Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 19 dic 2020 / 22:15 h.
  • La Adoración de los pastores. Hugo van der Goes (1480).
    La Adoración de los pastores. Hugo van der Goes (1480).

En el año 274, el emperador Aureliano convirtió en oficial el culto al Sol Invictus, elevándolo al más alto escalafón de dioses romanos y extendiendo el número de templos consagrados por todos los rincones del Imperio. A este respecto es importante diferenciar dicha deidad del Sol Indiges (Sol invocado), el cual tenía sus propios cultos tradicionales e incluso poseía un «viejo» santuario en el Circo Máximo de Roma, según el historiador Tácito (56-117). Y es que el culto al sol fue continuo desde el primer rey de la Antigua Roma, de ahí que Aureliano desease proporcionar a todos los pueblos una única divinidad en quien creer sin traicionar a sus propios dioses. Y se ve que la jugada le salió perfecta, pues la influencia del Sol llegó hasta las monedas de nuevo cuño —que por entonces recibieron la leyenda SOLI INVICTO COMITI (Sol invicto compañero del emperador)—; los arcos de triunfo —las estatuillas de este dios aparecen en los relieves del erigido en honor a Constantino—; e incluso al día festivo de la semana —este último decretó el 7 de marzo de 321 que el Dies Solis, es decir, el domingo, sería el día romano del descanso—.

Por eso, cuando la Iglesia decide fijar la fecha del nacimiento de Cristo sobre el antiguo Dies Natalis Sol, o día del nacimiento del astro rey, a pocos debió sorprender. No en vano, el 25 de diciembre «fue el día de mayores celebraciones para los cultos solares mistéricos, coincidiendo en el antiguo calendario juliano con el solsticio de invierno, en que los días (la luz solar) empiezan a ser más largos y simbólicamente a ganarle la partida a la noche». Esta explicación, recogida por Alberto del Campo Tejedor en el primer capítulo de su nuevo trabajo, puede servirnos para entender por qué ubicamos las navidades en el último mes del año y no en primavera o verano, cuando es más probable que hubiese nacido Jesús. A partir de ella, el premiado doctor en Antropología Social y profesor de la Universidad Pablo de Olavide, comienza su relato de los orígenes del goce festivo en el cristianismo, trabajo recién publicado por El Paseo Editorial bajo el título Historia de la Navidad, que, como es lógico, debe etiquetarse como histórico, pero que también bebe de la Antropología y la Filología, las otras pasiones del estudioso.

Los orígenes de la Navidad
Miniatura de ‘Las muy ricas horas del Duque de Berry’. Hermanos Limbourg (1410).

La heterogeneidad del Medievo

Concebida como una gran obra de investigación cuyas primeras pesquisas se remontan al año 2006, Historia de la Navidad navega por las claves del sincretismo del siglo III, consistente e incorporar los cultos locales de Grecia e Italia, que a su vez eran combinaciones de creencias autóctonas con las de Oriente Próximo, al tiempo que nos revela cómo eran las primeras celebraciones cristianas —la Didaché o Enseñanzas de los doce apóstoles, obra de la literatura cristiana primitiva que pudo ser compuesta en la segunda mitad del siglo I, habla del bautismo, el ayuno o la eucaristía, pero no dice nada de la Navidad—. Y es que, aunque nos cueste creerlo, en los primeros cuatro o cinco siglos de nuestra era no hubo consenso en la forma de festejar la Natividad y la Epifanía, siendo heredada esta heterogeneidad en los «particulares actos litúrgicos y celebrativos» del Medievo; época a la que Alberto del Campo dedica la mitad de su obra, y que se divide en tres etapas fundamentales: Alta Edad Media (siglos VI-XI), Baja (siglos XII-XIV) y final e inicio del Renacimiento (siglos XV y XVI).

¿Y qué podemos encontrar en esas páginas, cimentadas sobre una apabullante documentación y presentadas con un rigor que las sitúan a la altura de los mejores estudios sobre el cristianismo? Para empezar, un ramillete de prácticas que sorprenderán a expertos y neófitos, entre las que sobresalen las parodias literarias, las fiestas de locos o las artes juglarescas presentes en el interior de las iglesias. Actividades a las que hemos de sumar las procesiones bufas y muy especialmente las farsas teatrales, profusamente desarrolladas a partir del siglo XVI —merece la pena adentrarse en el Auto de la Huida a Egipto, de autor anónimo, donde la solemnidad de José y María contrasta con personajes jocosos y pintorescos, como el bobo que les acompaña en el viaje o los gitanos con los que se topan al pedir posada—. Curiosidades que el autor expone con erudición —el aparato crítico es tan profuso como interesante—, y que vienen aderezadas con una serie de láminas que ponen la nota de color a la publicación.

Los orígenes de la Navidad
Cubierta de ‘Historia de la Navidad’, de Alberto del Campo Tejedor. / El Correo

De las comedias conventuales a los villancicos burlescos

Pero el viaje no termina aquí, pues Del Campo Tejedor nos tiene preparadas escalas en el siglo XVII, cuando surge la tradición de hacer regalos o las comedias invaden los conventos, con el consiguiente enojo y censura de la Inquisición; el XVIII, con la Ilustración mostrando su «doble cara» a la hora de restringir los autos sacramentales mientras permite las algarabías en el día de los Inocentes; y el XIX, donde el autor pone el foco en uno de los cronistas fundamentales del romanticismo, José María Blanco White, para descubrirnos tradiciones y usos curiosísimos en torno a la Navidad. Caso del juego titulado «echar los estrechos», consistente en «sortear las papeletas que contenían los nombres de los solteros y solteras del lugar, que quedaban así emparejados y con obligaciones como la de que el hombre hiciera tal o cual regalo a la moza que le había tocado en suerte, o que la sacara a bailar a la próxima»; los «graciosos callejeros» —cuadrillas burlescas de cuestación navideña—; o los villancicos burlescos, cuyos ecos aún resuenan en numerosos pueblos de Andalucía (La Virgen hizo unas gachas / de pepitas de pimiento / y San José le decía: / ¡Bendito tu entendimiento!).

En suma, Historia de la Navidad, editada con el buen gusto y la calidad con que El Paseo nos tiene acostumbrados, es una obra original y nada tópica que nos permite comprender la naturaleza de las celebraciones navideñas desde la Antigüedad hasta nuestros días, y cómo estas han constituido el germen que ha propiciado una manera de entender lo lúdico, lo jocoso y lo festivo en la cultura occidental.