La creación de un mundo. Eso es lo que define la obra de los grandes escritores, entre los que se encuentra el cubano Alejo Carpentier. Un mundo con sus propias leyes y una perfecta sincronización de las piezas que lo arman: colores, ciudades, personajes, ambientes y sonidos, envueltos en la niebla creacional de los fenómenos de la atmósfera.
Sin que nos demos cuenta en Los pasos perdidos nos vemos inmersos en situaciones de las que ya no podemos salir, hechizados por lo que sucede en ellas, pero también por la propia metafísica de su realidad.
Trama y relato sometidos a la elaboración literaria como tema.
Como en otros escritores latinoamericanos nos encontramos con una prosa que alterna lo épico, lo solemne, la soberbia de la alucinación y la materialidad de lo tangible.
Y la música.
La música sin la que la obra de Carpentier no se puede comprender y que está en el trasfondo de sus novelas, generando un ritmo especial, indisociable de la escritura.
Aquí el motor de la novela es la búsqueda, en lo remoto de la selva, de raros instrumentos musicales, esto le sirve al narrador-protagonista para guiarnos por un viaje al corazón de las tinieblas que es el origen de la música, en una gran aventura americana a través de un Nuevo Mundo inmenso, desbordante de maravillas, una búsqueda de El Dorado, una nueva Odisea que se inicia en un espacio inusual, entre las bambalinas de un teatro, para avanzar por ciudades latinoamericanas en eterna revolución, cordilleras primigenias, selvas; sintiéndonos tras Los pasos perdidos de los primeros conquistadores que obsesionan a Carpentier.
Es efectiva, por ejemplo, la descripción de una ciudad por las imágenes que materializan en ella quince faroles, narración –pues- creada con impresiones de palabras y de sonidos.