Después de «Ensayo sobre la ceguera», el conocido Premio Nobel de Literatura portugués, pergeñó la por entonces distopía y hoy reconocible retrato de las sociedades contemporáneas, historia, de cómo un país a través de sus políticos y ciudadanos cómplices (todos) acaba en estado de sitio al no poder tripitir unas elecciones, debido a que en las dos primeras ha habido un 83% de votos en blanco. Es así como empieza, en las primeras elecciones, un domingo pasado por agua en que la gente decide no ir a votar y donde a eso del mediodía, los miembros de las mesas, interventores y presidentes empiezan a ponerse nerviosos, y a culpar con la astucia debida a los ausentes, cómo llega el asunto al ministro del Interior, un tecnócrata que se las compone para que tanto el pdi, pdd y pdm (nunca podría haberse imaginado la capacidad abotargada o el fenómeno extremo de izquierdas -i- y derechas -d- en que actualmente estamos inmersos) convivan en lo que parece o empieza a parecerse al origen del fin.
Si el centro de la creación puede ser la locura, aquí Saramago nos describe con acierto cómo el centro de la política -de toda política, por más que su militancia sea por todos conocida- es la corrupción, una corrupción que terminará salpicando a la mujer del médico de la ciudad principal del indeterminado país.
También muestra con acierto el panorama de unos medios de comunicación adocenados ante tal maniobra, que suponemos se hace por momentos en teléfonos de prepago de usar y tirar que estos medios filtran para también obtener tajada entre el mentado ministro y un comisario de Policía, primero formales y sin temor a esconderse, y adoptando ambos dos seudónimos: albatros y papagayo de mar, para no ser interceptados judicialmente.