1976 - LA MAGA: «EL BESO DE LA MUJER ARAÑA», de Manuel Puig
Quizá sea la novela ideal para iniciar el periplo por la obra de uno de los escritores españoles contemporáneos mejor valorados por la crítica, mimado por la prensa, adorado por los lectores, y utilizado por la televisión para adaptaciones exitosas.
Bajo el esquema de una nueva Sherezade, Manuel Puig construye una historia de amor, de resistencia y fantasía, en la que no deja de haber un suspense, una duda que no se resuelve hasta el final. La parte principal es un estudio psicológico de la mente homosexual, o más bien, de la mente que puede generalizar a parte de un colectivo, que ha desarrollado en todas las culturas de la Historia sus recursos para la supervivencia: adaptabilidad, inteligencia emocional, astucia, maquinación. En sus manos el revolucionario es cera moldeable, en torno al que se tiende una red emocional que lo atrapa por completo. Está tejida con historias.
El beso de la mujer araña es también una metáfora de la literatura, de su capacidad para crear mundos paralelos a los que escaparse en los momentos de dificultad, para suscitar los ecos de la conversación y del conocimiento, y tras ellos, descubrir la personalidad de los que nos rodean.
Dos hombres que se refugian en su relación para escapar del horror que les rodea, del miedo al futuro, a la opresión, y a la muerte, donde cada uno irá demostrando lo que sirve y lo que vale.
Extrañas y extensas notas a pies de página, con teorías psicológicas, pretenden ponernos sobre la pista de que lo auténtico no se puede analizar, sino que es. Nada más.
El beso es obra de teatro y película gracias a la capacidad de dramaturgia que contiene, a sus escasos personajes, y a su espacio claustrofóbico.
1986 – EL INCIPIENTE «EL LENGUAJE PERDIDO DE LAS GRÚAS», de David Leavitt
Un manifiesto generacional, el retrato de un momento, de una ciudad, de una familia –en el sentido más amplio de la acepción- de seres humanos que comienzan a encontrase consigo mismos, con todo lo que eso tiene de oscuro, de inquietante, de doloroso. Es también la crónica del ambiente de la bohemia gay del Manhattan de los 80, del que el escritor norteamericano es uno de los representantes activistas.
Al relatar de una manera tan cercana el desamor de las primeras relaciones del protagonista, el explorar el viaje vital de sus compañeros de apartamentos y de andanzas, al transcribir la farsa amable a causa de la que estallará la vida de sus padres a lo largo de la novela, David Leavitt es capaz de componer una sensación de desconcierto, de amargura contenida, de nostalgia, muy parecida a lo que se siente en la tarde de los domingos, sobre la que oscila todo el libro, un momento de miedo por un ciclo que se termina.