En «Alien<, Ridley Scott y H.C. Giger crearon el monstruo definitivo, una sofisticada línea de intersección entre lo humano y lo animal, no solo en una morfología a la vez bípeda y en extremo desagradable, sino en un comportamiento inteligente a la vez que agresivamente instintivo. Aquel extraterrestre presentaba a la perfección lo siniestro como algo familiar y perturbador, en este caso con terroríficos resultados. Gran parte de la ciencia ficción, anterior o posterior al film de Scott, se ha situado en la misma línea, presentando criaturas alienígenas o futuristas como amenazas para el ser humano, terribles representaciones de un futuro amenazante.
El trabajo de la artista multidisciplinar Patricia Piccinini la sitúa justo en el lado opuesto y nos plantea una convivencia con extraños seres, que pareciesen el resultado de una avanzada manipulación genética, del todo cercana, amigable y colaborativa.
La ciencia ficción de los últimos años ha reconducido la vanguardia tecnológico-mecánica hacia procesos que introducen las transformaciones bajo nuestra propia piel, trasladando las modificaciones desde los objetos hacia los sujetos. Obviamente los avances en investigación genética y biomedicina tienen un peso fundamental en esta nueva interpretación de nuestra perspectiva futura, pero esta viene acompañada de la despierta e inagotable necesidad por explorar los límites de la naturaleza. Patricia Piccinini nos muestra en su trabajo extrañas criaturas objeto de mutaciones o desviaciones provocadas, que se instalan en un inquietante punto entre la normalidad y la deformidad con la irresistible atracción de un logrado hiperrealismo. Sus dibujos, videos y, sobretodo, esculturas, muestran cuerpos que parecen reales, pero que violentan al espectador a través de extrañas fisionomías fruto de la hibridación entre especies. Reflejan una obsesión por la apariencia, el cuerpo y sus posibilidades a la vez que reta cualquier ideal de belleza, instalándose en lo que muchos considerarían repulsivo y que no dejan de ser cosas con la que convivimos, un excesivo vello, arrugas o lunares, rasgos simiescos, porcinos, o de roedores, pero nunca con actitud shockeante, sino acercándonos una posibilidad de reconciliación con la deformidad.
Su primer trabajo conocido, «Prottein Latice», nace de un logro científico real, literalmente un ratón con una oreja humana en la espalda ‘cocinado’ por científicos estadounidenses. La serie de fotografías ideada por Piccinini nos mostraba a este monstruo de diseño junto a bellas modelos con las que convive en actitud fraternal. Desde entonces su obra no ha dejado de referir a la manipulación genética o la cirugía plástica, haciéndose cada vez más compleja y ahondando en el detalle de sus representaciones, de narrativa cinematográfica y una mimética factura que poco tiene que envidiar a Ron Mueck o Sam Jinks.