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Actualizado: 18 abr 2020 / 18:19 h.
  • Lecturas para el confinamiento: «Napoleón en Chamartín»

La novela comienza con Gabriel volviendo a maldecir a don Diego, quién a la vuelta de Bailén se entrega junto con Juan de Mañara y Luis de Santorcaz a una vida más que disipada que sólo conduce al vacío; donde el alcohol, el sexo con fulanas, las juergas plagadas de seguiriyas y las reuniones inanes con los francmasones, confirman el día a día de los tres. A Gabriel le da pena sobre tod don Diego, pues ha doblegado su voluntad a estos vicios en contra de la educación recta y pausada que su madre María le dio a él y a sus hermanas. Además, la familia está en horas bajas económicamente, y por ello su enlace con Inés (de quién Gabriel sigue enamorado ya bastante desesperantemente) puede ser la solución a muchos problemas de linaje, por más que él ande medio enamoriscado de Zaina, una corajuda prostituta, que quiere participar incluso de la vida militar con sus compañeras de oficio, y a la que su propio ignorante padre no le permite un mínimo atisbo de rebeldía.

El caso es que, salvo Gabriel, todos parecen vivir idilios amorosos, dentro de un clima de libertinaje no sólo peligroso para él.

El giro fundamental de la acción se produce cuando llega a oídos del Gran Capitán Santiago Fernández, que hay más tropas francesas, que están atacando esta vez por el norte, para derrocar a Fernando VII al precio que sea. Habiendo ganado en Burgos la batalla de Gamonal y la de Espinosa de los Monteros, se disponen a cercar la ciudad de Madrid, empezando a atacar con gran poder balístico y técnico.

Lecturas para el confinamiento: «Napoleón en Chamartín»

En esta nueva aventura, el clero tiene un peso específico enorme, y parece que a Galdós le tiene dividido el hecho, de que por una parte están cercanas esas desamortizaciones de Madoz y Mendizábal que acabaron legalmente con la Inquisición, gracias en parte a la llegada al trono del hermano de Bonaparte, José I, y por otro lado los monjes que aparecen (desde Salmón a Castillo, y muchos otros) apoyan a Fernández desde un cristianismo recto y bien entendido, ya que el dueño del hospicio que recogió en Atocha no sólo a Gabriel, sino a muchos otros desahuciados, está respaldada por una parte importante de la Iglesia.

Esta batalla por la que finalmente los franceses ocuparon la plaza española principal, tiene un trágico final para el protagonista, al que le queda constancia, a pesar del amor demostrado por Inés en El Pardo, de que el mal (un mal impersonal, aciago y loco) siempre vence en estos casos.

Es así como nuestro particular e identificable héroe será desterrado de Madrid quizás para siempre y rechazado y defenestrado por la condesa Leiva, que en algún momento lo tuvo en su consideración. Inés también será condenada a vivir su propia desgracia, si no en manos de don Diego, sí de cualquier afrancesado que le adjudiquen de buena o mala fe.