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Actualizado: 22 dic 2016 / 11:42 h.
  • Batman: La oscuridad que persiste

Tras más de setenta y cinco años de presencia ininterrumpida en cómic, televisión o cine, podríamos decir que Batman se ha ganado un puesto superlativo entre los personajes de ficción surgidos en el siglo XX. Creado en 1939 para DC Comics por Bob Kane y Bill Finger ante la exigencia editorial por repetir el éxito de Superman, el recién llegado supo marcar de inmediato las diferencias y mientras el kryptoniano coreografiaba en el cielo las bondades del ser humano, el hombre murciélago representará la oscuridad y el miedo como motor subterráneo de nuestros impulsos. Batman será la sombra del superhéroe, un ser normal que se pretende diferente, un sueño derechista de control sobre la sociedad y a su vez agente liberador de un inconsciente calladamente agresivo. La más lógica razón conviviendo con fantasías recubiertas de látex negro en una perfecta armonía.

El recorrido de Batman en este devenir como héroe oscuro no estuvo exento de dificultad, sobre todo editorial. El carácter violento y el ambiente noir de sus primeras historias sería suavizado a medida que su popularidad ascendía, primero con la creación de Róbin, fiel compañero y punto de identificación para los mas jóvenes, y más tarde con la aparición en pleno Macarthismo del Cómic Code, destinado a regular y censurar los contenidos que publicaban todas las editoriales norteamericanas. Para Batman esto significó la pérdida definitiva de identidad y sus aventuras comenzaron a rezumar una comicidad infantil cuyo máximo paradigma seria la serie de tv emitida en los años sesenta, que, al menos, hacía del carácter paródico y una estética pop-art elementos dignos de disfrute.

Tendrían que llegar los años setenta del siglo XX para que el caballero oscuro hiciese honor a su sobrenombre en manos de dotados narradores como Denny O´neil o Steve Englehart, alcanzando cotas de sofisticación que nunca había tenido y asumiendo el carácter trágico, complejo y detectivesco que le corresponde. Este resurgir, sin embargo, sólo sería el anticipo de lo que llegaría cuando los gurús posmodernos del cómic posaran sus hábiles manos en el personaje, edificando una visión tremendamente adulta y rica, dotándolo de una introspección psicológica y pertinencia contextual que terminaría por convertir Gotham en una urbe de pesadilla plagada de surrealistas criminales. Frank Miller firmaría primero El regreso del caballero oscuro, parábola futurista que encaja perfectamente en la era Reagan y nos descubría a un Batman más reaccionario y expeditivo que nunca. Más tarde, con Batman año uno, el popular escritor reescribió los primeros pasos de Bruce Wayne en una historia dibujada por David Mazzucchelli, que sigue siendo hoy la influencia más palpable en toda aproximación al personaje. Un acercamiento diferente, aunque igualmente definitivo, fue La broma asesina de Alan Moore y Brian Bolland, que analizaba de forma magistral la relación del hombre murciélago con su mayor enemigo, convirtiéndose en historia sobre la complementariedad psicológica y narrativa entre el héroe y su antagonista.

Aquello de que todo héroe necesita a su villano, con Batman se convierte en una máxima, sus oponentes son tan imprescindibles para la acción como para entender al propio señor de la noche, al que enfrentan bien como opuestos, fieles espejos o, en los mejores casos, como ambas cosas a la vez. El Espantapájaros, por ejemplo, nos recuerda constantemente que aquello que prendió a Batman en la cabeza de un niño fue ante todo el miedo. Harvey Dent, Dos Caras, es literalmente una esquizofrénica interpretación de la identidad dual, burlón y cruel reflejo de la escisión entre el disfraz de millonario y el de vigilante enmascarado. Y, por supuesto, tenemos al Joker, personaje enfermizamente dionisiaco, artista de la performance criminal que detesta a Degas y adora a Francis Bacon; absurdo existencial que recrea, en su anárquica conducta, la muerte inútil y sin sentido de los padres del pequeño Bruce, caracterizada como broma grotescamente pop sobre la enajenación de la sociedad del espectáculo para devolvernos nuestra propia imagen en una mueca sonriente y abiertamente forzada. El Joker es el Ello freudiano desbocado al que un Superyó disfrazado de oscuridad debe poner freno.

Después de más de tres cuartos de siglo, Batman ha dejado constancia de su carácter poliédrico y su capacidad de adaptación, lo hemos visto convertido en pastiche kitsch o arquetipo posmoderno, en un Holmes de tecnología punta o un Fausto sociópata. Su actualidad, con una serie sobre la ciudad de Gotham recién instalada en la parrilla televisiva y un film en pleno rodaje que lo enfrentará con su, en otro tiempo amigo, Clark Kent, es innegable. Su máscara sigue ocupando un lugar de referencia en el imaginario popular y representa tanto la extrañeza con la que enfrentamos el mundo a diario, como nuestra necesidad de construir fantasías que nos alejen del terror o, mejor aún, donde poder zurrar a los malos. Espectacularidad aventurera y conflictos sobrehumanos que sólo revisten el viejo dilema que nos atormenta siempre, quién somos y cómo lidiar con ello.

Batman ha dejado constancia de su carácter poliédrico y su capacidad de adaptación.