Este novelista limeño ya hizo nuestras delicias con «Por favor, no empujen», «Carroñero» o el libro de cuentos «Una cura para el cura (y otras formas de morir)», tras perseguir ese sueño de publicar en España, escribió un borrador que ya como tal nos hipnotizó, llevándonos al lado más salvaje de su protagonista, Aldo Peña. Con un estilo de aliento hosco y podíamos decir pútrido, no hace mucho que entregó a Bokeh «Con sumo placer», su cuarto libro y tercera novela, un texto igualmente preciso, coherente y vengativamente idóneo. Admirador de Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, John Fante o Charles Bukowski, está claro que todavía hay gente que lee y escribe desde las tripas, con eso que abunda tan poco: la emoción. Parece inevitable charlar un rato sobre estos escritores como si de compañeros de batallas perdidas se tratara.
Cuando hablábamos en los pasillos de la Escuela de Letras de Madrid, me contaste sobre la depresión que pasó Bryce tras la publicación de «Un mundo para Julius»; ¿por qué entre la nómina de malditos o semimalditos que te encantan es capaz de colarse un escritor que escribía tan aparentemente dulce y suave?
Puede que a uno de fuera le parezca que la escritura de Bryce es suave o dulce, pero es que lo que me contaba no lo era tanto. Quiero decir que puede que el estilo lo sea, pero no así aquello de lo que habla. Es más, fue después de leer «Reo de nocturnidad» que me planteé por primera vez dedicarme a la escritura, luego de que en una misma página reí y lloré a partes iguales como un desquiciado. Aunque pensándolo bien, si en una época fui lector empedernido de Bryce fue porque andaba buscando una voz que me contara cosas desde la perspectiva del limeño. Y la de Bryce me daba eso.
La novela habla del boom gastronómico que creemos que a nivel global vivimos; ¿a qué crees que es debido tanto programa de televisión superficial de cocina?
Creo que se debe a la deriva actual del mundo. Casi todo el puto planeta es igual: los gustos, los placeres, el disfrute... cosas que encuentro está muy bien que se hayan generalizado pero que es lamentable que se hayan homogeneizado. Antes predominaba el culto a la personalidad; ahora, el culto a la imagen. La comida, el arte de saber preparar un platillo para luego empujárselo uno mismo o bien para compartirlo con amigos, aporta a la imagen que se desea proyectar, le da un caché. Por eso en el Perú ya no hay tanto chico que quiera ser futbolista, ahora quieren ser chefs.
Haces una metáfora brutal con el mundo de la literatura; ¿hasta qué punto es oportuna o sólo una licencia?
Lo es porque cada campo, cada espacio en que se desenvuelve la gente adolece de o sufre de las mismas taras. Y es que para poder llamarnos con propiedad seres humanos, debemos albergar en nuestro interior al menos un mínimo de mierda que destilar o bien repartir con ventilador. Y esto es así en el ámbito que sea: las letras, los fogones, la ingeniería, la medicina, en el camión de la basura, etc.