquella extraña y triste Semana Santa que evidenció la destrucción del año anterior. El templo de la cofradía del Domingo de Ramos –las imágenes estaban ocultas en un almacén de Marqués de Paradas- tampoco se había librado del correspondiente asalto en el que se perdieron numerosos enseres sin impedir que fuera reabierto en el mes de diciembre de aquel fatídico 36 brindando la patética imagen de la Amargura emergiendo de su cajón.

El incendio de San Roque y San Román

No muy lejos de San Bernardo, en la Ronda, las cosas fueron aún peores. En San Roque no había dado tiempo a poner nada a salvo. Los asaltantes habían obtenido la gasolina incendiaria en el viejo garaje San Agustín, en la manzana de La Florida que hoy se ha reconvertido en pisos de lujo; después tomaron un madero a guisa de ariete con el que consiguieron reventar el postiguillo de la puerta. La suerte estaba echada... Recio rescata algunos lances del momento que podrían pertenecer a una película surrealista: “La quema fue aplaudida por una multitud regocijada”. Pero la realidad siempre supera a la ficción. Desde una azotea de la calle que hoy lleva el nombre de Gracia y Esperanza, “el trío musical Los Badía interpretaba pasodobles para amenizar aún más la macabra escena”.

La iglesia quedó como una inmensa arca abierta al cielo y se perdieron todas las imágenes: el primitivo Señor de las Penas y la antigua Virgen de Gracia y Esperanza, una dolorosa atribuida a Blas Molner que había pertenecido a la extinta hermandad del milagroso Cristo de San Agustín -también calcinado- bajo la advocación de María Santísima de Gracia. Una vez más, el paso del Señor se libró de la quema y volvería a salir a la calle desde San Ildefonso al año siguiente como trono de la efímera titular mariana -obra de Vergara Herrera que sólo procesionó dos años- presentada a modo de Soledad, vestida de hebrea y con la cruz y las toallas.

La historia se repitió con puntual y trágica sincronía en la parroquia de San Román, que vio arder la práctica totalidad del patrimonio de la Hermandad de los Gitanos, incluyendo las históricas imágenes de Montes de Oca. Cruzando el río, en la iglesia de la O, los titulares fueron sacados a la calle el día 20 de julio para ser literalmente reventados a golpes y cuchillazos. Castillo Lastrucci fue el encargado de recomponer la figura del Nazareno pero, como veremos, desistió de rehabilitar la antigua dolorosa que fue recuperada hace algunos años para el culto interno de la cofradía.

Los años bárbaros (y II): las cofradías y el 18 de julio
La Esperanza Macarena, saliendo del cajón en el que pasó la mayor parte del año 36.

También hubo conatos de incendio en Santa Ana y no se libraron de la destrucción los templos de las Salesas y las Mercedarias en la Judería o la entonces moderna iglesia de la Concepción –actual sede de la hermandad de la Sed. Aquella breve guerra civil concluyó en torno a la parroquia de San Marcos, que fue el último foco de resistencia al alzamiento de Queipo de Llano. La iglesia ya había sido pasto de las llamas en la tarde del 18 de julio, un fuego que volvió a cebarse con la Virgen de la Hiniesta, en esta ocasión con la imagen que había labrado Castillo Lastrucci en sustitución de la desaparecida en el incendio de San Julián de 1932. En la refriega fueron asesinados tres inocentes: un viandante que llevaba colgada una medalla religiosa; un chico que sólo pudo esgrimir un recibo del Betis por toda identificación y un salesiano condenado por su sotana. En ese atentado también perecieron dos antiguas efigies que concitaron el primer embrión de la actual hermandad de Jesús Despojado. La iglesia de San Marcos no fue reabierta hasta 1969.

La lista de templos y obras de arte que ardieron, fueron destruidas o desaparecieron en esos sucesos es mucho más larga aunque algunas cofradías supieron ocultar a tiempo a sus imágenes titulares o simplemente tuvieron la suerte de cara. Eso sí: las cofradías no perdieron el tiempo y salieron reforzadas de aquellas cenizas aunque en muchas ocasiones tuvieron que partir de cero. La Esperanza Macarena salió del célebre cajón que le sirvió de refugio y clausura en la iglesia de la Anunciación en la noche del 4 de octubre de 1936, ocho meses después de ser ocultada en la clínica de Martín Villa. Aquella singular epifanía simboliza como ninguna otra aquella la ecuación de miedo y odio que no debe volver jamás. Quedaba la Esperanza pero la historia hay que contarla completa.