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Actualizado: 12 feb 2019 / 08:15 h.
  • Detalle de la portada de «Aporofobia, el rechazo al pobre». / El Correo
    Detalle de la portada de «Aporofobia, el rechazo al pobre». / El Correo

La catedrática de Ética valenciana, Adela Cortina, así como figuras de la talla de José Luis Marina son siempre referencia de altura intelectual y divulgativa sobre los últimos desarrollos socioeconómicos. En este caso, invita Cortina a hacer factible un posibilismo en el sentido en que desde el modelo global en que estamos inmersos pronunció Kofi Annan en su declaración de 1999.

De poco sirven los augures para constatar un hecho: los modelos según los cuales los vicios privados se pagan con virtudes públicas, ya están caducos. Es urgente en nombre de esa globalidad con mandamases sediciosos en gran parte del planeta, hablar de aporofobia, algo que se esconde tras el racismo, la xenofobia o la violencia de género y homofobia, pero también sobre o tras ideologías radicalmente opuestas y no menos peligrosas.

Es este un ensayo que no huye del academicismo y por una vez se agradece el enfoque desde la bioética, que sin explicar del todo el procedimiento de las neuronas espejo que favorecen la empatía, sí nos hace ver que el negro futuro para muchas de las víctimas de esta lacra que es la pobreza, podría remediarse si en realidad existiese voluntad de hacerlo. De hecho, la buena noticia es que cada vez hay más conciencia de ello. La mala, en cambio, nos la da la desigualdad de oportunidades, así como la atomización del pensamiento y ese desprecio propiciado por la complacencia y el egoísmo.

La necesidad de cooperación es, por otra parte, cada vez mayor según se ve en las organizaciones dedicadas a ello; sin embargo y esto es un apunte general mío, parece preocuparnos más que ese dinero o ayuda llegue para el fin elegido (cosa lógica, por otra parte) antes que debatir sobre el fenómeno entre nosotros, de hecho si no hacemos algo más que repartir limosna en nombre de la beneficencia y no de la justicia social más básica, es muy probable que el problema con el que hemos estado conviviendo e incubando también cerebralmente, se haga de aún más difícil solución.

Y es que el pobre de hoy no es sólo como aquel que aparecía en «Plácido» de Luis García Berlanga, sino alguien a quién se le extirpa en nombre del Estado de ¿Bienestar? toda dignidad, alguien desprovisto y cronificado en su condición inherente de pobre porque se lo ha ganado a pulso, según otros. Es en este sentido donde es necesario actuar desde la empatía y la humanidad, y si ese esfuerzo no lo llevamos a cabo nosotros, serán robots los que lo hagan antes o después.

Es el pobre además alguien molesto a quién se recortan derechos cuando no hay dinero y esto está pasando ya en el seno de las familias, desalfabetizándolos emocionalmente.

Cortina va además de lo privado a lo público, poniendo cara y cruz a la moneda de cambio que admite esta realidad tristemente universal.