Juan Martín Díez, personaje real, fue un general de renombre que, dentro de la fase de guerra de guerrillas en que está inscrita la novela, ofició de general consiguiendo múltiples victorias sobre las tropas napoleónicas, que ya en 1812 habían tomado la ciudad de Valencia. Castellano viejo y recio, en sus haberes están la defensa a ultranza de Fernando VII, así como el hecho de representar con honor y valía al estamento militar o castrense que tanto se defiende en la novela, y no porque Gabriel, su protagonista, se circunscriba a él. Dado que el general no morirá hasta 1825 en Roa (Burgos) ahorcado, Galdós es muy fiel a sus primeras hazañas, sin hacer valer más que su heroicidad.
Las tropas napoleónicas entran esta vez por Almería y Alicante en barco; y en la retaguardia, pero conociendo el terreno como nadie, los militares toman dos caminos bien distintos: uno que se desvía del municipio arriácense de Brihuega hasta Madrid; el otro, donde sucede la acción principal que sube desde este pueblo de Guadalajara al Alto Aragón; allí será donde los hombres de José El Empecinado, consigan frenar a los franceses de un modo más o menos definitivo.
Entre los ayudantes con los que contará en la ficción, estarán Vicente Sardina y don Pelayo que, ya sea por encargo o por afección se convertirán en su camarilla.
Como enemigos dentro del propio ejército español, Galdós utiliza a Saturnino Albuín, que perderá un brazo en uno de los sitios y el cura mosén Antón, que intentará matar al héroe haciéndole despeñarse por unos riscos. Antón que de primeras es calificado como impertinente, tiene un genio que acabará jugándole muy malas pasadas, y es la imagen de un clero que, de tan ensoberbecido, acaba perdiendo los papeles. Un clero que no es todo, afortunadamente, así.