Si la fotografía consigue desde su más primigenia condición un lugar en el mundo de las artes es gracias a figuras como la del neoyorkino William Klein; pintor, fotógrafo callejero y de moda, cineasta y un personaje especialmente interesado en la cartelería y tipografía de los establecimientos que, de forma insistente y creando su propio ruido, recrean la ciudad como concepto, esa ciudad que fue su Nueva York natal, pero que también llegó a retratar desde su mirada única urbes europeas como Roma, Moscú, Tokio o París, entre tantas, con igual semejanza de recursos y tino en sus composiciones. Es además lo que hoy consideraríamos un artista que se nutre de las distintas disciplinas que practica con enorme versatilidad, cultivando un estilo que en sus fotografías de calle supera a Winogrand (aquel fotógrafo ansioso al que le costaba tanto componer) y a veces hasta al mismo Robert Doisneau.
En esta retrospectiva comisariada por Raphaëlle Stopin para la Fundación Telefónica y dentro del calendario de actividades de Photoespaña, se nos muestra también un amplio espectro de su técnica en principio experimental y que poco a poco va centrando sus propósitos hacia lo que supuso, y de hecho, es dentro de la historia de la fotografía.
Nada más entrar en la tercera planta del edificio vemos en una enorme pared y media plasmada esa «Doce protagonistas de un reparto callejero en Tokio» de 1961, una imagen que ya de por sí y más pequeña quizás no hubiera tenido sentido incluir, pero que en estos tiempos de inmediatez ilógica, nos hace ver como la fotografía analógica aún hoy tiene sentido, y mucho.
Sobre sus experimentos abstractos o abstracciones fotográficas, y destacando entre las primeras «Cuadrados movidos» o «Bolas negras rodando» (esta última muy parecida a lo que hoy interpretaríamos como la radiografía médica de un par de rodillas), cabe añadir la influencia declarada de Laszlo Moholy Nagy a través de su célebre frase para la Bauhaus, «la obra original es una matriz que debe encontrar aplicaciones arquitectónicas», lo que a su vez hará que Klein contacte en Nueva York con gente como Corning Class. Otros intentos, como vemos calculadísimos de abstracción, los encontramos en «Trazos blancos sobre negro», «Diamantes negros solarizados» (que sirviéndose de la técnica para el autorretrato de Eva Rubinstein, lo trasciende) y muchas de las denominadas composiciones abstractas, algunas (de las doce) en espirales.
La primera aproximación a su propia ciudad, Klein la realiza en su película experimental (aquí también proyectada, «Broadway by light», que en su día fue alabada por Orson Welles por el uso del color y donde los neones callejeros le servirán no sólo para experimentar con diferentes tipografías, sino para ensayar como cineasta el movimiento y el ritmo propio del mismo, considerándosela como ópera de la gran ciudad, también por la banda sonora utilizada. «Wings of the Hawk» sintetiza asimismo esta idea desde la imagen fija.
Antes de empezar con la serie principal, destacar la de tan sólo tres imágenes, bajo el epígrafe «Tras las huellas de Mondrián», fotografías que tratan con respeto al pintor constructivista ruso, desde la composición así buscada y que no tendría nada de particular sin su homenaje, tomadas en un granero holandés.